Por Diego Zuñiga Noviembre 27, 2015

Llama la atención que una muestra como Homo viator, de Eugenio Téllez (1939), que se está presentando en el Mavi desde octubre y que cierra el próximo 6 de diciembre, haya tenido tan poca repercusión mediática. Llama la atención, digo, porque la calidad de las más de 30 obras que se pueden ver en la exhibición es innegable: Eugenio Téllez trazando mapas biográficos, esbozando cuerpos a la deriva, dibujando líneas que nos permiten reconocer la influencia de la poesía en sus más de 50 años de trayectoria, o dejando simplemente manchas que se transforman en las huellas de los distintos viajes que han marcado su vida. La obra de un artista que en su madurez no ha dejado de buscar nuevas formas, de dudar, de ahondar todavía en sus obsesiones admirablemente.

En Homo viator encontramos pinturas, grabados y dibujos de sus últimos años, el registro de esos movimientos perpetuos, el mundo construido simplemente con un par de trazos, la posibilidad de aprehenderlo así, no sólo el mundo sino también la memoria: un hombre deambulando por distintos lugares inexplicables, el océano que parece separarlo todo y unirlo a la vez, los colores que no reflejan nunca nostalgia, sino más bien una cierta vitalidad, a pesar de las señales bélicas que se presentan en varias de sus obras. Hay una oscuridad innegable en su trabajo, la obsesión por una manera de dibujar ciertos rostros, tanques, armas, una imaginación que se desborda y que a ratos puede recordarnos a Matta, por ejemplo, y que evidencia que Téllez es un artista que sigue creyendo en la pintura, en las posibilidades únicas que despliega la pintura como forma de representación o como una manera especial de contar una historia –la propia– o la Historia así, con mayúscula. Porque una de las cosas más deslumbrantes de los cuadros de Téllez es cómo encontramos siempre un relato en ellos, un relato profundamente narrativo, pero construido con los materiales de la pintura, con los materiales de la poesía, también.

“Quizá esa es la condición de ser chileno: irse de Chile”, dijo alguna vez Téllez en una entrevista, el hombre errante que a pesar de vivir lejos del país por mucho tiempo, siempre, en su obra, ha vuelto a ese lugar de origen. No por nada, también, ha encontrado en la poesía un lugar de constante diálogo: Lautréamont, Rimbaud, César Vallejo y Enrique Lihn (en la foto) son algunos de los personajes que transitan por su pintura, las siluetas de aquellos hombres que encontraron en la escritura un refugio.

Ese refugio, en el caso de Téllez, ha sido la pintura, y desde ahí sigue enviando señales al mundo que no debiéramos dejar pasar: mapas oscuros y misteriosos, casi siempre alucinantes.

“Homo viator”, de Eugenio Téllez.

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