Por Yenny Cáceres Agosto 27, 2015

¿Cómo se sigue viviendo después de que se muere un hijo? Esa pregunta, feroz, es el punto de partida de La memoria del agua, la nueva película de Matías Bize. Javier (Benjamín Vicuña) y Amanda (la española Elena Anaya) son los padres de Pedro, un niño de 4 años que muere ahogado en la piscina de su casa. La película parte después del accidente, y así lo que vemos es una pareja en crisis y con un pie forzado mucho más radical que en las anteriores películas de Bize. Si Lo bueno de llorar era sobre la ruptura o La vida de los peces mostraba el reencuentro con un antiguo amor, La memoria del agua se pregunta sobre si es posible reconstruir el amor de pareja después de un dolor tan grande.

El peso del relato está en Javier, un hombre tan frágil y pusilánime como el Andrés de La vida de los peces, mientras que es inevitable sentir un tufillo misógino en los personajes femeninos, insoportables, y con los cuales es difícil empatizar, especialmente en el caso de Amanda.

Pese a que La memoria del agua trata sobre un tema tan emotivo como la pérdida de un hijo, la gran paradoja es que el resultado es una película extremadamente calculada, como de manual. Es como si Bize no sintiera cariño alguno por sus personajes, y todo fuera parte de un ejercicio de guión, donde la muerte de un hijo es una excusa, más que el motor –y el corazón– del relato. Es tanto su afán por no manipular (nunca se muestra una imagen de Pedro), que al final esa operación se hace evidente. La película es una clase de manipulación, pero le falta corazón. Todo el que le sobraba a Nanni Moretti en La habitación del hijo, y ahora en Mia madre, otra película sobre la pérdida que emociona sin dejar de lado la sutileza.

“La memoria del agua”, de Matías Bize.

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