Por Paulo Ramírez Agosto 20, 2015

© M. Segura

Cuesta aceptar que John Connolly, este irlandés extremadamente amable, gracioso, lleno de energía y de ganas de vivir que visitó Chile hace unos días (invitado por “La ciudad y las palabras”, de Arquitectura de la UC), sea el autor de una serie de novelas policiacas donde el mal, la crueldad y el horror no tienen límites. Una de las pocas señas para entenderlo es ese humor negro con que su héroe, el ex policía y ahora detective Charlie “Bird” Parker, enfrenta lo indecible: después de todo, la saga parte (en Todo lo que muere) con el salvaje homicidio de la mujer y la pequeña hija del protagonista. Después de eso, ¿qué tragedia puede ser peor?

Su próximo libro, que aparece en Estados Unidos a fines de septiembre, se llama A Song of Shadows, y en él Parker investiga un caso que se origina en un campo de concentración durante la Segunda Guerra. El mal de la ficción enfrentado al mal de la realidad.

–¿Cómo se relacionan esos dos males?

–La mayoría de la gente no es mala. La mayoría de la gente a veces es egoísta, está irritada, tiene miedo, se deja llevar por la pasión y hace cosas que son malas. Y probablemente no tuvieron la intención de hacer algo malo, simplemente reaccionaron producto de la fragilidad, de una debilidad. La maldad puede ser una consecuencia, pero no hay intención de hacer el mal. Muy ocasionalmente encontraremos gente o incidentes donde está presente la intención de hacer algo terrible. Y lo que los libros se preguntan es si para ejecutar esos extremos del comportamiento humano que son tan desgraciados necesitas recurrir a una fuente más antigua y más honda, una fuente mucho más oscura. Es una mancha del ser humano, una huella digital en nuestra alma, nuestro pecado original. Pero, por otro lado, si yo contara en un libro lo que la gente se hace una a otra en la vida real, nadie querría leerlo. La gente puede ser brutal y cruel. El crimen es estúpido. Son jóvenes golpeándose unos a otros hasta que alguien golpea su cabeza en el pavimento y muere, y te encuentras de repente mirando un cuerpo sin vida y te conviertes en un asesino. Es un marido que golpea tan fuerte a su mujer que la termina matando.  Nosotros tomamos los crímenes y creamos a estos detectives tan inteligentes, con razonamientos brillantes, que resultan dignos de los criminales a los que enfrentan. Pero la realidad es muy diferente.

–¿No debe haber conexión?

–La ficción no le debe nada a la realidad. La ficción sólo le debe a la verdad. Y puedes encontrar verdad en literatura de fantasía, puedes encontrar verdad en ciencia ficción, en literatura que en todo sentido se aparta absolutamente de cualquier concepto de realidad que podamos tener.

–Su próximo libro habla del holocausto judío… Ahí hubo maldad verdadera…

–Sí, pero incluso para algo tan horroroso como el holocausto todo comienza con comprensibles emociones humanas: con rabia, con miedo, y se va transformando en esta realidad aplastante. Esto surgió de la rabia que existía en los alemanes después de la Primera Guerra Mundial, porque sintieron que los términos del armisticio eran muy perjudiciales para ellos y comenzaron a buscar un chivo expiatorio para calmar esa rabia, y se encontraron con personas que tenían más dinero o que tenían más privilegios y que al mismo tiempo eran vulnerables, así que arremetieron contra ellos. Pero nadie se sentó a pensar “vamos a hacer el mal”. Lo verdaderamente trágico es que cada paso puede ser justificado por parte de quienes lo dan.

–Es un argumento políticamente muy incorrecto…

–Sí… Estuve hablando de este libro en Brisbane, Australia, y vi en la primera fila a una mujer que estaba realmente furiosa. Me dijo que su madre era alemana y que no sabía absolutamente nada de lo que estaba pasando, no sabía que estaban matando a tiros o en las cámaras de gas a todas estas personas. Y me dijo que era injusto que ellos tuvieran que asumir la culpa de todo eso. “Mi madre no me mentiría”, me dijo. Yo traté de ser muy cuidadoso, pero le pregunté: “¿Y dónde pensaba tu madre que llevaban a esas personas cuando las sacaban a la fuerza de sus departamentos para que los habitaran alemanes? ¿Nunca se preguntó tu madre, cuando la gente desaparecía en plena calle, hacia dónde los estarían llevando…?”. Uno escoge no mirar. Y si uno escoge no mirar se convierte en cómplice de lo que está pasando. Pero su madre jamás se hubiera considerado una mala persona.

Estas pequeñas cosas que uno hace, este mirar para el lado, son pequeños pasos en el camino de algo mucho más terrible. Lo que yo cuento es la fascinante historia de estos ancianos que son acusados por estos crímenes, y la dificultad que la gente tuvo para relacionar a estos hombres y mujeres, viejos y enfermos, con esos crímenes. Decían: “Miren, si son puros viejitos”. Pero eran las mismas personas que hacían correr a los judíos por la nieve para usarlos como blancos y practicar su puntería. Y desde el momento en que empiezas a olvidarlo, toda noción de humanidad se derrumba, porque permites que suceda de nuevo.

–¿No se debe olvidar ni tampoco perdonar?

–Olvidar, jamás; sí se puede perdonar, pero el perdón requiere honestidad, y requiere reparar lo que hiciste. Y es muy probable que debas ir a la cárcel: la sociedad necesita castigarte por el mal que causaste. Muchas veces esto se confunde porque tiene tintes políticos: pero si eres un asesino, ¡eres un asesino! Si mataste a alguien, ¡mataste a alguien! Y tienes que pagar por ello.

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