Por Alberto Fuguet* Agosto 13, 2015

© Tajamar editores

Es curiosa la figura de Jorge Marchant Lazcano y, hasta hace un tiempo, quizás cuestionable. ¿Era un escritor que se dejó tentar y moler por la máquina de hacer telenovelas para TVN? ¿Era La Beatriz Ovalle un libro personal o se sentía más cómodo con novelas históricas de cartón piedra? Más importante: ¿era parte de nuestras letras? Todo era difuso, pero empezó a cambiar con la poderosa y ambiciosa Sangre como la mía, una terremoto de novela que, entre otras cosas, intentó resumir la misteriosa conexión entre el cine y lo gay.

Pocas veces se ha visto en nuestras letras una redención tal. Marchant Lazcano dejó atrás los culebrones de la tele por una aproximación más cercana a Cheever, Yates, Vincente Minnelli y Douglas Sirk. Así, optó por una prosa y una mirada más aterrizada y, de paso, encontró su voz (masculina, rabiosa, llena de deseo) y un aplomo, una seguridad narrativa, un mundo universal y a la vez muy particular, y algo parecido a una legitimidad.

Cuartos oscuros, su última novela, se construye con varios dobles y juegos de espejos, donde el principal es el autor, un novelista que viene de un país que desprecia (“para morir no había como Chile. No debe existir en el mundo otro país en donde circulen tantos muertos en vida”). Sin nombre, poco futuro, un gran resentimiento y poca autoestima, quema sus naves y parte a un autoexilio hacia un Nueva York que no pisan los turistas. 

Con estos elementos, Marchant Lazcano no sólo escribe una tremenda e inesperada novela que lleva a nuevos confines el llamado dirty realism, sino que la sitúa muy adelante de la fila “de la carrera literaria canónica”. El mundillo puede seguir lleno de “seres odiosos”, pero ahora sus novelas importan e inspiran. Su obra provoca (tanto morbo como admiración) y su figura debería generar todo menos lástima.

Más que ninguneado, quizás simplemente estaba bajo el radar. A una edad en que muchos inician la retirada, Marchant Lazcano está agarrando fuerza con dos temas que parecen no tener puntos en común: lo gay y la senectud. Cuartos oscuros es acerca de la decrepitud, la gerontofilia, la soledad más abismal. En esta novela, narrada en colores tierra, en medio de sombras y ampolletas bajas, casi film noir, el arcoíris no aparece siquiera después de una tormenta.

En Cuartos oscuros todo es triste, solitario y final. Por momentos fusiona el ensayo con el thriller y, tal como lo hizo una vez Janet Malcolm con Chejov, acá Marchant Lazcano tributa y es tributario de Manuel Puig. Sobre todo de “su mito”, la idea del escritor “raro” encerrado en Manhattan y de esa notable novela que es Maldición eterna a quien lea estás páginas. Si en Sangre como la mía el cine hollywoodense clásico alimentaba la prosa, acá son los libros y novelas queer latinoamericanos.

Los cuartos oscuros de la novela son varios y no todos tienen que ver con esos sitios promiscuos donde todo vale. Pero la oscuridad también es literal e involucra incluso la ceguera. El cuarto oscuro  desatado central es uno en un cine, y los que acuden tienen los cuerpos marchitos por la edad o azotados por la plaga del sida. Sin embargo hay deseo. 

Ésta es una novela dura, de hombres solos, viejos, decrépitos, contaminados, abandonados, infectados, terminales. “El voyerismo como una condición de la vida urbana y del mismo ejercicio de ver cine”. 

O de leer, en este caso.

"Cuartos oscuros", de Jorge Marchant Lazcano. A $14.900.

Relacionados