Por Evelyn Erlij Julio 29, 2015

© Lanadelrey.com

Cuando su cara apareció en los medios, allá por 2012, Lana Del Rey (1985) parecía un personaje de una película de David Lynch, algo así como una frágil Dorothy Vallens, de Blue Velvet, con un nombre tan raro como el de “Lula Pace Fortune” o “Perdita Durango”, de Corazón Salvaje. La atmósfera oscura de sus primeros singles, su rostro de maniquí –inexpresivo, plástico, irreal– y sus aires de pin-up depresiva la convirtieron en una estrella pop de apariencia indie; en una cultora (más) de esa obsesiva nostalgia sesentera propia de la era Instagram. Born to die (2012) fue el disco con el que instaló en las radios su voz lúgubre e inquietante a lo “Nancy Sinatra gánster” (como ella la define), y aunque se convirtió en una artista superventas, parte de la crítica la consideró marketing envasado bajo el rótulo de “chica mala”. 

Ofuscada, Del Rey quiso dejar la música, pero volvió en 2014 con Ultraviolence, un álbum que hizo callar a todos y cuyo éxito de crítica y público la incentivó a escribir, en apenas unos meses, Honeymoon, su último disco. Poco se sabe sobre este trabajo (aún sin fecha de lanzamiento), pero el single homónimo, liberado hace unas semanas, da una idea: la canción, de coros dramáticos y ostentosos, tiene arreglos para cuerdas dignos de un soundtrack de Hitchcock, capaces de crear una melodía trágica y desconcertante en la que la cantante, una vez más, se pone en la piel de una mujer presa de un amor decadente. 

Según ha dicho, “Honeymoon” (“luna de miel”) resume bien el espíritu del álbum, en el que trabajó con Mark Ronson, productor estrella de Amy Winehouse y Adele, y con el que buscó, en sus propias palabras, “un sonido de los años 50 con algo de grunge suave”. Si el tono del single será también el del disco, esta luna de miel será amarga y dolorosa.

"Honeymoon", de Lana del Rey. En YouTube.

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