Por Marisol García Junio 24, 2015

La canción chilena "en femenino"; por fuera de la fragilidad, la victimización o el despecho. No importa cuánto se conquiste en otras áreas: la cantautoría local sigue teniendo un desafío interesante en la composición liberada de los estereotipos románticos e incluso de la liberación banal y feminismo a-lo-Cosmopolitan que ha conseguido convencer a algunas incautas. El esfuerzo por aportar a ese quiebre es evidente en el nuevo disco de Camila Moreno, que ya en su título (Mala madre) propone un tabú, y que luego insiste en letras de una intensidad a veces amenazante (“Esta noche o nunca”), a veces dramática (“Tu mamá te mató”); casi siempre articuladas en segunda persona singular. 

Aunque sigue sonando incómoda con las convenciones de la canción melódica, la cantautora de 29 años consigue en su cuarto álbum cantar al fin desde un lugar propio que ya no es el de la pura confusión.

Mala madre es un disco poco homogéneo, de atmósferas y quiebres rítmicos –con más electrónica que cuerdas acústicas–, a veces medio sofocante, pero convencido del lugar de dramatismo y autoexploración que ha elegido tomar. Moreno parece estarse sacando capas de lecciones heredadas –muchas de ellas, sobre su rol de género–, y aunque corre el riesgo de acomodarse en el tópico del canto triste y ofuscado como sinónimo de intensidad, su música es la de una autora que comanda decisiones. Una creadora autónoma es confiable porque avanza en la autoexigencia, y en ese proceso va revelándose con mayor honestidad.

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