Por Diego Zúñiga Marzo 31, 2015

Lo primero es el acento. Escuchamos hablar a Adan Kovacsics (1953) y no es fácil identificar de qué país viene. Por momentos parece argentino y luego nos perdemos en su tono neutro hasta que habla de Chile, que es donde nació y vivió hasta los 14 años. Luego, partió a Viena junto a sus padres -que eran húngaros- y no regresó más. Allá, estudió Filología y Filosofía, y luego se instaló en 1980 en Barcelona, donde se dedicó a la traducción literaria. Gracias a él, de hecho, hemos descubierto a autores tan importantes como el húngaro y Premio Nobel Imre Kertész, de quien ha traducido prácticamente toda su obra.

-Hace poco terminé de traducir su último libro, que saldrá a fin de año -cuenta Kovacsics desde Barcelona, donde trabaja para editoriales como Acantilado, Minúscula y Galaxia Gutenberg, traduciendo escritores desde el alemán y el húngaro. Autores como Joseph Roth, Elias Canetti, Goethe, Zweig y Kafka, entre otros. También ha empezado a trabajar para Ediciones UDP: el año pasado publicaron su traducción de Libro de dichos y dudas, de Arthur Schnitzler, y ahora acaba de aparecer Karl Kraus en los últimos días de la humanidad, un libro por momentos inclasificable, en el que Kovacsics recorre la vida y obra de Kraus -uno de los escritores austriacos más importantes del siglo XX-, construyendo un ensayo biográfico que puede leerse como una novela -se incluyen cartas y poemas de Kraus-, y que le sirve a Kovacsics para hablar acerca de una de sus obsesiones: el lenguaje.

-Con este libro quería encauzar tantos años trabajando en la obra de Karl Kraus -dice Kovacsics-. Además, es una satisfacción enorme publicarlo en Chile. Cierra un círculo, es algo muy misterioso.

-Se fue muy joven de Chile. ¿Tiene algún vínculo con el país?
-Poco vínculo. Algunos amigos, pero que hice acá en España. Ahora, sí hay un vínculo afectivo, porque unos años importantes de infancia y adolescencia transcurrieron allá. Aunque no me siento chileno. En realidad, no me siento de ninguna parte.

-¿Y qué recuerda de esos años que vivió acá?

-Los Andes; abrir la ventana y ver los Andes.  Ir por la calle Pocuro al colegio. Después, algunos veranos en El Quisco, la playa. Permanentemente recuerdo esas cosas.

-¿Y le queda algo del lenguaje chileno? ¿Nota algo de eso en sus traducciones?
-No lo sé. Mi forma de traducir no es, en todo caso, como la de un traductor español, por ejemplo. Ahora, en la traducción siempre se transparenta el lenguaje del traductor, no hay un lenguaje neutro, así que quién sabe…

-Y en qué idioma se siente más cómodo cuando traduce: ¿el alemán o el húngaro?
-Hablo mejor el alemán, porque estudié en alemán. Ahora, el húngaro es más lengua doméstica, porque se hablaba en mi casa. Cuando traduzco, normalmente tengo dos libros y procuro que sean de las dos lenguas. Y según cómo me despierte, agarro uno o el otro.

-De los últimos libros que ha traducido, ¿cuál ha sido el que más lo ha impresionado?
-Leyendo a Agustín (Ediciones del Subsuelo), de Miklós Szentkuthy, y La filosofía del vino (Acantilado), de Béla Hamvas. Son dos libros extraordinarios.

“Karl Kraus en los últimos días de la humanidad”, de Adan Kovacsics. A $14.000.

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