Por Stephanie Arellano Marzo 31, 2015

A veces no basta con tener una buena historia, sino que hay que saber cómo contarla. El desafío para Netflix no es menor, ya que sus series han tenido una buena recepción por parte del público (House of Cards, Orange Is the New Black). Así, el reciente estreno de Bloodline suma una estrella a su medallero gracias a sus recursos narrativos, que incluyen saltos temporales. Pero uno de esos saltos rompe en mil pedazos la imagen carismática que se tenía del clan familiar Rayburn, a cargo de un hotel en Florida.

Porque, ¿qué pasa cuando en el lugar de aguas color turquesa y un verano que no parece acabar, un forastero destapa secretos familiares? Entonces sí, todo se vuelve un paraíso infernal. Aunque, valga la aclaración: el forastero no es tan forastero, sino que es Danny Rayburn (Ben Mendelsohn, Vertical Limit), el hijo mayor -y la oveja negra, también- del clan, que vuelve para la celebración de los 45 años de matrimonio de sus padres. Al final del primer capítulo, el segundo hermano y el más correcto de la familia -aparentemente-, John (Kyle Chandler, Friday Night Lights), deja en claro que no todo es lo que parece: “No somos gente mala, pero hicimos algo terrible”.

“Bloodline”, en Netflix.

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