Por D.Z. Marzo 31, 2015

Es un pueblo pequeño, en la costa norte de Rusia. Está algo abandonado. Barcos a la deriva, pesqueras que no funcionan, el esqueleto impresionante de una ballena que fue a morir ahí. Es el lugar en el que Andrey Zvyagintsev sitúa Leviathan, la película que lo tuvo nominado al Oscar y que le ha traído varios problemas con el gobierno ruso.

Porque la historia que cuenta es acerca de cómo los poderosos en su país -y en cualquier lado- hacen lo que quieren. En este caso, es la figura de un alcalde, que logra que le expropien su casa a Kolya (Aleksey Serebryakov) -un mecánico que de un día para otro tiene que dejar el lugar donde vivió toda su vida-, para armar un negocio inmobiliario en ese terreno. A partir de ese momento, vemos cómo la vida de Kolya y su familia se empieza a hacer pedazos lentamente.

La cámara de Zvyagintsev -que ya nos había deslumbrado con películas como El regreso (2003) y Elena (2011)- filma, con una belleza impresionante, la decadencia moral y política de un país a partir de una historia pequeña, quizá insignificante, pero que le sirve para hablar de la violencia en todas sus formas. Él pone la cámara en el lugar preciso y nos permite observar cómo se desmorona todo, sin que nadie pueda hacer nada. Pero lo hace sin estridencias. Sin juicios, también. Eso queda para el espectador. Y la sensación es que todos los personajes, de alguna u otra forma, están corrompidos: los políticos, la Iglesia, los ciudadanos de cualquier pueblo; aquí nadie se salva, pareciera decirnos Zvyagintsev, quien ha filmado una película incómoda y urgente.

“Leviathan”, de Andrey Zvyagintsev. Aún no estrenada en Chile.

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