Por Yenny Cáceres Marzo 25, 2015

“Yo estoy acá por derecho propio”, le dice la Payita a Allende en una escena de Allende en su laberinto, cuando ella se niega a abandonar La Moneda el 11 de septiembre de 1973. El cineasta Miguel Littin parece decir lo mismo al mostrar su visión sobre las últimas horas de Allende el día del golpe militar. Razones le sobran para eso. Littin fue el primer director de Chilefilms durante su gobierno, dirigió el documental Compañero Presidente -que registró las conversaciones de Allende con Régis Debray- y fue el ideólogo del Manifiesto de los Cineastas de la UP.

Littin, el más comprometido de los directores de la Unidad Popular, regresa a Allende con una película que recrea sus últimas horas, y que se debate entre presentar al hombre o al político. Cuando el golpe ya está en marcha, en el afán de mostrarlo en su intimidad, Littin lo imagina vanidoso, preocupado de su tenida de ese día, o en plan de galán, coqueteando con una carabinera recién llegada a la guardia de La Moneda. Del otro lado, al político lo vemos solo y abandonado a su suerte por los partidos de la coalición de gobierno.

Aunque las actuaciones de Daniel Muñoz (Allende) y Aline Kuppenheim (Payita) son sólidas,  la mayoría de los secundarios lucen empaquetados y no aportan mucho a una película que no alcanza la suficiente tensión dramática en algunos de los episodios más relevantes de esa jornada: cuando Allende se entera de la traición de Pinochet, durante la despedida de sus hijas o cuando pronuncia su discurso final, filmado de manera casi mecánica.

Littin extravía el camino y se pierde entre la dimensión humana, el Allende político  y su tesis final que, al igual que en Dawson, Isla 10, instala la duda sobre el suicidio de Allende. Así, nuevamente la ficción queda en deuda con Allende y su tragedia.

“Allende en su laberinto”, de Miguel Littin.

Relacionados