Por Evelyn Erlij Marzo 25, 2015

A los franceses les gusta el drama. Cuando en 1977 se inauguró el Centro Pompidou, en un segundo saltaron los apocalípticos: ¿cómo es posible que esta “refinería de petróleo” profane la armonía haussmanniana de París? Variando la ofensa, la pregunta se ha repetido desde la construcción de la Torre Eiffel (1889), bautizada “la chimenea de fábrica”; la Torre Montparnasse (1973), llamada el “esperpento”; y la pirámide del Louvre (1989), “una verruga en nuestro rostro noble”, se alegó por entonces. Hoy, la alergia francesa a la arquitectura vanguardista parece superada: si hubo un escándalo por la construcción de la Filarmónica de París, la nueva joya de la ciudad, no fue por su diseño transgresor, sino por la polémica que se armó en torno a Jean Nouvel, el arquitecto estrella que la creó.

Tras ocho años de construcción, y ante un presupuesto que se triplicó, las autoridades perdieron la paciencia y apartaron a Nouvel por miedo a un colosal elefante blanco. El drama terminó el 14 de enero pasado, cuando el edificio fue inaugurado en el Parque de la Villette y se convirtió, así, en el primer auditorio filarmónico de París.

La idea es que este espacio sea para la música lo que el Pompidou es al arte: un lugar que renueve el público y que se abra a otros géneros y disciplinas. Por estos días, por ejemplo, hay muestras sobre el compositor Pierre Boulez y David Bowie, y Marion Cotillard protagoniza el oratorio Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger.

Escándalos aparte, hay que dar crédito a Nouvel. Su impresionante estructura posmoderna de hierro y aluminio hace pensar en los diseños fantásticos del modernismo soviético, mientras que la Gran Sala, con su minimalismo y sus curvas dramáticas, es la antítesis de la excesiva Ópera Garnier. Eso es la Filarmónica: un enorme souvenir que recuerda que París ya no es puro gótico, neobarroco y rococó.

philharmoniedeparis.fr

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