Por Diego Zúñiga Marzo 4, 2015

Si hiciéramos una lista de aquellos autores chilenos injustamente olvidados -o que aún nos quedan por descubrir-, seguro que el nombre de Alfonso Alcalde (1921-1992) estaría entre los primeros: no sólo porque tiene una obra grande y diversa -incursionó en la novela, el cuento, la poesía y la crónica-, sino porque sus textos siguen escondiendo una luz difícil de explicar. Es la luz de la provincia y de la derrota, en el fondo. Eso se puede apreciar muy claramente en Cuentos completos (RIL editores), libro que recopila todos sus relatos.

Es un recorrido que empieza en 1967 con su libro El auriga Tristán Cardenilla, y termina con una serie de cuentos inéditos y dispersos que dejó Alcalde antes de suicidarse, en 1992. Relatos que indudablemente lo sitúan en una primera línea, cercano a Manuel Rojas, González Vera y Carlos Droguett: historias que retratan con mucha precisión lo que es -y ha sido- Chile, y su lengua, sobre todo, el lenguaje hablado, de la calle, ése que siempre ha sido un problema para los escritores chilenos, pero que Alcalde resuelve de forma brillante: diálogos vivos, que fluyen, que desconciertan, algo absurdos, pero con un ritmo particular. Esa lengua que logró captar tan bien Raúl Ruiz en sus películas, es la que se encuentra en estos relatos, protagonizados casi siempre por personajes precarios, de clase baja, borrachos o perdidos: payasos, comerciantes, pescadores, nocheros, domadores de leones o de pulgas, viudas, viudos. Personajes que recuerdan al mundo de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, aunque en Alcalde todo es más duro, más desolador. Una escritura de frases largas, que parecen no terminan nunca, o más bien que deseamos que no terminen nunca.

Alfonso Alcalde fue un cuentista excepcional. Cualquiera que lea este libro se podrá dar cuenta de eso.

“Cuentos completos”, de Alfonso Alcalde.

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