Por Gonzalo Maier Marzo 4, 2015

Hace poco, la editorial Hueders presentó una traducción estupenda de un libro todavía más estupendo: El dios salvaje, de Al Alvarez. El poeta y ensayista inglés, del que ya conocíamos Poker, vuelve ahora con una meditación sobre el suicidio y sus mil connotaciones legales, sociales y religiosas. Pero, tal como en las historias de amor, lo mejor está al comienzo y al final. Parte con un ensayo fabuloso que divaga sobre el suicidio de la poeta norteamericana Sylvia Plath, de quien fue relativamente cercano, y termina con un texto tan duro como una roca: su propio intento por quitarse la vida. Sin miedo a la muerte y ajeno a cualquier pudor al momento de hablar de ella, Alvarez cuenta cómo una Navidad se echó a la boca un cóctel de 45 pastillas para dormir que juntó pacientemente durante varias semanas. No murió, claro, pero se hizo especialista en todo tipo de suicidios y, por lo mismo, puede contar historias hermosas y perturbadoras, como la de un perfeccionista estadounidense que para lanzarse de un acantilado dio, tal como los clavadistas olímpicos, un magnífico salto de golondrina.

“El dios salvaje”, de Al Alvarez.

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