Por Alejandra Costamagna, escritora Febrero 25, 2015

“En mis calles y mis barrios / un malandra fue a nacer, / comenzó el cabro a beber / no cumplidos los diez años / la botella le hizo daño”. Así da cuenta del pasado trágico uno de los narradores de La casa del sordo, obra de teatro en décimas (La Pollera Ediciones, 2014) con la que el periodista y guionista Simón Pablo Espinosa debuta en la dramaturgia. Se trata de una historia popular, tributaria de las décimas de La Negra Ester, de Roberto Parra, que aborda duelos, tristezas y lamentos sentimentales con un habla fresca y a ratos humorística. Un hombre es asesinado en una riña nocturna y hay dos mujeres que no consiguen olvidarlo: la madre y la novia. También hay un borracho sediento y un conserje relator que hará las veces de adivino. Son difusas las fronteras entre la vida y la muerte, así como entre el recuerdo y el olvido, en este espacio que a ratos es un bar y a ratos un cementerio. “Que me olviden, eso quiero, / que me borren la memoria / pa cambiar toda esta historia / y olvidarme que la quiero”, dirá el cadáver en algún momento, ya hastiado de su situación. El libro, como buena parte de las publicaciones de La Pollera, está magníficamente ilustrado por el fotógrafo y dibujante Rafael Edwards. Con una gráfica que remite a la lira popular, las cincuenta y nueve páginas de este volumen fluyen con música propia. Teatro para leer, mirar y escuchar.

“La casa del sordo”, de Simón Pablo Espinosa.

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