Por Rodrigo Fresán Enero 28, 2015

Sépanlo: el mundo se divide entre los que vivimos y disfrutamos del hecho de que Bill Murray sea un genio de la actuación y los que nos miran sin poder comprender de qué nos reímos y nos congratulamos. Para ser más claro: ellos son los que se enamoraron de Scarlett Johansson en Perdidos en Tokio mientras nosotros, viendo esa película, nos reafirmamos en el hecho de que sólo queremos ser Bill Murray. Allá ellos. Aquí nosotros junto a nuestro Bill en joyas inequívocas del billmurrayismo, como la ya mencionada Perdidos en Tokio y Rushmore y Vida acuática (y cualquier otra de Wes Anderson, aunque aparezca unos pocos minutos) y El día de la marmota y Broken Flowers y The Razor’s Edge y What About Bob? y Mad Dog and Glory y St. Vincent -debut de Theodore Melfi- está muy lejos de llegar a esas alturas, pero tiene un gran mérito y un interés particular: es la película que Robin Williams hubiese hecho insoportable, que Jack Nicholson (cuyas cejas enarcadas se mencionaron como primera opción) habría transformado en apenas otra de las suyas, y que Bill Murray -a fuerza de genio y astucia- redime y convierte en algo digno de nuestro interés.

Sensiblera, patriotera, almibarada, lacrimógena y feel good, St. Vincent reincide en un tema clásico: la relación entre un hombre insoportable y un niño encantador. El niño encantador (Jaeden Lieberher) es solamente eso y con eso basta (aunque una inesperadamente comedida Melissa McCarthy y una insospechadamente bestial Naomi Watts acompañan con talento y gracia). El hombre insoportable (una de las melodías clásicas de Murray) es el gruñón y amoral Vincent McKenna, quien -atención-, además de fumarse un cigarrillo detrás de otro y beber bourbon en cadena en bares de un Brooklyn poco cult y nada cool, también es veterano de Vietnam y devoto esposo de mujer con alzhéimer y… ya saben cómo sigue. Pero lo que aquí vuelve a imponerse es el Código Bill Murray a la hora de llevar lo suyo. A saber: “Llevar el control de mi carrera; escoger guiones buenos sin preocuparme demasiado si lo que me tocará es un protagónico o un secundario; y disfrutar de este gratificante equívoco en el que parezco haberme convertido, en una suerte de actor fetiche para los mejores directores jóvenes que, además, se ponen a escribir guiones pensando nada más que en mí... Digamos que tuve la suerte de ser loco al principio y cuerdo al final; no conviene empezar como cuerdo y terminar loco”. Dicho y hecho. Y si en Perdidos en Tokio Bill Murray cantaba “More Than This”, aquí baila “Somebody to Love” de  Jefferson Airplane y masculla “Shelter from the Storm” de Bob Dylan. Y todos contentos. No hace mucho, Murray admitió: “Yo sólo actúo de mí mismo”. ¿Bastará eso para por fin ganar un Oscar? Quién sabe, qué importa.

“St. Vincent”, de Theodore Melfi.

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