Por Evelyn Erlij Septiembre 3, 2014

Al francés Luc Besson le gustan las mujeres de vestido corto, armas en las manos y tacos en los pies: ahí está Nikita (1990) y ahí está ahora Lucy. Pero la distancia que las separa es más que los años, es también el olor a popcorn, ya que ésta, su última película, es un combo de multicine, que sabe más a Hollywood chatarra que al cine chic-chatarra al que nos había acostumbrado. Porque esta cajita feliz incluye una fórmula imbatible: Scarlett Johansson con poca ropa, Morgan Freeman en el papel del iluminado (como siempre), una mafia asiática con maldad en las entrañas y una droga azul más potente que la metanfetamina de Walter White.

Este combo nació del hambre de Besson: EuropaCorp, su estudio de cine, pasaba por una crisis que lo obligó a urdir un éxito como fuese. Incluso sacrificando su ingenio para crear personajes como los engendros cósmicos de El quinto elemento (1997): Lucy es una bella sin alma que funciona para el bolsillo (la cinta, sobre una mujer expuesta a una droga que desarrolla el 100% de su capacidad cerebral, domina el box office), pero no sirve para sazonar una filmografía insípida desde Juana de Arco (1999).

“Quise hablar sobre la inteligencia, aunque no fui lo suficientemente inteligente y me demoré diez años en escribir el borrador”, dijo el cineasta. Pero no se puede cocinar una película sobre la inteligencia con un mix de ingredientes instantáneos: Lucy nace de una muy buena idea (el potencial evolutivo del ser humano) y podría haber sido su gran regreso a la ciencia ficción, pero de tanto comer cabritas en multicines, Besson se atragantó.

“Lucy”, de Luc Besson. En cines.

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