Por Paula Comandari Noviembre 6, 2013

Basta estar unos minutos en el Centro de Ocio, en la península de Rilán, para que su nombre cobre sentido. Éste es un hotel de lujo, sin grandes ostentaciones, que abrió hace pocos meses en Chiloé. Y aunque ofrecen todo tipo de excursiones -desde paseos en barco por los fiordos, avistamiento de aves, hasta una parada en el restaurante Mar y Canela, que merece ser visitado-, lo mejor es hacer poco. O “perder” el tiempo descubriendo el hotel y el concepto único de sus habitaciones.

Si usted es de esos viajeros que aman la altura, la sensación de vértigo y los espacios abiertos, entonces pida quedarse en Aire. Decorada con mantas y alfombras chilotas, es mucho más que una pieza. El espacio que encierra “el Aire” cuenta con un segundo piso, donde hay un chill out con grandes ventanales, para ver tranquilamente cómo durante el atardecer -justo al frente- Castro se ilumina con sus casas y palafitos. Lo otro es subir al tercer piso, y disfrutar de una vista panorámica de la isla. Sepa que la estructura se mueve y rechina con los vientos, por algo le llaman Aire. Es el lugar perfecto para ir con quien uno más quiere.

Ahora, si usted es de aquellos que necesitan un cable a tierra, también tiene la posibilidad de quedarse en la que los dueños del hotel -Cristián Medina y Yasna Aguilera- llaman Tierra, una estructura enterrada en el cerro y que tiene forma de roca. Si no, aloje en Hoja, decorada para que el viajero tenga la sensación de estar sumergido dentro de ella: sus pieceras y cubrecamas fueron teñidos de verde y su techo es, literalmente, una hoja.

Fuera de las habitaciones, se puede caminar por senderos que alguna vez fueron caminos ovejeros, donde se siente el ruido del agua de las vertientes naturales, que rellenan un hot tub que se encuentra en un bosque de arrayanes. También se puede visitar la casa chilota, que cuenta con otras tres habitaciones, cuidadosamente restaurada, al igual que su quincho, donde cada noche se prende el fogón o se hace un cordero al palo o un curanto.

Medina, que también fue el arquitecto de la casa de Sebastián Piñera en Tantauco, decidió construir aquí lo que él llama un hotel territorial, donde las nueve piezas que conforman este puzzle del relajo estuvieran repartidas. Lo demás fue cosa del azar: su primer pasajero fue Pedro Ibáñez, el dueño de los Explora, quien les echó una mano en la decoración de este enclave del ocio. El relajo es total y cuesta encontrarse con los demás visitantes, salvo en las noches cuando se reúnen a comer, no sin antes tomar un trago en la inmensa chimenea, que permanece prendida las 24 horas del día. El chef prepara platos sofisticados a base de productos chilotes que siembran ahí o que compran a sus vecinos. Más allá de las comodidades, lo que se siente aquí es lo que intentaron rescatar sus dueños: la esencia de la cultura chilota, pero con sello vip.

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