Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Enero 3, 2013

En una de las escenas de MochaDick los héroes miran cómo un calamar gigante lucha en el mar contra un cachalote. La escena es espectacular, pero a la vez triste: los monstruos marinos son el contrapunto feroz del paisaje humano de los héroes, que el cómic se dedica a detallar con precisión y tristeza. En el relato, un par de adolescentes quieren salvar a una ballena blanca de la cacería a la que es sometida por los balleneros a través de los paisajes helados del océano Pacífico. Escrito por Francisco Ortega (1899) y dibujado por Gonzalo Martínez ( Heredia), el cómic agarra el tema de la obra de Herman Melville -el mito de la ballena blanca- y lo adapta desde el paisaje local logrando, de modo natural, que los mitos mapuches se fundan con la conversación de los marineros. Así el relato, que se ambienta en el siglo XIX, es profundo y veloz; no desprecia la mera entretención, pero va filtrando algo más en el fondo. Ahí, el guión de Ortega construye una trama donde las citas y datos están administrados de tal modo que no entorpecen la narración. Por su lado, a Martínez le interesa más el rostro de los personajes que el lucimiento gráfico de cada viñeta. Esto se debe a que sus autores se apropian de ciertos símbolos para transfigurarlos. En el texto original de Melville, la ballena era un sinónimo del odio extático de Ahab, pero también de una fuerza salvaje que sumía al hombre en el horror o el asombro. En MochaDick, el cachalote blanco es en realidad un símbolo del fin de la infancia. De este modo, leído en clave, el cómic funciona como una despedida al relato de aventuras que formó generaciones. Esa condición fúnebre empapa las viñetas haciendo que Martínez y Ortega se despidan con este cómic de las imágenes que los formaron como autores, poniéndolas en el presente del lector. Eso hace que MochaDick sea sensiblemente distinta al grueso de la narrativa gráfica de aventuras producida en Chile en los últimos años. Porque la aventura que se cuenta acá es también un drama en sordina que no carece de melancolía, y asistimos a una historia mítica, pero desde su escenificación como una elegía. Acá hay una lección: la aventura como un género que sólo puede ser narrado como algo que sucede a través de los ojos de un adolescente que sabe que está viendo por última vez el mundo.

“MochaDick”, de Francisco Ortega y Gonzalo Martínez. A $ 8.900 en librerías.

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