Por Yenny Cáceres Abril 9, 2010

Desde siempre la cinefilia ha sido uno de los motores del cine de Scorsese y así lo demuestra con su más reciente entrega, La isla siniestra. Que la acción se sitúe en los años 50 deja en evidencia el intento del director por tributar a una época, en especial a esas grandes películas en que abundaban los detectives cínicos cigarro en mano.

En este caso, la historia nos muestra a un par de agentes federales que llegan a investigar la fuga de una paciente en un hospital psiquiátrico de alta seguridad y dudosa reputación. Como en esas viejas películas, dos tipos de hombres se enfrentan en esta narración.

Leonardo DiCaprio encarna acá, una vez más bajo las órdenes de Scorsese, al héroe atormentado, un tipo traumado por la muerte de su mujer y por su pasado de soldado en la II Guerra Mundial. Su némesis está en manos del personaje de Mark Ruffalo, el buen compañero por excelencia y alguien en quien confiar: el tipo de hombre al que una mujer entregaría su útero y algo más.

Si esta película se ve sin el cartel luminoso "dirigida por Martin Scorsese" y se disfruta con espíritu de matiné, resulta tremendamente entretenida, aunque es cierto que habría funcionado mucho mejor con media hora menos de metraje y sin tanto abuso de los episodios oníricos. Ahora, ¿en verdad alguien aún se puede sorprender con que Scorsese no filme una obra maestra? El hombre no es infalible, y para recordar eso está aún fresquita Pandillas de Nueva York.

Pero también es cierto que las miles de horas que el director ha pasado viendo películas se sienten y se disfrutan en varios planos de La isla siniestra: Scorsese sí sabe dónde poner la cámara y ofrece varios guiños que deleitarán (o provocarán la ira) de los cinéfilos ociosos. Sin duda una película que exuda cinefilia. Y también apta para las masas.

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