Por Patricio De la Paz Abril 9, 2010

El país más joven del mundo se las trae. Y no pierde el tiempo. Convertido en nación desde 2006 -cuando votó su independencia de Serbia-, Montenegro sabe que ahora pelea de igual a igual con sus vecinos a la hora del turismo. Razones tiene. De hecho, se podría decir que es como Croacia en miniatura. Tiene los mismos encantos, pero sin aglomeraciones de visitantes. No aún.

La mejor sinopsis de este país nuevo es Kotor. Un pueblo de 1.300 habitantes, con un casco antiguo y amurallado, frente al Adriático turquesa y con altas montañas a sus espaldas. Lo mejor es meterse aquí sin mapas y perderse por sus estrechas calles de piedra. Para donde uno mire, hay imágenes de postal: iglesias enormes, plazas detenidas en el tiempo, mercados atiborrados de pescados y verduras, barquitos que se acercan a su pequeña bahía… Sin embargo, todo está incompleto si uno no dimensiona las cosas desde arriba. A mí me lo dijo Jovan, mientras me servía una cerveza en su bar: "Suba la montaña y eche un vistazo. Volverá a darme las gracias". Y en una servilleta me dibujó la ruta, que empieza tras cruzar una diminuta puerta en la parte posterior del muro medieval de Kotor. El camino es arduo y empinado. Exactamente 1.350 peldaños. Pero vale la pena: desde el castillo de San Iván, el punto más alto del recorrido, la panorámica es exquisita, con construcciones viejísimas agarradas a cerros que se reflejan en el mar.

Dos horas más tarde, finalizada la caminata, regresé al bar de Jovan. A tomarme mi última cerveza en Kotor. Y, claro, a darle las gracias.

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