Por Yenny Cáceres Abril 3, 2010

Y al fin llegó a cartelera -con casi dos años de retraso- la película de vampiros más fascinante del último tiempo, némesis de Crepúsculo y esa saga de chupasangres asexuados. Y una vez más, los caprichos de la traducción convierten al título original (en inglés, "Let the Right One in") en uno insulso y quizá más marketero: Criatura de la noche.

Valga la advertencia para quienes piquen con el anzuelo del título y esperen encontrar aquí sangre al por mayor y todos los clichés del género. Porque esta película del sueco Tomas Alfredson es algo más que una película de vampiros, y en ello justamente radica su encanto.

Oskar es un chico tímido, la típica víctima de los empujones de sus compañeros en los pasillos del colegio. Hijo único de padres separados, Oskar lleva una solitaria rutina hasta que conoce a una extraña niña que se muda a su edificio, Eli, quien de entrada le advierte: "No puedo ser tu amiga". Y claro, es fácil adivinar y no pasa mucho metraje hasta que nos enteramos que la chica es un vampiro.

Lo que sigue en adelante es un relato complejo, que puede ser leído en distintos niveles. ¿Estamos ante una historia de amor preadolescente? ¿Es una sofisticada vuelta de tuerca al género de los vampiros? ¿O una fábula de la soledad del hombre contemporáneo? Todas las lecturas son posibles, pero lo fascinante es cómo Alfredson pone en escena todas estas interrogantes. Siguiendo la mejor tradición del cine sueco (Bergman, sin duda), el director compone y fotografía esos nevados y solitarios paisajes como un correlato perfecto de la ambigua dependencia que se establece entre Oskar y Eli. El resultado es mágico, y a ratos, desolador. Valió la pena esperar tanto para ver esta película como se debe: en pantalla grande y en la oscuridad de una sala de cine.

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