Por Álvaro Bisama Febrero 6, 2010

Un profesor de literatura al que el tiempo no le alcanza. Un chino que regenta un supermercado de Buenos Aires. Una banda de rock que tiene un líder con síndrome de Down. Estas son algunas de las historias que Leila Guerriero recopila en Frutos extraños, una antología de textos periodísticos, donde la mirada oblicua de la narración incorpora no sólo el estruendo de la urbe o la extrañeza de la vida normal de los otros, sino que también el silencio de los momentos muertos del día a día de las historias. Todo eso estaba enunciado en Los suicidas del fin del mundo (2005), reportaje que llevaba la no ficción al límite del desasosiego, al contar la vida de un pueblo austral lleno de jóvenes colgados en medio de una melancolía tan horrorosa como gélida. Frutos extraños sigue ese camino al describir el paisaje de una intimidad colectiva que se resiste a toda épica. Guerriero escribe sobre las vidas de los otros a partir de esa renuncia a entender algo, sugiriendo que la labor del periodismo se define justamente por esa imposibilidad de llegar a la verdad, de escribir a partir de merodeos y polaroids, de iluminaciones momentáneas antes que el lugar común de la verdad o de lo total. Eso vuelve a Frutos extraños un libro de crónica esencial, porque atisba en el abismo que son los otros y responde a él con pura incertidumbre: el mundo es una colección de lugares y vidas secretas, un lugar que sólo puede ser narrado con el "cuerpo poderoso de la crónica. Eso que debe tener la forma de la música, la lógica de un teorema y la eficacia letal de un cuchillazo en la ingle".

* Escritor, autor de Música marciana.

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