Por Sergio Fortuño Enero 16, 2010

Hay placeres que es mejor no exponer en público. Este disco de The Flaming Lips es uno de ellos. Luego de una década en que la incontinencia experimental de la banda que lidera Wayne Coyne pudo convivir con una vocación compositiva y sonora algo más convencional, Embryonic vuelve a parajes de la estratósfera donde poco puede comprenderse y disfrutarse a primera oída.  Pero con más atención, ojalá en soledad y con audífonos, el álbum se convierte en un viaje como los que imaginaban Syd Barret o el Kubrick de 2001: Odisea del espacio. Muchas canciones llevan constelaciones del zodíaco en sus títulos, por lo que el disco parece una secuencia sobre el desorden como motor cósmico, idea que refrendan canciones donde surgen armonías súbitas, como para subrayar la idea de que el caos y el orden están íntimamente ligados. Gritos, mezclas directas, acoples y ruidos inclasificables abundan en una propuesta que se deshace de los giros más gentiles, pero a veces empalagosos, que venía dando este grupo. Aunque no es para animar una reunión social, el que se atreva lo va a disfrutar.

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