Por Patricio De la Paz Noviembre 7, 2009

Un dato: para dimensionar la parte antigua de Dubrovnik -ésa que llena postales y que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979- lo mejor es observarla desde lo alto. Y el asunto no es difícil. Hay que subir a la vieja muralla que rodea esta zona y caminar sus 2 km sin apuros. Los US$ 9 que cuesta la entrada no podrían ser mejor inversión: desde allá arriba -lejos del bullicio de las callecitas de abajo- uno tiene la calma para mirar las iglesias, los palacios, las plazas con suelo de mármol, el puerto, las casas altas de esta ciudad tan bella. Mientras camino, no puedo dejar de pensar en lo que la noche anterior me dijo María, la dueña del edificio donde me hospedo: "Entre 1991 y 1992, en plena guerra,  cayeron unas 2.000 bombas, que dañaron  el 70% de los edificios del casco antiguo". Miro ahora la ciudad metida entre estas murallas y me sorprendo de cómo se ha reconstruido. Sé que lo más complicado ha sido cambiar las tejas rojas de los techos, porque eran muy antiguas y dar con su color exacto es titánico. Pero el resultado dice que el esfuerzo está valiendo la pena: allá abajo, Dubrovnik es una armoniosa marea de techos terracota. Que contrasta perfecto con el azul intenso del mar Adriático que aparece por todos lados.

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