Por Patricio De la Paz Septiembre 26, 2009

La pregunta desató la ira. "¿Tienes algo de música típica, en la onda Emir Kusturica?", le pedí, inocente, al chico que atendía en Magaza, la disquería más cool de Sarajevo. El tipo se descompuso. "Kusturica no es música típica, es más bien gitana. Nuestras canciones no son la fiesta que él muestra. Lo nuestro es la tristeza", me dijo, hablando golpeado. Después respiró hondo y me dio una clase de melodías bosnias: son lentas y antiquísimas, transmitidas de una generación a otra, sin que nadie tenga claro quién las inventó. "Las letras son siempre melancólicas", insistió, mientras puso el primer disco de los muchos que mostraría esa larga tarde. Y es cierto: aunque uno no entienda una palabra, es música que suena muy, pero muy triste. Salí de allí con dos álbumes de Lejla Jusic que parten el alma. Con esa pena profunda que tan bien describió Izet Sarajlic, el poeta de Sarajevo, que en versos simples, pero certeros, capturó el espíritu de su ciudad golpeada: "Hoy, / por equivocación, / he subido al autobús que llevaba al cementerio. / ¡Qué maravilla / caminar por el cementerio / sin tener que ir detrás / de ningún ataúd!".

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