Por Yenny Cáceres Septiembre 5, 2009

A diferencia de la narración fragmentada que ofrecía Che: el argentino, la segunda parte del díptico de Soderbergh sobre el Che Guevara es un relato que sigue la cronología de la guerrilla en Bolivia, y de hecho, está basado en los diarios que escribió Guevara. Soderbergh huye de la tentación de la voz en off, para  situar la mirada en los tiempos muertos y en las tensiones que se van fraguando bajo este proyecto revolucionario que desde un inicio parece destinado al fracaso. No hay muchos primeros planos de Benicio del Toro en esta cinta, porque el director filma como un testigo, poniendo la cámara en un discreto segundo plano, y por momentos, casi con una vocación documental. Esta voluntad de diluir el retrato del Che en pos de retratar el proceso sólo agrega coherencia al proyecto fílmico emprendido por Soderbergh. Es un trabajo honesto (OK, el director es gringo, pero el Che aquí habla español), preocupado por las locaciones (parece La Higuera, aunque no se filmó ahí) y más que insuflar discursos o dictar verdades absolutas, parece encaminado a narrar una épica. Es la crónica de un fracaso, pero también del nacimiento del mito.

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