Por Patricio Jara, periodista y escritor Septiembre 5, 2009

Trabajo en un pequeño escritorio rescatado del persa Bío-Bío. Un pupitre tipo Segunda Guerra Mundial que con Marcela, mi mujer, decidimos salvar porque es de patas largas y no me encorvo al escribir. Aunque lo único elemental que necesito es un teclado firme (rompo uno por novela) y harta luz natural. En Antofagasta tuve un cuarto con vista al mar desde un piso 18, a pasos de la playa, muy bonito, como para escribir poesía, pero me desconcentraba. Ahora tengo en frente una pared blanca y ha sido muy productivo. También saqué el equipo de música. Antes lo creía indispensable, pero ni la mejor banda del mundo es capaz de salvar a un mal párrafo. Como no soy de acumular libros, basta tener un pequeño estante a mano con los que más necesite en el momento. Allí, por lo demás, duerme Luci, la mayor de nuestras gatas. Clarita, en cambio, prefiere el costado de la impresora. Pueden estar hasta diez horas ahí, mirándome, y ni el humo del cigarrillo las corre. Aunque eso era antes. Ahora tenemos una hija y ya no fumo mientras escribo. Pensaba que no se podía, pero se puede.

* Escritor y periodista. Acaba de lanzar en Alfaguara la novela Quemar un pueblo.

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