Por Osdany Morales* Febrero 4, 2015

© Paloma Valdivia

Billy Bill y Jo-jo crecieron juntos, tomados de la mano -la de ella pequeña, fría y traslúcida como una rana; la de él áspera y pétrea como un pegote de barro seco- mientras atravesaban un interminable campo de trigo.

Todas las mañanas veían pasar el tren rumbo a las minas de oro y más tarde lo miraban volver en dirección a los pozos de petróleo.

Ambos destinos Billy Bill los conocía de oídas.

Era hijo del barbero, y en su terraza los clientes melenudos discutían sobre los dos extremos de la línea del tren.

 Vienen cargados de oro los vagones, le susurraba Billy Bill a Jo-jo cuando en la tarde se acostaban en la colina a mirar el paso del tren hacia el Norte.

Vienen cargados de petróleo los vagones, respondía Jo-jo cuando en la mañana se acostaban en la colina a mirar el paso del tren hacia el Sur.

Ella vivía con su padre en un chalet de madera a un extremo del pueblo.

Su ocupación era recoger los huevos de una escuadra de diez ocas que marchaban todo el día con el cuello tieso, escandalizadas por cómo el padre trataba a la hija.

Jo-jo tenía un solo vestido y al ponerse el sol lo lavaba para que pareciera limpio al siguiente día, por eso en la noche siempre andaba desnuda.

Se cuidaba de no cruzarse con el padre al anochecer y pasaba todo el tiempo encerrada en su cuarto, pero una primavera Jo-jo creció, custodiando sus ocas.

He crecido, Billy Bill, le dijo al oído mientras despedían los vagones hacia el Sur. He crecido y mi padre me hará su mujer esta misma noche.

Entonces Billy Bill con sus manos de barro le sacó el único vestido que le conocía, y Jo-jo comenzó a tantear con sus dedos húmedos los botones huidizos de la ropa de hombre.

Sobre los rieles oxidados no cruzaron vagones.

Una bandada de pájaros negros se escurrió por el cielo en silencio.

Al llegar al chalet de madera, el padre la esperaba haciendo rodar sobre la mesa una botella vacía.

Jo-jo intentó subir la escalera pero él la siguió, la alcanzó y le rompió el vestido.

Ella no gritó, apartó como pudo los brazos del padre y trató de llegar hasta su cuarto.

Lo más que logró fue abrir la puerta.

Detrás de ésta aguardaba Billy Bill.

He crecido, Jo-jo, le dijo antes de golpear al padre en el rostro.

El borracho rodó escaleras abajo y, cuando su cabeza alcanzó la madera del último peldaño, murió.

He crecido, Jo-jo, ya nadie podrá hacerte daño, dijo Billy Bill antes de arrastrar el cuerpo.

Lo repitió por última vez al darle sepultura en el patio.

Las gotas de lluvia perforaban en el barro y ellos volvieron a acostarse en el suelo.

Las ocas, como paraguas amontonados, se guarecían de los fantasmas de la noche.

Me marcharé en el próximo tren, dijo Billy Bill.

Vienen cargados de petróleo los vagones, dijo ella.

Haré una fortuna y regresaré por ti, Jo-jo.

Te esperaré hasta que muera la última de las ocas; si no has vuelto para ese entonces quiere decir que no hay fortuna en las minas de oro ni en los pozos de petróleo, y yo iré a buscarte.

Las ocas, una por una, fueron muriendo.

La primera, atragantada con una espiga de trigo.

Una teja del establo cayó sobre la segunda y la mató al instante.

La tercera murió de un infarto que le abrió el corazón en dos mitades.

La cuarta amaneció con el pico surcado de hormigas rojas.

La quinta y la sexta fueron robadas.

La séptima oca puso un huevo negro y pesado como una piedra antes de quedarse rígida.

La octava quedó atrapada en un mantel tendido y luego de dar tres vueltas ciegas se estranguló.

La novena aleteó en un extremo del patio, echó una corta carrera y alzó el vuelo hasta perderse en el cielo sin nubes.

Cuando alrededor del chalet se paseaba una sola oca, una mano de mujer se acerca y acaricia la cabeza del ave como si se apoyara en un bastón.

Le extiende el cuello blanco y emplumado sobre el piso de madera de la terraza y lo cercena con un cuchillo de cocina.

En la mañana, su silueta a lo lejos atraviesa los campos dorados, rumbo a un tren que no se detiene.

Chocando con varias personas, como si no las viera, un hombre con sombrero de paño y gafas enormes entra en el bar.

Se recuesta de medio lado en un tramo vacío de la barra.

La cantante es una mujer estirada que muestra los pechos a su público, aunque estos no se le ven porque la luz sale del fondo y sólo es posible definir su contorno.

También luce un sombrero de paño.

Al terminar la canción alguien pide un aplauso para Jo-jo, que es ella.

Se quita el sombrero y lo ajusta en sus pechos, de modo que queda suspendido y no deja ver mucho más.

Otro grita que devuelva el sombrero a su sitio.

Mientras se asoma al borde del escenario, donde le ofrecen billetes que ella permite deslizar en las ligas de sus muslos, responde que volverá a descubrirse cuando alguno sea capaz de adivinar la frase de la noche.

Muchos vocean lo primero que les viene a la mente; otros encuentran la oportunidad de blasfemar contra Dios.

El hombre de la barra bruñe un arrugado billete de un dólar y apartando a aquellos que ocupan la primera fila se acerca a la cantante.

Ella le alarga una pierna cuando él exige:

En el sombrero.

Jo-jo silba:

¡Tenemos un ganador! ¿Cuál es tu nombre, ganador?

Billy, dice el hombre.

¡Un aplauso para Billy, el ganador!, grita el mismo que ha pedido un aplauso para Jo-jo.

Ella se saca el sombrero y se lo ofrece volteado.

Billy, el ganador, suelta su billete, que cae lentamente como una pluma de oca.

Mira el busto de Jo-jo y sonríe, y en sus gafas enormes se repiten los pechos de la cantante.

Espérame al fondo, dice ella, hoy es tu noche de suerte.

Billy, el ganador, sale del bar, echa a andar una camioneta oxidada y da un indeciso rodeo como si tardara en descubrir cuál es el fondo.

Frena, por fin, levantando una polvareda que no tarda en disiparse en el paisaje de neumáticos viejos, cajas de cerveza acumuladas, cactus solitarios.

Mientras espera improvisa una melodía con los dedos en el volante.

Se quita las gafas y las suelta en la guantera.

El rostro de Billy, el ganador, hace juego con su camioneta.

La barba mal recortada y dispersa, que no alcanza a ocultar las arrugas, una ceja incompleta; se le pueden contar más de doce cicatrices.

¿A quién le has prestado tu cara?, dice Jo-jo.

Es el viento de la carretera.

Vienes de muy lejos entonces.

Vengo de cerca, pero hago el mismo recorrido varias veces al día.

Billy, el ganador, dice ella, hace unos años llegué a este sitio buscando a un hombre como tú.

Jo-jo, la cantante, tu historia me interesa menos que la posición de tu sombrero. Sube, te llevo hasta el pueblo.

Todavía me quedan dos rondas de canciones.

Ven conmigo, prometo pasar el detector de mentiras durante el viaje y así sabrás si soy o no tu hombre.

Iluminada por el único reflector que funciona, Jo-jo cruza por delante de la camioneta.

Billy, el ganador, la ve pasar como si ella avanzara sobre una cuerda floja y cada paso le ofreciera más equilibrio.

La camioneta va con su luz tuerta lijando la carretera.

Cuando era joven, dice Jo-jo, vine hasta aquí detrás de un hombre.

¿Qué te hace pensar que puedo ser yo?

No digo que seas tú, suelo premiar a todos los Billy que encuentro a mi paso.

Pero Billy no es mi verdadero nombre, Jo-jo, la cantante; me llamo William Moss, y créeme que hace un buen tiempo que no pronuncio ese nombre completo.

Jo-jo aparta una lágrima mirando la oscuridad de su ventanilla donde palpita un viento devastador.

¿Cómo llegaste a este sitio, William Moss, alias Billy, el ganador?

En tren, Jo-jo, como todo el mundo.

¿Creías que aquí estaban las minas de oro?

Nunca oí hablar de eso, vine porque a los quince años un tren me empujó de una sacudida.

Yo llegué siguiendo al hombre que mató a mi padre; me costó poco tiempo enterarme de que podía ganar algo en el bar, allí me bautizaron con el nombre de Jo-jo, como muchas otras Jo-jo que estuvieron antes y otras que estarán cuando mis gemelas cumplan su misión en este mundo.

¿Y cómo te llamas, Jo-jo?

Kim, Kim Jones.

Es un nombre bonito, Kim Jones.

Lo es, me encantaba usarlo antes.

Y a este hombre, a Billy, ¿para qué lo buscas?

Creo que para matarlo.

Yo puedo ayudarte a buscarlo.

Y qué pide a cambio, Billy, el ganador.

Que me ayudes a dar con una mujer que dejé atrás cuando era joven.

Suena bastante parejo.

Lo es, Jo-jo, la cantante, es muy parejo.

Ambos miran la carretera, que parece no tener fin.

Vienen cargados de oro los vagones, Jo-jo.

Vienen cargados de petróleo los vagones, Billy Bill".

Relacionados