Por Félix Bruzzone* Noviembre 12, 2014

© Paloma Valdivia

Mi amigo el Vikingo le dijo a su mujer, Gaby, que tenía que irse a matar a un búfalo malo y loco que había en el campo de su papá y que estaba matando caballos, en Concordia. Estaban en la cama, las nenas dormían, y como Gaby no quería que él se fuera se puso a gritar que no se iba a ningún lado y mientras tanto a mi amigo el Vikingo se le hinchaba el cuello, le temblaban los dedos, se le venía el calor y quería desenfundar la escopeta y ahí no más tirarles a los antílopes de Discovery Channel.

Se levantó y fue hasta la heladera a buscar algo para tomar. Salió al jardín. Miró para el lado del gimnasio. Las chicas saltaban en el lugar al ritmo de la música. Una tenía un shorcito arriba de unos jogging ajustados que parecían calzas. Otra, una remera amplia, un hombro casi al aire. La remera era del novio, seguro, y entonces ella cada tanto se la acomodaba y era como parte de la rutina: bajar un poco el hombro, acomodarse la remera, bajar el hombro, y sentir las tetas sueltas, libres en medio del movimiento.

Los búfalos locos son los de Indochina, le dice el puestero Godoy al Vikingo, son más peligrosos que el tigre, lo más peligroso que hay, porque son locos; y habla de los búfalos un buen rato, como si el Vikingo no lo supiera.

Puestero ignorante, tenés una alpargata en la cabeza, vas a ser peón toda tu vida, te vas a pudrir en tu rancho, con las vinchucas, más te vale tomar mucha ginebra así con el aliento las matás a todas, cómo te hubiera gustado tener un hijo varón, que juegue a la pelota y te lleve a Barcelona, tener cinco Riquelmes y dos Brujitas Verones, pero a vos te tocaron siete nenas con las polleras llenas de abrojos, ya vas a ver cuando crezcan, se van a arrastrar.

Godoy ceba un mate gigante. Tiene cara de moscardón y el sol sube. El fuego para el asado lo hace una de las nenas, la más grande, que por suerte ayuda bastante, dice Godoy, y sigue con lo del búfalo, que no lo pueden encontrar, que es blanco como una nube, escurridizo, y que ya lo vieron, pero se escapa, salta y se pierde en el monte, que mató cuatro caballos y que al último lo encontraron colgado de un alambrado.

Mi amigo el Vikingo fue con las nenas. Que jueguen con las de Godoy, le dijo Gaby, no van a cazar, te lo advierto. Pero después del asado él sube a las nenas a la chata, con Godoy y la más grande de él, que ya es gaucho rastreador, y salen a buscar al búfalo. En la radio suenan marchitas militares, de una señal de allá que en cada tanda pasa frases de Cecilia Pando. Qué mujer, qué mujer, qué radio, Argentina con cosas así se va a hacer grande, piensa el Vikingo.

El búfalo está quietito entre las tucuruteuampeí, y es fácil acercarse. Duerme o se hace el dormido. El Vikingo ya lo va a  poner a dormir. A las nenas las tiene amordazadas, para que no hagan ruido, y Godoy está lejos y nadie lo va a llamar porque si no el búfalo se despierta y se va. Así que el Vikingo apunta, firme, y dispara. Pero el disparo se escucha y el tiro no sale. Y el bicho también escucha, y se mueve, y sopla el viento para donde está el Vikingo y el bicho lo huele, a él y a las nenas, así que se quedan quietos porque el búfalo viene y lo mejor es hacerse el muerto; pero las nenas no pueden, se asustan y empiezan a  gritar y el bicho se viene y las nenas están paralizadas gritando y al Vikingo la vida no le pasa en un segundo y como en una película, porque el grito de las nenas le traba la película.

El búfalo llega, está mansito. Se acuesta al lado del Vikingo, lo cornea un poco, abre la boca y saca la lengua y se la aplasta en la cara, un lengüetazo áspero. Se encariña con el Vikingo, el búfalo, y lo lambetea de pies a cabeza y después se va, como cantando.

Y todo pasa.

A la vuelta, las nenas chocan las palmas y cantan una canción. El búfalo está lejos. Ya sale la luna, y las estrellas, y el búfalo se relame y muge al compás de la canción. La noche es tibia y la ruta es blanda, como de lana.

Fin de la historia. Pero lo que vengo a decir, en realidad es que mi amigo el Vikingo existe, se llama Federico, tiene cuarenta años y vive en Don Torcuato, cerca de mi casa. Tiene un gimnasio que da a su jardín. Los vidrios espejados dejan ver de afuera para adentro, pero de adentro para afuera no, así que él siempre mira a las pibas y a los pibes, todos los rugbiers musculosos del Hindú club tetracampeón. Mi mujer es amiga de la mujer de él, de toda la vida, y mis hijos, ahora, son amigos de las hijas de él, van al mismo jardín de infantes, todo. A veces nos juntamos, para algún asado. Mi mujer me dice si no querés, no vengas. Pero cómo no voy a ir, si me invitaron. Además hace ricos asados, el Vikingo. Tiene la parrilla en el piso, igual que yo, sobre unas chapas. La diferencia es que él la puso sobre la medianera del vecino, y el humo se engloba alrededor de la carne y la pone más rica. El Vikingo deja la carne cruda, bien sabrosa, y todos suelen pedirle a mí este pedazo cocinámelo un poco más. Pero a mí me gusta así, más cruda, se ve que ya le tomé el gustito. A veces a esos asados van amigos de él. Todos iguales. Cuando ganó Obama decían que se venía el fin del mundo. Hay uno que en esa época estaba como loco, se arrancaba los pelos. El Vikingo lo imitaba, y se agitaba como poseído. La última vez que lo oí hablar de política decía que explote todo ya, que explote todo ya.

Es un poco violento, hay que reconocer. Hace poco se bajó del auto a increpar a uno que lo había encerrado después del peaje y había frenado en el semáforo de la 202.

Entonces le preguntó qué le pasaba y el tipo le dijo si andás más lento bancatelá. Y el Vikingo le surtió tres bollos en la cabeza a través de la ventanilla. Pero cuando el tipo se agachó a buscar algo abajo del asiento, salió corriendo. Pensé que buscaba un fierro, no me daban las patas para correr.

El Vikingo también es cariñoso, o eso parece cuando alza a las nenas. Fue padre después de los 35 y eso no sé si ayuda, te agarra cansado. A él le pasó eso, al menos, o eso dice. No es muy buen padre, en realidad, pero cuando alza a las nenas parece que sí, por cómo ellas lo miran. Es más grande que yo, y que su mujer, y que la mía, nos lleva como diez años.

Tiene una colección de CDs bastante impresionante. Y cuando yo empecé a fanatizarme con Virus le pregunté si no tenía discos, si no había ido a recitales, porque él en los 80 era un joven ochentoso. Pero el rock nacional no le va. En realidad, salvo los asados, es poco lo que comparto con mi amigo el Vikingo.

Tanto que por momentos parece que él es una cara de la moneda, y yo la otra, y que juntos andamos por ahí, girando de canto por la 202, de ida, de vuelta, atravesando todo Don Torcuato.

En fin, esto podría ser un manifiesto, porque a mí me gustaría manifestar la posibilidad de que eso realmente pase.

Es difícil, igual. El Vikingo hace poco me contó que conoce a un albañil que en los 70 trabajó en los monoblocks de Uruguay y Panamericana, al lado del cementerio de Boulogne. Y parece que el tipo estaba muy impresionado porque en esa época, trepado a un andamio, vio cómo un camión militar volcaba cadáveres enfrente, o sea en el cementerio. Parece que no podía parar de hablar de eso, el tipo. Y yo digo: ¿para qué me cuenta eso este Vikingo amigo mío?, ¿no sabe que mi mamá estuvo en Campo de Mayo y que mucha de la gente que mataban ahí iba a parar a ese cementerio? Se la pasa haciendo comentarios así. En cuanto tiene uno, lo tira, sin empacho.

A veces pienso si su lengua no es la del búfalo ese, que se le fue de las manos, y que ahora me raspa la cara. Otras veces el búfalo soy yo, y me voy por ahí a matarle los caballos.

Quería hablar un poco de Campo de Mayo, también. Porque a fin de cuentas, está muy cerca de casa y es un muy lindo lugar. Arbolado, pintoresco, con edificios bastante bien mantenidos y un barrio de suboficiales donde a cualquiera le gustaría vivir. Al menos eso es lo que se ve. El otro día descubrí que hasta tienen una cancha de golf ahí adentro. Qué suerte que lo veas así, dice el Vikingo, que hizo casi toda la colimba ahí adentro, y sabe un poco más.

También quiero manifestar que el Vikingo es rubio, tiene ojos claros, de Noruega o Finlandia, y achinados; es grandote y además de tener el gimnasio es personal trainer, así que si alguien lo necesita, me avisa y le paso el número. Hasta hace poco tenía el pelo largo, pero se lo cortó y la verdad que ahora le queda mejor. Antes parecía un Vikingo y por eso que yo le digo Vikingo. Ahora parece un nene grande. Un nene que no creció. Se ríe, le gusta la cerveza roja con espuma. Lo veo reírse con los labios blancos, por la espuma. Su mujer también se ríe, y la mía. Porque hice un chiste, recién.

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