Por Edmundo Paz Soldán Julio 2, 2014

© Paloma Valdivia

Les habían dado el tip de que allí, en esa casa cerca del arroyo en las afueras de Nova Isa, vivía una comunidad dedicada a consumir jün. El capitán Osheld llegó esa tarde a la casa liderando a un grupo de shanz. Ingresaron por un camino de tierra flanqueado por arbustos, hasta detenerse a las puertas de una vivienda rústica, de madera. Subían por una escalera cuando a la entrada asomó un hombre de gewad dorado y sandalias de grafex.

No debieron entrar sin permiso, el pieloscura hablaba con un acento cantarín que Osheld no pudo identificar. No hemos hecho nada malo.

Sabemos que hacen ceremonias con jün, dijo Osheld. Suficiente p’aproblemarse.

Lo hacemos desde hace tiempo y nunca ha habido líos. Las ceremonias son religiosas y noso culto nostá prohibido.

Hay nuevas órdenes, debería actualizarse.

Osheld le pidió que los llevara al lugar de las ceremonias. Una mujer salió de la casa y se puso al lado del hombre de gewad dorado, que se llamaba Seignes. Tenía en la frente el tatuaje de una cruz invertida. Seignes y la mujer condujeron a Osheld y a cuatro shanz por una pendiente inclinada por la que se descendía hacia una capilla de amplias ventanas. En la parte central de la capilla Osheld observó una efigie de Xlött y una botella llena de un líquido espeso. Dos parejas estaban sentadas en el suelo, riendo; una de las mujeres era irisina y llevaba un bebé dormido entre los brazos. Osheld se preguntó si los demás eran pieloscuras o kreols. Apenas los vieron, las parejas dejaron de reír y se incorporaron; el bebé se puso a llorar. Seignes les informó lo que ocurría mientras la irisina arrullaba al bebé hasta calmarlo.

Más allá de la capilla, bajo un techo rectangular de polímeros de lino, había un horno y varias ollas y a un costado un rectángulo con seis pedazos de troncos a manera de asientos, sobre los cuales se apoyaban combos macizos. Las ollas estaban vacías. Antes de que se iniciara la misión, Osheld había visto holos sobre la forma en que se preparaba el jün. El tallo de la planta debía ser molido con los combos, hasta que se transformara en una multitud de filamentos, y luego éstos se echaban a hervir en las ollas, mezclados con un líquido que era el residuo de una preparación anterior de jün. Después de medio día de cocción a fuego lento, el líquido viscoso, amargo y violeta era colado y reducido en una batea. El resultado final era el conducto por el cual los irisinos tenían visiones y se ponían en contacto con sus dioses. Osheld no había probado swits ni ninguna de las otras drogas populares entre los shanz en el cuartel, pero sí reconocía tener curiosidad por el jün. Casi todos los shanz lo habían probado en Nova Isa. Algunos de ellos incluso habían tenido experiencias tan fuertes que los habían hecho convertirse en secreto al culto de Xlött. La propagación del culto entre los shanz era el motivo principal por el cual el Supremo quería que se destruyeran todos los lugares donde se preparaba el jün. Una misión imposible. Ahí estaba Osheld junto a cuatro shanz que debían seguir órdenes pero que hubieran preferido que no se destruyera nada. Xlött les haría pagar caro ese sacrilegio.

Ustedes no son de ki, dijo Osheld.

Somos de Munro, dijo Seignes. Nos mudamos a Iris dieciséis años ha.

Dieciséis años, dijo Osheld. Les queda poco tiempo.

Con la ayuda de noso Señor, viviremos más de veinte años.

He oído esa historia tantas veces. Mas Iris no perdona. Ni a creyentes ni a ateos. Se puede saber por qué se vinieron.

Por el jün. Lo probamos en Munro una vez. Somos dun pueblo del hinterland. Noso guía tuvo una iluminación y dijo que había que construir una comunidad en Iris. Él se vino y lo seguimos.

Muchas razones pa venir a Iris, dijo Osheld. Jamás había escuchado ésta.

Es que no ha probado el jün. Si no, lo entendería.

Osheld hizo una mueca que intentó en vano convertirse en sonrisa. Esos pieloscura habían dado todo por mudarse a la isla, mientras que él cruzaba los dedos para que sus superiores no desatendieran su pedido. Se arrepentía de haberse venido a Iris y ya ni siquiera se acordaba del motivo por el cual había tomado esa decisión tan dramática. Por eso había rogado que lo dejaran marcharse, aun sabiendo que el contrato firmado impedía cualquier posibilidad de irse. Ya estaba contaminado por sus radiaciones tóxicas, no podían arriesgarse a que contaminara a nadie Afuera.

Es verdad q’el jün tiene cualidades adivinatorias, preguntó Osheld.

El jün sirve pa todo, dijo Seignes. Le hace una pregunta, el jün responde.

Suena tentador.

Nadie se enterará de lo que haga ki. Sólo pídale a sus shanz que no hablen.

Seignes ponía nervioso a Osheld. Parecía conocer sus debilidades y se aprovechaba de ellas. Podía resistirse, para mostrarle que estaba equivocado con respecto a él, pero eso no lo conduciría a nada. Quería saber si sus superiores harían caso a su pedido y lo dejarían marcharse. Esa incertidumbre lo había trabajado las últimas semanas, despertándolo por las noches, distrayéndolo en el día.

Y siempre dura tres horas, preguntó.

Al menos, intervino la mujer de Seignes con voz ronca. El bebé volvió a llorar y la irisina emitió unos chillidos dulces que sobresaltaron a Osheld. 

No tengo tanto tiempo libre.

Tendrá que conseguirlo. Hay que respetar las leyes del jün. La primera hora será como si se lo tragara una dushe. Será brutal y quizás vomite o se cague en sus pantalones. Den la dushe lo expulsará y comenzará la maravilla.

Y tendré la respuesta a mi pregunta.

Puede que sí. Mas la respuesta no suele ser clara. Tendrá que interpretarla.

Osheld se dio la vuelta y se acercó a los shanz. Les pidió que lo dejaran solo. Que volvieran a los jipus y lo esperaran.

Tengo que negociar con ellos, dijo, y los riflarpones de ustedes los nerviosean.

Uno de ellos lo miró con aire cómplice. Osheld sabía que no le creían, pero qué importaba. Quizás estaban felices de saber que su capitán se animaba a hacer lo que ellos habían hecho hacía mucho ya.

Los shanz se perdieron por la pendiente. Osheld le dijo a Seignes que estaba listo. Seignes se sacó las sandalias, Osheld las botas, e ingresaron a la capilla. Seignes se acercó a la mesa en el centro y llenó un vaso hasta la mitad del líquido violeta. Osheld se persignó y bebió. Mientras lo hacía, sintió que la efigie de Xlött en la mesa no dejaba de mirarlo.

Poco después comenzaron los vómitos.

Luego, la maravilla, en la que hubo tiempo para la pregunta.

Tres horas más tarde todo había terminado.

Osheld se acercó a Seignes a agradecerle. Su bodi todavía temblaba, azuzado por la experiencia. Los pulmones y la garganta le dolían como si hubiera inhalado humo. Quizás lo había hecho. Sentía la boca amarga y observaba cómo sus manos volvían a ser suyas. Una luz brillante iluminaba la capilla; la madera parecía recién barnizada.  

Si hubo respuesta, dijo Seignes, respetará el poder del jün den y nos dejará tranquilos.

Ha sido un viaje increíble, dijo Osheld. Digo ha sido como si hubiera terminado y quizás sigue. Mas reconozco que hubiera preferido una respuesta positiva.

De modo que ya la interpretó.

No era difícil.  

Así no funcionan nosas reglas, dijo Seignes. El jün es el jün. No podemos asegurar q’es lo que se le ocurrirá decir.

Yo no soy de su comunidad, no lo olvide.  

Osheld subió por la pendiente y siguió por el camino de tierra hasta llegar a la puerta de la comunidad, donde se encontraban los shanz fumando koft y mascando kütt.

Todo bien kapi, dijo uno de ellos.

Osheld asintió.

Nos vamos den.

Primero destruyan la capilla y el lugar do preparan el jün. No toquen la casa.

Lo miraron sorprendidos. Esperaron un largo y silencioso momento, como dándole tiempo de que se arrepintiera. Cuando se dieron cuenta de que la orden no sería cambiada, tomaron sus riflarpones e ingresaron a la comunidad.

Ficción QP: Jün

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