Por Mike Wilson* Junio 11, 2014

© Paloma Valdivia

Esa sensación que pesa en el vientre, como una moneda amarga que no deja de caer, y pesa y pesa y pesa, y es la ausencia, la ausencia de ella ante la idea de ella. El relieve es oscuro y bello, es un desierto de arena negra, es el paso quieto de un hombre a la deriva, es el cielo de una habitación vacía, y es la desolación que me ha hecho sentir más vivo que nunca.

Empezaba el otoño, yo salía de un edificio y ella entraba, quiero pensar que me miró pero sospecho que no lo hizo. La vi por unos segundos y sentí eso que se siente cuando alguien así aparece y desaparece y uno se queda lamentando la falta de pretextos.

De vez en cuando me quedo en la cama hasta tarde. Cierro los ojos y me imagino a un hombre que a veces es patético y triste, otras heroico y noble, la mayoría de las veces es pedestre, anónimo, que no hace nada que valga la pena recordar. Imagino la vereda de una calle cualquiera, en un barrio cualquiera, contando pasos, eso, el tipo que camina y cuenta los pasos, o el tipo que camina y no pisa las grietas, o el tipo que camina sin alzar la vista. Así me aproximo a esa figura menos que memorable. Soy el tipo que piensa en un tipo olvidable.

Invierno. Estoy con un amigo, afuera está nublado y hace frío. Ella aparece. Esta vez me sonríe. Segundos después mi amigo me dice: ¿Viste eso? ¿Viste cómo te miró? No reaccioné, ella se alejó. Mi amigo me dice que no hay nada que hacer, asiento y me tomo el último café antes de las vacaciones.

El segundo mes de invierno. Voy a un boliche cerca del parque. Hay una chica, otra chica, ya no pienso en Ella, esta chica me habla, me gusta, le pido su número. Se llama Q. Salimos un mes, pero yo no estoy del todo convencido. No logro sentir lo que Q quiere que sienta. Hablamos en un café cerca del metro, trato de explicarle, es triste, me voy. Ella reaparece preguntando si nos vamos a volver a ver. Le digo que no puedo, la razón siempre da lo mismo. Ella insiste, la evito, me siento mal, cobarde. A veces pienso que quizá debería verla. A veces no.

Estoy cansado, no escribo, duermo poco, voy a la Facultad por inercia, las cosas se vuelven obsoletas por unas semanas. Dejo de pensar en el hombre que camina. Me levanto, me baño, trato de comer, casa, metro, Facultad, metro, casa, metro, Facultad, metro, casa, metroFacultadmetrocasa… Así pasan las semanas, hasta que en uno de esos metros Ella reaparece.

Me puse a ver tele. Wilfred, How I Met Your Mother, programas de meteorología. Mi insomnio se agrava, el hombre que camina retorna. Me refugiaba en esas vidas postizas. Aún sin ganas de escribir, Q me seguía buscando, yo salía con mis amigos porque quedarme en casa resultaba intolerable.

El tercer mes de invierno. Me bajé de la línea 1 para combinar con la 5. Estaba esperando el tren cuando ella se detuvo a unos metros de mí. Se acercó, quise creer que me había notado y que se acordaba de esa vez que me sonrió. Estaba equivocado.

No me acerqué.

Volví a verla unos días después. Ella venía caminando. Esta vez sé que me vio, sé que sonrió, y sé que se sonrojó. Junté valor y le hablé. No me acuerdo de los detalles, sólo que fui torpe, preguntando si la había visto antes y balbuceando algo, ella se rió, yo le pregunté su nombre y me quedé en blanco. No me pasa con frecuencia. Le dije chau y huí.

Suelo olvidarme de los nombres. Esta vez no.

La próxima vez estaba sentado en un banco tomando un café, la llamé, me miró y sonrió. Me acerqué y le dije que no me había presentado, que soy M, le pregunté qué hacía, le conté qué hacía yo, le pregunté si querría tomarse un café. Hubo una pausa, breve creo, pero en mi mente se extendió, ella miró hacia un costado y apretó los labios, yo contuve la respiración. Volvió a mirarme y me dijo ya. Me dio su número, dije gracias, me despedí y volví a huir.

Último mes de invierno. Sigue el frío. Le mandé un mensaje para que nos juntáramos el jueves. Ella entendió hoy, yo mañana, quedamos en jueves. Volvió el insomnio, ahora porque hace mucho que no me sentía así.

Pensaba en el hombre que camina, avanzaba un poco más rápido, apartando la vista del cemento, sin importarle contar los pasos, o pisar las grietas. Pensaba en la idea de volver a escribir. Seguía viendo tele y pensaba en ella, y las cosas estaban bien, tanto que dormir me parecía una interrupción innecesaria de esa sensación agradable. Lo raro es que no me sentía cansado.

El jueves me dejó plantado en un café que se llama Faustina. Justo me encontré a una amiga al entrar. Le conté que iba a juntarme con una chica, le resumí la historia, le encantó, antes de ir a pedir algo le dije que era posible que me dejara plantado y que ella sería testigo, me dijo que no, que no pensara así, yo me reí. Cuando regresé a la mesa mi teléfono se iluminó.

Me avisabas que no venías. Ahora que lo pienso, nunca dijiste por qué.

Quedamos en vernos la siguiente semana, lunes creo. Seguía durmiendo poco.

Hace frío, estoy sentado afuera de Faustina, justo cerraron. Parece que el universo no quiere que nos tomemos un café ahí. Llegas, te ves bien. Vamos a otro lugar, cerca. Compartimos algo. Hablo y me escuchas, de música, libros, cine, tele, mi familia, me dices que te imaginas que mi mamá es linda, hablo demasiado, temo los silencios. Me cuentas cosas, de dónde vienes, que te gusta viajar, que venías saliendo de una relación mala, que prefieres no hablar de eso. Tenemos cosas en común. Pasan las horas, tienes que irte. Tomamos un taxi y te dejo en tu casa. Quiero verte de nuevo, te digo. Hablemos, me dices. No sé qué significa eso.

Pasa un día, más mensajes, una película de Jarmusch, quedamos en ir al cine. No duermo mucho, el insomnio alegre. Nos juntamos un sábado. Llego, tienes puesto un abrigo verde que te queda bien, te ves linda. Vuelvo a hablar demasiado, te ríes cuando digo algo gracioso. Compro cabritas y entramos. Me preguntas si apagué mi teléfono. No sé por qué, pero me agrada que me preguntes eso. La película nos gusta, Tilda Swinton y otro, y son vampiros, y funciona y es linda y es triste. No decimos nada. Comemos cabritas en silencio.

Me avisas que llegaste en bicicleta. Caminamos hasta tu casa. Hablamos, te cuento cosas, quizá demasiadas cosas, algo cambia, lo noto en tu rostro, lo escucho en tu voz, te alejas, te pierdo. Llevo la bicicleta, soy descoordinado y el pedal me raspa. Creo que te das cuenta y te ofreces a llevarla. Me siento inepto. Llegamos a tu casa y sé que las cosas cambiaron, te vuelvo a decir que quiero verte de nuevo, tú me vuelves a decir que hablemos. Las mismas palabras de la otra noche, pero ya no significan lo mismo.

Duermo mal. Trato de pensar en el hombre que camina pero está lejos y no se deja ver. Me vuelve a escribir Q, quiere verme. No hago caso.

Salimos una vez más. Casi dos. Ya no me respondes.

Se acaba el invierno. Primavera. A veces me imagino que un día me vas a escribir, que un día me vas a decir que sí, que nos tomemos un café, quizá por fin vayamos a Faustina. Pero la mayoría de las veces la parte lúcida me revela las cosas como son. Como cuando pienso en Q buscándome como yo te buscaba a ti. Me doy cuenta de que siempre supe lo que soy para ti, así como sé lo que Q es para mí.

Te vi una vez más. Justo estaba mi amigo. Poético eso, que atestiguara el comienzo y el fin. Él te saluda con frialdad, yo quisiera hacer lo mismo pero no me sale. Nos decimos hola, palabras mínimas y un silencio incómodo. Quiero pensar que ahí, en ese instante quieto, yace el eco de algo que alguna vez pudo ser, ese algo que ya no encuentra su sitio. Nos despedimos y te alejas. Amago a ir por ti, decirte algo torpe, como esa primera vez. Pero no lo hago, no por temor ni vergüenza, simplemente no quiero hacerlo.

Ahora es tarde y sueño que eres una pieza vacía, y entiendo, y dejo de querer hablarte, y pienso en el hombre que camina, ya no avanza, mira el suelo, trato de verle el rostro pero tiene la cabeza gacha, está quieto, demasiado quieto, y dejo de pensar en él y ahora el insomnio se instala, siempre sigue ahí, es lo único que se ha mantenido todo este tiempo, sólo que ahora es un desvelo que no significa nada.

Girl

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