Por Esteban Catalán, desde Nueva York // Fotos: Patrimonio de Gordon Matta-Clark, Artists Rights Society (ARS). Febrero 9, 2018

En uno de los videos de Anarchitect que expone el Bronx Museum of the Arts de Nueva York, Gordon Matta-Clark, nacido en 1943 y muerto en 1978 por culpa de un cáncer de páncreas, camina durante unos segundos por una calle abandonada. Es el mismo hombre que por dos meses hará, ilegalmente, cinco incisiones en la pared, el piso y el techo de un embarcadero abandonado para crear “un templo de sol y agua”.

Pero el templo de sol y agua —o proyecto Day’s End— será clausurado por la policía de Nueva York el mismo día de su apertura y luego abandonado hasta su demolición.

Matta-Clark avanza a paso rápido, concentrado, casi molesto. El pelo le cae sobre la cara, una cara muy parecida a la de un niño. Va hacia la cámara, pero no la mira, desapareciendo del cuadro para que el foco se concentre en la ciudad.

Autor de una obra tan breve como impactante, poco se sabe del hijo de Roberto Matta. La vida íntima del anarquitecto parece sacada de una de sus célebres intervenciones, un edificio de múltiples niveles atravesado por el vacío.

 

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La retrospectiva del Bronx Museum of the Arts —abierta hasta el 8 de abril— revisa más de cien obras, incluyendo dos proyecciones fílmicas y material de archivo de su trabajo a partir de 1972, en un período de declive económico y descontento social en Nueva York. Ahí está el registro fotográfico de trenes y muros neoyorquinos, cuando el grafiti recién despuntaba, pero también los cortes de edificios que luego perfeccionaría a escala monumental en Manhattan.

“La vida íntima del hijo de Roberto Matta parece sacada de una de sus célebres intervenciones, un edificio de múltiples niveles atravesado por el vacío.”

Hay muchos Matta-Clark. Está, por ejemplo, el activista social. Fue en el sur del Bronx donde empezó a hundir las manos y la cabeza en lo que consideraba heridas del capitalismo tardío. Hijo del primer matrimonio de Matta con la artista estadounidense Anne Clark, estudió Literatura Francesa en la Sorbona y Arquitectura en la Cornell University, y construyó en 1971, con 28 años, Garbage Wall, un grupo de viviendas sociales con paredes sólidas creadas a partir de la fundición de desperdicios de fabricación industrial, desde electrodomésticos a utensilios de cocina. Era la Nueva York de basura en todas partes, de edificios en ruinas y veteranos de Vietnam sin hogar.

“Él parte haciendo arte desde lo privado y se desplaza en sus obras a trabajar en espacios públicos. Buscaba mejores lugares para la sociedad, en espacios sin uso, abandonados. Sus obras fueron realizadas en áreas marginales, en sitios de difícil acceso, y exigían un enorme esfuerzo físico”, cuenta el director Matías Cardone, autor del hermoso documental Crossed Words, que reconstruye la vida del artista en las voces de su círculo más íntimo. Matta-Clark volcó sus esfuerzos a una propuesta directa con la comunidad de Nueva York, entonces en bancarrota, para combatir la situación de las personas sin hogar.

Garbage Wall alcanzó a convivir con el proyecto Food (1972), un restaurante ubicado en el SoHo que fundó junto a su novia de entonces, la bailarina y fotógrafa Carol Goodden, en donde se ofrecían almuerzos a precios simbólicos.

El proyecto se extendió por dos años. Hoy el lugar está convertido en una tienda de ropa femenina, perfectamente vacía y luminosa en un barrio para millonarios.

 

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La muestra llega en un momento crítico para los espacios comunitarios en Nueva York. La crisis del emblemático subway —servicios suspendidos, fuego en las vías, trenes descarrilados— saca una y otra vez a la superficie la vergüenza de la ciudad: Nueva York concentra a la vez la más alta opulencia y una extrema precariedad.

A contrapunto de los rascacielos y departamentos de cien millones de dólares en Manhattan, hay más de sesenta mil personas sin techo, el número más alto desde 1983. Muchas de ellas se protegen del frío extremo malviviendo en el metro, que no cierra jamás. En la ciudad que pasó de la bancarrota a ser la capital financiera del mundo, los habitantes de los barrios pobres de Brooklyn viven once años menos que los del distrito financiero. La misma diferencia entre vivir en Dinamarca o vivir en Irak.

 

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En la muestra está, por supuesto, el Matta-Clark ciudadano. La obra Bronx Graffiti da cuenta de la mirada adelantada de Gordon, con un registro de muros y trenes cuando recién nacía el grafiti, en 1973. Ese mismo año, se dedicó a intentar comprar, por toda la ciudad, pequeñas franjas de espacios entre casas que aún no eran propiedad privada. La residentes lo echaban por loco. Sus amigos no lo entendían. “Gordon estaba haciendo arte mientras el resto de nosotros nos creíamos que lo hacíamos”, dice el artista Dennis Oppenheim en Crossed Words. “Lo hacía porque tenía un sentido político mucho más refinado que los demás”.

“Su compromiso social se escribe diferente de su versión identitaria actual y ciertamente de forma distinta de la historia de este ideal en Latinoamérica. Pero es sólido, underground en el sentido literal de la palabra y también lúdico y optimista”, dice el crítico chileno Christian Viveros-Fauné, curador de la exposición Elegies, del artista puertorriqueño Angel Otero. La exposición acompaña y complementa la muestra de Matta-Clark en el Bronx Museum: celebraciones de la resiliencia del arte en tiempos de cambio.

 

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Está el Matta-Clark anarquitecto, que le da nombre a la muestra y a la leyenda. Aunque estiró el campo de su trabajo en un arco que se tensaba desde la danza hasta la comida, pasando por intervenciones como Clock Tower —cuando se subió al reloj de la ciudad para afeitarse, ducharse y lavarse los dientes desde el cielo—, su fama llegó a través de los denominados cuttings: cortando, agujereando o desplazando edificios para luego fotografiarlos y exponer, en sus montajes, sus ideas sobre el espacio.

Para Viveros-Fauné, su obra “es un vivo ejemplo de un arte de alto vuelo que se puede hacer sin dinero. A diferencia con la Nueva York de hoy, la anarquitectura depende y emana de una creatividad que tiene cero que ver con el mercado y todo que ver con una visión crítica, accesible y experimental por encima de todo”.

La proyección del proceso de Day’s End en el Bronx muestra imágenes de un interior oscuro, con la luz que empieza a colarse por las grietas. El artista separa el embarcadero de la tierra, abre una medialuna gigante que deja entrar la luz y el agua. Un lugar abandonado convertido en un templo para la comunidad que dura sólo unas horas.

Luego, fuera de cámara, llegará la policía y preguntará si alguien tenía un permiso, y sus amigos tendrán que sacarlo de la ciudad.

 

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No está en la muestra el Matta-Clark íntimo, que siempre parece una fotografía en movimiento, bailando, saltando. “Gordon no hablaba mucho de nada. No hablaba de su pasado. No hablaba de su padre”, cuenta Jane Crawford, viuda del artista. Roberto Matta prácticamente abandonó a los gemelos Gordon y Batán al nacer. Luego empezó a pasar un mes con ellos cada verano en Long Island. Por contraparte, Gordon creció literalmente con amigos de la familia como Marcel Duchamp, que tendrían una amplia influencia en su trabajo. “Matta hizo lo mejor que pudo para mantener a los gemelos”, dice Crawford, “pero por muchos años no tuvo dinero. Tu puedes enviar arte, pero no puedes comer arte”.

La relación con el pintor chileno siempre fue esquiva. “Gordon trataba de hablarle, él quería hablar de arte con su padre, pero Matta no era capaz de eso. Hablaba sólo de él y sus logros”, relata la bailarina Carol Goodden. Matta-Clark viajó a Chile en 1971 y protagonizó una intervención en el Museo de Bellas Artes, cuando rompió algunos de los orinales del baño de hombres con un martillo para instalar una sala de espejos que permitía ver a los pájaros volar desde el interior.

Luego se reencontró con su padre en Francia en 1975, en donde cortó un edificio en Conical Intersect, otro de los trabajos que recoge la muestra del Bronx en video. Pero Matta, según su viuda, “pensaba que todo había sido una ridiculez y le había concretado a Gordon una entrevista de trabajo con un arquitecto amigo suyo que estaba construyendo un edificio al sur de París”.

“Viejo necio”, le espetó Crawford, “¿no te das cuenta de que tu hijo es un artista?”.

Pero el pintor chileno no supo contestar la pregunta.

 

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Batán, el hermano gemelo de Gordon, se quitó la vida en 1977. Según Goodden, John Sebastian Matta-Clark “estaba emocionalmente dañado desde los tres años, no calzaba bien en el mundo y nunca salió de su habitación”. Pero ese año su situación empeoró y comenzó a hablar de gente que caía de aviones en movimiento. Gordon se lo llevó a su departamento, un octavo piso en Manhattan, en donde Batán le pidió que comprara algo para comer. Al volver, se encontró con su cuerpo en la acera.

Gordon nunca pudo recuperarse. Pensaba que le había robado la vida a Batán y que “tenía dos vidas” dentro de él. Que le había consumido su energía.

La respuesta fue Sous-sol (Descending steps for Batan), una variante de cómo expandir el arte a lugares inaccesibles –que ya había desarrollado en Bronx Floors, otro de los atractivos de la exposición–. Esta vez en París, Matta-Clark simplemente empezó a cavar un agujero hasta descender cuatro metros en la tierra, sin entregar ninguna explicación.

Se acumularon las invitaciones a cortar edificios alrededor del mundo, pero poco después el cáncer de páncreas sacó a Gordon de las calles, en donde colaboraba con colegios y trabajaba con familias recién llegadas de Puerto Rico. Le dieron tres meses de vida, así que organizó una fiesta de despedida.

Como su muerte no apareció en ningún obituario, sus amigos compraron un espacio de publicidad en una revista de arte para escribirlo. Escribieron que Gordon Matta-Clark pasó su vida bailando de un lado a otro. Que trabajó bailando. Que estaba convencido de abrir así el mundo. De que el mundo, abierto, podía llegar a verse así.

 

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