Por Evelyn Erlij // Foto: José Miguel Méndez Diciembre 7, 2017

Al general Carlos Prats le gustaba escribir. Ganó algunos concursos con cuentos y ensayos, y desde 1931 empezó a redactar una suerte de diario que, varias décadas después, se convirtió en Memorias: Testimonio de un soldado, un libro que, además de exponer su talento y sensibilidad literaria, relata desde un punto de vista personal algunos episodios esenciales del Chile del siglo XX. El hombre que pasó a la historia como defensor de la Constitución —por su lealtad con Salvador Allende fue asesinado en Buenos Aires junto a su mujer, en 1974— se devela en sus escritos como un pensador lúcido del presente, pero también del futuro, como lo muestra la entrada que escribió el martes 11 de septiembre de 1973:

“Pienso en la terrible responsabilidad que han echado sobre sus hombros mis ex camaradas de armas al tener que doblegar por la fuerza de las armas a un pueblo orgulloso del ejercicio pleno de los derechos humanos y del imperio de la libertad. Medito en los miles de conciudadanos que perderán sus propias vidas o la de sus seres queridos; en los sufrimientos de los que serán encarcelados y vejados; en el dolor de tantas víctimas del odio; en la desesperación de quienes perderán su trabajo; en la desolación de los desamparados y perseguidos, y en la tragedia íntima de quienes perderán su dignidad”.

“Una de las cosas más relevantes de este proyecto es entender a la familia militar constitucional antigolpista. Es un memorial ético desde el que se quiere instaurar un nuevo diálogo”, dice Prats.

Este párrafo, extraído de entre las 1.700 páginas que el militar apuntó a mano, podrá leerse desde esta semana en uno de los muros de entrada del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, institución que encargó al artista Fernando Prats y al curador y poeta Rodrigo Rojas crear una obra permanente en homenaje al general, luego de que ambos montaran allí la exposición temporal Acción medular, construida en torno a los escritos del ex comandante en jefe del Ejército. El texto, recreado en neón, estará oculto detrás de cilindros horizontales que contienen extractos geológicos de distintas partes del territorio chileno, una alusión a los paisajes donde todavía quedan restos de detenidos políticos que no han sido encontrados.

“Uno no va a decodificar racionalmente el texto, sino que verá la luz que irradia entremedio del territorio y que remite al dolor, a los traumas, pero también a la historia geológica, la fricción y la fuerza propias de la tierra”, explica Rodrigo Rojas, quien trabajó por primera vez con Fernando Prats —radicado en Barcelona desde 1990— en la muestra Carnaza de la poesía, exhibida en la Galería Patricia Ready el año pasado y en la que reflexionaron en torno al lenguaje y el paisaje. En este proyecto, en el que ambos temas vuelven a surgir, aparecen otros dos elementos clave: la memoria, una preocupación constante en la carrera de Prats, y la pregunta sobre por qué no hay un lugar en Chile en el que la figura del general tenga visibilidad.

Aunque el artista es pariente lejano del militar —“soy sobrino nieto en segundo grado, él era primo hermano de mi abuelo”, aclara—, la motivación para tomar su figura no tuvo un origen familiar, sino histórico: “Su imagen es poderosa en términos políticos y sociales, en el sentido de su cercanía con el pueblo, de su capacidad de dialogar con todos los partidos políticos y de buscar siempre el consenso. Una de las cosas más relevantes de este proyecto es entender a la familia militar constitucional antigolpista, compuesta por gente como Carlos Prats, Alberto Bachelet y René Schneider. Este es un memorial ético desde el que se quiere instaurar un nuevo diálogo. No hay que olvidar que es el Museo de la Memoria el que está reconociendo la figura de un militar para colocarla en su acceso principal”.

La idea era escoger un párrafo que resumiera su pensamiento y estructura ética, explica Fernando Prats, una decisión que Rodrigo Rojas resume así: “Elegimos una reflexión donde él mira el quiebre institucional de Chile, la puesta en peligro de muchas vidas, el fin de un proyecto de gobierno y la forma que tiene el país de sucumbir ante las grandes presiones de la Guerra Fría. Él observa esa contingencia, la reconoce y es capaz de reflexionar más allá. En un minuto en que el país y el mundo entero están divididos por un pensamiento bipolar, él logra proyectarse más allá e imaginar el futuro de un Chile no desde el punto de vista del desarrollo económico, que ha sido el eje de la discusión política de los últimos 40 años, sino que imagina cómo va a responder el país frente a una pregunta ética”.

 

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La explosión de memoria que hubo tras las tragedias del siglo XX obligó a los estados a hacerse cargo de ese pasado que no era la historia rígida y monolítica de los libros. En todo el mundo se crearon espacios pensados para luchar contra el olvido, como un gesto de responsabilidad moral para que esas catástrofes no volvieran a ocurrir. Pero la memoria es un concepto complejo, dinámico, cambiante, abierto y heterogéneo, que depende de quién recuerde. “La forma que tuvo el Museo de la Memoria chileno de hacerse cargo de ese problema fue otorgarle un espacio muy gravitante al arte contemporáneo, que viene a desestabilizar los discursos y que no trabaja en torno a respuestas certeras. Ahí entra Fernando Prats a establecer nuevas preguntas”, explica Rojas.

El artista agrega: “Estamos abordando un período de nuestra historia que no está resuelto, y lo que pone en cuestión el general es el papel del Ejército chileno. Carlos Prats encarnaba a un Ejército que estaba cerca del pueblo, que dialogaba con él y que apoyaba una Constitución votada por la gente. Su legado puede servir para las nuevas generaciones, porque lo que hace la obra es reactivar la memoria a través del texto y los testimonios geológicos. La interpretación de esos elementos es compleja: en esos vestigios está la memoria que aún no queremos reconocer”, explica Prats, que había trabajado el problema sobre cómo recordar los traumas del pasado, en específico el genocidio nazi, en las obras We were dead, and we could breath (2012), exhibida  en la Bienal de Poznan, Polonia, y en La fuga de la muerte (2013), donde abordó la pregunta de Theodor Adorno sobre si se puede hacer poesía después de Auschwitz.

Utilizar el lenguaje escrito, trazado de puño y letra por el general Prats, tampoco es una decisión al vuelo: en sus palabras hay una carga ideológica que remite a un mundo hoy inexistente, a un período en el que la palabra pueblo aún no era borrada del léxico político, como ocurrió en Chile tras el golpe militar. “Términos como patria o pueblo están gastados, y cuando se usan hoy estamos obligados a leerlos desde una sola acepción —dice Rojas—. Esa observación resume el siglo XX: lo que sustenta la barbarie es un lenguaje restringido que presenta un futuro, que reinterpreta el rol del pueblo o las lealtades frente a una patria. El arte de vanguardia, en paralelo, declara que el lenguaje se agotó. La obra de Fernando está cruzada por palabras que tenían un significado durante la Unidad Popular y otro durante la dictadura, y por lo mismo la pregunta es cómo recuperamos ‘patria’, cómo recuperamos ‘pueblo’, cómo dotamos de sentido a la palabra ‘amor’”.

El curador se refiere al amor a la patria, una idea que hoy, 44 años después del golpe militar, se sigue leyendo como un concepto propio de la derecha más extrema. “Todorov dijo que hoy quedan pocas cosas sacras por las que el ser humano está dispuesto a sacrificar la vida, y cada vez menos personas lo harían por su país —explica Rojas—. Sin embargo, el amor por otro, el acto de sacrificarse por quienes uno ama, nos sigue interpelando. Cuando el general Prats habla de amor en sus escritos, no se trata de una patria abstracta, sino de una compuesta por personas de carne y hueso, con nombres y apellidos, una patria real y concreta. Ese amor es uno de los motores de su pensamiento ético, lo que lo aleja de todo discurso político partidista”.

De ahí que la memoria del General Prats sea conflictiva: tanto para la izquierda como para la derecha fue una figura incómoda, ya que en un mundo polarizado decidió ser leal a la Constitución, un cuerpo legal que va más allá de cualquier lectura ideológica. Esa postura lo sitúa dentro de una línea de pensamiento militar humanista que ha quedado fuera de los discursos maniqueos con los que aún se explica el golpe militar. Por eso, dice Fernando Prats, instalar desde el arte el nombre del militar en el debate público es un ejercicio de memoria necesario.

“Los artistas son figuras que tienen la capacidad de cuestionar el mundo y de releerlo desde una perspectiva que genere resonancias sociales y transformaciones importantes —opina—. Creo que ese es el objetivo central del arte y es lo que ha pasado en Chile con Alfredo Jaar, con Voluspa Jarpa, con el CADA: somos autores que nos sumamos a una línea de resistencia, que hemos decidido hablar de esta historia que nos ha marcado a nivel personal y a nivel de país.  El artista utiliza el lenguaje del arte para hacer de espejo de la sociedad. Nuestro papel es reactivar la memoria”.

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