Por Diego Zúñiga // Foto: Ari / Archivo QP Octubre 26, 2017

Quedan las imágenes, fotografías en blanco y negro en las que vemos a un joven Alfredo Jaar —un veinteañero— paseándose por Santiago, en 1979, 1980, con un tablero con el que invitaba a los transeúntes a participar en una encuesta callejera en la que debían opinar sobre dos preguntas: 1) Estime un porcentaje de gente feliz en el mundo y 2) Estime un porcentaje de gente feliz en Chile.

Jaar había diseñado el tablero de tal forma que los gráficos se llenaban con bolitas de dulce que le pasaba a cada persona que se animaba a contestar esta pequeña encuesta. El contexto lo era todo, en muchos sentidos: plena dictadura militar y el ejercicio de dar una opinión —pública, además— era tan peligroso como desconcertante. Pero Jaar quería eso: intervenir la ciudad, saber qué opinaban los santiaguinos acerca de esa pregunta que encontrarían luego en paraderos y carteles de publicidad: ¿Es usted feliz?

A Jaar lo mueve la curiosidad y el deseo por entender aquello que no comprende. Y con sus obras nos transmite a nosotros esa curiosidad y ese deseo por entender el mundo.

Era, entonces, el inicio de Estudios sobre la felicidad (1979-1981), quizá la primera intervención artística de Jaar que causó revuelo, una obra que plantearía esa pregunta que en aquel entonces resultaba feroz y que ahora, curiosamente, cuando han pasado casi cuarenta años, sigue siendo tan pertinente como incómoda.

¿Qué habrán pensado las personas que, desde hace un tiempo, cuando van rumbo a Valparaíso por la Ruta 68, se encuentran con aquella pregunta en un cartel de publicidad grande, negro? ¿Sabrán que es parte de una obra de Alfredo Jaar que ahora vuelve a montarse en Chile, después de todos estos años, en el marco de la Vigésima Bienal de Arquitectura y Urbanismo en Valparaíso, que acaba de inaugurarse? ¿Se sentirán interpeladas?

 

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“A mí me mueve la curiosidad. Yo soy un artista porque no entiendo el mundo, y quiero entenderlo, necesito entenderlo. Y cuando me siento capaz de entender, actúo, y eso es lo que hago con mi trabajo”.

Escuchamos la voz de Alfredo Jaar (1956) mientras lo vemos avanzar por una loma verde, buscando algo que desconocemos. Atrás, el río de la Plata. Está en el Parque de la Memoria, en Buenos Aires, donde expuso algunas de sus obras tempranas en 2014. Lo filma y lo sigue Paula Rodríguez, directora de Jaar, el lamento de las imágenes, que se estrenó este mes en Chile. Un documental en el que Rodríguez trata de desentrañar el proceso creativo de este artista radicado hace más de 30 años en Nueva York. Lo filma mientras prepara esa exposición en Buenos Aires; mientras da una charla inaugural en un museo de Helsinki, Finlandia; en Nueva York tomando un taxi; en Times Square, donde expuso su instalación This is not América; en su estudio y en su departamento, ese lugar que muy pocos conocen. Es un registro interesante el que logra Paula Rodríguez: ingresar por momentos en la intimidad de un artista que ha evitado, en su trabajo, hablar de lo íntimo —desde lo explícito, al menos— y se ha abocado a realizar una serie de intervenciones impresionantes en distintos lugares del mundo, con las que busca interpelar a los espectadores con preguntas incómodas, recurriendo a temas difíciles —la explotación en una mina en el Amazonas, el genocidio en Ruanda, la violencia contra los inmigrantes en Europa—, que a través de su talento se convierten en obras de arte complejas y ambiciosas. Porque es cierto: a Jaar lo mueve la curiosidad y el deseo por entender aquello que no comprende. Y nos transmite a nosotros esa curiosidad y ese deseo por entender el mundo.

“De cierto modo —le dice Jaar a Rodríguez, en uno de los momentos más íntimos del documental—, todo lo que hacemos cuando hablamos sobre otras personas, siempre está fuera de foco. Y es mi confesión a mi público. El reconocimiento de que todo lo que hago, de una u otra forma, está fuera de foco”.

Es una batalla infinita, la imposibilidad de un artista de decir lo que quiere decir, porque las palabras —y el arte— no son suficientes, nunca. Pero Jaar lo intenta en cada una de sus intervenciones.

“Esta noche no hay poesía que sirva”, como escribió la poeta Adrienne Rich; los mismos versos que utilizó Jaar para titular la exposición que montó en Helsinki.

 

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“Una obra que, desde fines de los 70, y a través de vías diversas como intervenciones públicas, instalaciones, fotografías y videos, se viene preguntando por la naturaleza de las imágenes, por su espesor político y ético, como también por la evidente declinación de su capacidad de afectar al espectador contemporáneo, cuyo paisaje se encuentra saturado de ellas”.

Quien escribe esas palabras es la crítica e investigadora Ana María Risco en su libro La deriva líquida del ojo. Ensayos sobre la obra de Alfredo Jaar, que acaba de publicar Catálogo y Mundana Ediciones. Seis ensayos tan inteligentes como estimulantes en los que Risco —quien hace unos años editó y recopiló, junto a Adriana Valdés, los textos sobre artes visuales de Enrique Lihn— aborda el trabajo de Jaar con una escritura amable y lúcida, recorriendo algunas de sus obras más importantes, deteniéndose en cómo la relación entre las imágenes y las palabras ha marcado su trabajo. Lo dice así Risco: “Por su naturaleza extrema y documental, muchas de las imágenes presentes en los trabajos de este artista (…) ponen en evidencia el vaciamiento, la impotencia o la ausencia de las palabras ante la magnitud de ciertos sucesos que las reclaman. En ciertos momentos clave de la obra, austeras palabras vienen al auxilio de las imágenes, las velan como cuerpos que merecen descanso o las sacan del reposo y las ponen en marcha en rituales de retorno y reanimación”.

Que hayamos convocado, unas líneas más arriba, a Adriana Valdés y Enrique Lihn no es casualidad. Valdés fue la primera crítica de arte que se fijó en el trabajo de Jaar antes de que emigrara a Nueva York, y ha escrito algunos de los mejores textos sobre el artista, lo que no es decir poco, pues de Jaar han escrito filósofos y teóricos tan importantes como Georges Didi-Huberman, Griselda Pollock y Jacques Rancière. Los escritos de Valdés son ineludibles para entender la obra de Jaar.

Y Enrique Lihn nos remite a la poesía, a la literatura, ese punto donde se encuentra con Jaar, quien es un enorme lector. Y no sólo se nota en las muchas referencias poéticas que se encuentran en sus obras, sino sobre todo porque en cada una de sus intervenciones hay un trabajo secreto con la literatura, con las palabras y con el arte de contar historias. Hay, de hecho, siempre en el fondo de cada uno de sus trabajos, me parece, un relato que debemos desentrañar, y que Jaar construye en silencio, como quien escribe un poema secreto y hermoso.

Lo dicen mejor esos versos de William Carlos Williams que él siempre cita: “Es difícil/ obtener noticias de un poema/ aun cuando hoy muchos mueren miserablemente/ por carecer de lo que ahí se encuentra”.

Eso es lo que descubrimos en la obra de Jaar: las noticias de un poema infinito.

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