Por Evelyn Erlij // Foto: Mabel Maldonado Septiembre 29, 2017

Ángel Parra Orrego no quiso enredarse con sus raíces hasta que cumplió 25 años. Si ser hijo de... ya es una carga
—teniendo, para colmo, el mismo nombre que el padre—, ser además nieto de... lo era el doble. Habiendo crecido con una guitarra en las manos, la única opción fue tocarla de otro modo: con Los Tres y luego con su conjunto Ángel Parra Trío se abrió camino hacia el rock y el jazz, pero a la larga, como dicen, la sangre tira. “Cuando chico miraba el folclor con mucho desgano y mi motivación por entenderlo vino de grande, cuando empecé a tocar las piezas para guitarra de la Violeta y cuando, con Los Tres, grabamos el Unplugged y llevamos de nuevo las cuecas al sitial que tenían en la música chilena”, cuenta el músico, que a los 51 años y con tres décadas de carrera se hizo cargo de su herencia familiar a lo grande: regrabó por completo Las últimas composiciones de Violeta Parra, de 1966, disco legendario y testamento de su abuela.

Difícil contar una historia sobre ella que no se conozca: en 1952, cuando cantaba junto a su hermana Hilda rancheras y otras melodías populares en quintas de recreo y boîtes, Nicanor, el mayor de la camada Parra Sandoval, le dijo que fuera al campo a investigar la tradición folclórica. Viajó de norte a sur, se ganó la confianza de quién sabe cuántos cantores y poetas y recopiló todo lo que encontró. “Válgame Dios, Nicanor/ si tengo tanto trabajo/ que ando de arriba p’abajo/ desentierrando folklor”, escribió en sus Décimas. Registró más de tres mil canciones —al principio a pura memoria, ya que la grabadora la consiguió en su primer viaje a Europa, en 1954—, y se llevó de esos periplos ritmos, cantos, prácticas e historias que la convirtieron en lo que fue: una versionadora del folclor y de las tradiciones chilenas.

“Violeta partió tocando la música igual como la escuchaba, al pie de la letra, imitando las mismas tonalidades, que es lo que hay en los cantos de Las Hermanas Parra, el dúo que tenía con Hilda. Pudo imitar todos los matices dentro del folclor al dedillo, conociendo cada una de las interpretaciones posibles de la música mexicana, la polca, el folclor latinoamericano; grabó todos los ritmos de tonadas, de zarzuela; grabó y tocó prácticamente todas las músicas, las conoció desde adentro, pero luego les puso su impronta. Las versionó y las enriqueció, punto clave en la carrera de un genio”, dice su nieto, quien junto a su hermana Javiera y al coro del Teatro Municipal realizarán el 8 de diciembre un concierto sinfónico por los 100 años de Violeta.

De ahí que la idea de la versión, como ejercicio musical, atraviese la obra de la artista: en los cuatros discos de folclor que grabó entre 1956 y 1959 demostró que no era una purista ni una folclorista que reproducía la tradición, como Margot Loyola, sino que la intervenía y la tocaba a su estilo. “Esa idea de versionar el folclor es genial, porque es lo que hacía con el uso de la guitarra, las décimas y los géneros musicales. En esos tres ámbitos versionaba utilizando un concepto más contemporáneo”, explica el musicólogo Juan Pablo González, director del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado.

A partir del disco Toda Violeta Parra (1961) se asumió como creadora libre: reinventó ritmos como el rin, la tonada, el parabién y la polca, añadiendo instrumentos ajenos a la tradición; actualizó esas músicas y las transformó en algo nuevo, como explica Ángel Parra: “Tomó la sirilla, un ritmo alegre, y lo convirtió en algo siniestro en ‘Maldigo del alto cielo’; en ‘El albertío’ tocó un cuatro con un ritmo estilo sau sau; en ‘Gracias a la vida’ está el charango junto al vaivén de los cantos mapuches. Se empapó de la tradición para crear otra cosa, una síntesis que logró antes de su suicidio en el disco Las últimas composiciones”.

La hipótesis de González es que Violeta, al cruzar prácticas musicales, anunció el concepto de fusión que marcó los años 70: “No eran sólo notas, letras o ritmos, sino modos de tocar y cantar que ella hizo converger —aclara el musicólogo—. Eso adelanta la fusión de la Nueva Canción Chilena, del jazz-fusión, de la fusión latinoamericana. Ella crea un camino muy rico para la música chilena, muy carente de negros, de pueblos originarios, de migración, a diferencia de Brasil o Argentina”. No extraña, por lo mismo, que después su muerte músicos de todos los estilos hayan hecho covers de sus canciones y, de paso, la hayan vuelto inmortal.

 

Desmembrar la tradición

Así como Violeta Parra recreó el folclor en sus inicios, tras su final trágico la obra que dejó siguió viva gracias a la infinidad de músicos que la reinterpretaron. Entre los primeros en hacerlo estuvieron sus hijos Ángel e Isabel, además del conjunto Cuncumén y Rolando Alarcón, seguidos por Héctor Pavez en 1967, Patricio Manns y Silvia Urbina en 1968, Quilapayún en discos como X Vietnam (1968) y Basta (1969), Inti-Illimani en Autores chilenos (1971) y Canto para una semilla (1972), Víctor Jara y, tras el golpe de Estado, Chamal, Ortiga, Isabel Aldunate, Gitano Rodríguez, Los Jaivas y otros. A ellos se suman intérpretes internacionales como Mercedes Sosa, quien se consolidó con su repertorio y lo internacionalizó desde 1971; Joan Baez, Soledad Bravo, Milton Nascimento, León Gieco, Tania Libertad, Joan Manuel Serrat y voces más recientes en Chile, como las de Ana Tijoux, Álvaro Henríquez, Los Bunkers, Elizabeth Morris, Pascuala Ilabaca, Banda Conmoción, Francisca Valenzuela, Álex Anwandter y Javiera Mena, además de versiones en vivo de U2, Faith No More y hasta Deep Purple.

El hecho de que sea quizás la artista chilena más interpretada de la historia guarda una contradicción: su música y su canto no son fáciles de abordar. “Aprendí con mi papá a los 16 años que hay que saber acompañar a un cantante y ponerse al servicio de una canción —cuenta Ángel Parra—. En el caso de la Violeta, es ponerse al servicio de la letra. La letra obliga al cantante a desnudarse por completo frente a los textos y a poner de sí algo que no se encuentra de manera fácil. No es llegar y cantarla, hay que entender de lo que habla. Es lo que les pedí a los cantantes que participaron en mi disco. Por eso para versionarla me acerqué con humildad y con muchas preguntas”.

Hacer versiones de Violeta Parra, guardiana de la música de raíz folclórica en Chile, se convierte para algunos en una necesidad moral, en un deber; pero para muchos músicos es ante todo una formación: “La versión de Violeta es una escuela para los músicos populares chilenos, quienes montando sus canciones van conociendo ritmos y detalles de los arreglos, van metiéndose con la letra y las armonías. Versionarla es una escuela: la escuela que ella siempre quiso hacer en vida y que finalmente inauguró después de muerta. Esa es la gran paradoja”, opina Juan Pablo González. Lo mismo cree la musicóloga Lorena Valdebenito: “La re-versión en su caso ocurre a partir de un fenómeno de canonización musical que se da sobre su música: creadores, músicos y compositores ven en ella a un referente que marcó un antes y un después desde el punto de vista creativo en la música chilena, no sólo desde el ámbito popular y folclórico, sino también desde el mundo docto”.

Las cientos de versiones de Violeta Parra pueden ser leídas, además, como resultado de su propia libertad creativa. “Ella te invita a desprejuiciarte como artista y a conocer tu tradición, pero también a atreverte a desmembrar y descuartizar todo lo que has aprendido —dice su nieto—. No por medio de la inspiración, sino de una sabiduría, de una investigación; de lo que aprendiste de la calle, del amor, del abandono, de la pobreza. También creo que se sigue versionando porque aún estamos descubriendo los enigmas y símbolos que le dejó al pueblo chileno. Sus letras nos siguen hablando: demostró que las mujeres tienen el derecho a separarse de un hombre y a hacer todo lo que quieran. Y lo hizo el año 50”.

Si Violeta Parra no envejece es también porque hay en ella una cierta sensibilidad posmoderna, una naturaleza ecléctica, una rebelión hacia lo puro y contra las dialécticas nuevo/antiguo, original/convencional. “Su música transita por una amplia gama de lenguajes, recursos compositivos y formas musicales que hacen compleja su catalogación musical, produciéndose una suerte de estética borderline”, explica Valdebenito. Quizás por eso parece tan natural que alguien como Ana Tijoux cante “Santiago penando estás” a partir del rap y la electrónica: su música es transformación, actualización, renovación; es una fuente inagotable de reinvención. “Cántame una canción inolvidable / Una canción que no termine nunca”, le escribió en un poema su hermano Nicanor. Medio siglo después de su muerte, Violeta Parra no ha dejado de cantar.

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