Por Paula Miranda, profesora de Liteatura y autora de La poesía de Violeta Parra (2013) Septiembre 29, 2017

Imaginemos a Violeta Parra en medio de la rica vida social y cultural de Chile entre los años 30 y 60, con todo lo bueno y lo malo de esa vorágine. Imaginémosla realizando colaboraciones, disputándose su lugar en la cultura o compartiendo proyectos y trabajos con distintos artistas y, sobre todo, poetas: Neruda, Nicanor, De Rokha, Lihn, Rojas. Junto a esos nombres, aquellos de los que ella más aprendió: “Los cantores a lo poeta”. De varios fue amiga entrañable, como de Isaías Angulo, apodado “el Profeta”, reconocido cantor a lo divino de Puente Alto; ella no hacía divisiones entre poesía moderna y tradicional, entre cantores y poetas; para Violeta la palabra poética es una sola y sostiene su obra musical desde la palabra fundamentalmente, de ahí su cercanía con ese mundo. Con Lihn tendrá una muy buena relación, con humor y complicidad; él era para ella el “honorable cantor de los cantores mayores” y admiraba su poesía, tan distinta aparentemente a la suya. Violeta, al igual que él, se asume como “escribiente”: escribe sus décimas autobiográficas,  cientos de coplas, cartas en verso, poemas y escribe sus canciones.

Tiempo despúes, Nicanor le cambia el final a “La cueca de los poetas” y dice “Corre que ya te agarra Violeta Parra”, inscribiéndola entre los grandes de la poesía chilena.

Al arribar a Santiago, a la casa de su hermano Nicanor, Violeta conoció a muchos exponentes de la generación del 38: a Gonzalo Rojas, a Tomás Lago, al filósofo Luis Oyarzún, de quien se enamorará fugazmente. Años más tarde, Lago será el intermediario para que Violeta sea invitada a exponer en la Feria de Artes Plásticas del Parque Forestal. Con Gonzalo Rojas entablará una amistad importante y será por su intermedio que la Universidad de Concepción la contratará por dos años como investigadora y profesora en las escuelas de temporada. Mucho tiempo después, Rojas recordará cuando Violeta musicalizó y cantó con su guitarrón, en la sala Schäfer de Chillán, su poema “Los burgueses”. En la dedicatoria del poema, Rojas apuntó: “A Violeta Parra, que hizo estallar este furor monorrimo ese invierno de su Chillán de Chile el 59”.

Por esos años conocerá también a Pablo de Rokha, con quien se reencontrará en París, en 1964. El poeta de Licantén resaltará su condición de “heroica mujer chilena”, “cantora americana de todo lo chileno, chilenísimo y popular, entrañablemente popular, sudado y ensangrentado”. En 1955, Violeta conocerá también al otro Pablo, y en 1961 musicalizará su poema “El pueblo”, bajo una interpretación sombría y de sonoridad ya experimental. Es muy probable que su canción “Hace falta un guerrillero”, de ese mismo disco (Toda Violeta Parra), esté influida por la tonada a Manuel Rodríguez, que ya Vicente Bianchi había musicalizado, adaptando la cueca del Canto General.  Pero la canción de Violeta es menos épica y desea ser ella misma la madre del guerrillero. La tonada, nostálgica y escatológica,  de martirio y mesianismo, opone el deseo utópico de la madre a la realidad degradada del país: “De niño le enseñaría/ lo que se tiene que hacer/ cuando nos venden la patria”.

Pese a que la genealogía femenina es esencial para su obra, no sabemos si Violeta entabló amistad con poetas mujeres. Pero a la única que le dedica un poema-canción es a  Gabriela Mistral. El “Verso por despedida” fue escrito y grabado en 1957, con ocasión de los funerales de la poeta. Inspirada en el velorio de angelito, Violeta intercede ante Dios por Mistral para que haya consuelo acá en Chile, ya que la “Providencia Divina/ se llevó la flor más bella”. Quien intercede por ella es esta “humilde cantora”, pero en ese homenaje hay también una enorme identificación entre ella misma y Mistral. De hecho, en sus vidas hay muchísimas coincidencias: conciben su palabra como una canción sanadora; se identifican con las culturas populares, campesinas e indígenas; son mujeres pioneras y de carácter muy fuerte;  claman por justicia social y  verdad; son formadoras y creadoras de redes; aman la huerta y el resplandor de la naturaleza; suscriben un “catolicismo más pagano que cristiano” (De Rokha) y, en lo personal, están “dobladas de amor”, como dice mi amigo Zurita, corroídas por la pasión y el dolor.

Punto aparte es la relación permanente y de colaboración que tuvo con su hermano Nicanor. Es muy significativo que en “La cueca de los poetas”, escrita por Nicanor y musicalizada por Violeta, echen a los cinco grandes de la poesía chilena a una suerte de “pelea de gallos”, donde todos son importantes y en el espacio igualitario y festivo de la cueca. Más todavía, varias décadas después de la muerte de su hermana, Nicanor cambia el final y dice: “Corre que ya te agarra Violeta Parra”, inscribiéndola entre los cinco grandes de la poesía chilena, aunque para lograrlo se excluya él mismo de la “competencia”. Significativamente, la última canción que Violeta le cantó a su hermano fue “Un día domingo en el cielo” (conjunto de coplas que escenifican en sátira festiva la imagen del paraíso en pleno jolgorio). Eso fue como sellar con él un pacto de alianza más allá de la muerte. Por eso, para ellos dos el lugar definitivo será el del canto y la fiesta; sólo posibles en la “cueca de los poetas”, en la poesía.

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