Por Marisol García Septiembre 29, 2017

Que Violeta Parra sea la cantautora chilena con más libros y tesis universitarias con su nombre en el título puede resultar un dato más o menos esperable. Lo sorprendente es la fuente de esos textos —heterogénea y diversa en focos y formatos—, de un rango incomparable incluso para los estándares de bibliografía disponibles sobre grandes músicos extranjeros.

Están, primero, los libros de su propia autoría. Muchos lectores salen en la búsqueda de una buena biografía, sin recordar que es preciso pasar antes por sus Décimas autobiográficas. Son versos octosilábicos que cubren su infancia, adolescencia y sólo una parte de su adultez (alcanza a aparecer el primer viaje a Europa, mas no su consolidación como autora), y en los que hay ideas valiosas sobre su inicial aproximación al canto y a las claves campesinas y familiares que lo nutrieron, como cauce de autonomía, ingenio y tradición. Se larga allí la artista definiendo el esfuerzo como un encargo de su hermano Nicanor, que al principio ella acepta con recelo hasta que luego comprende que “la escritura da calma/ a los tormentos del alma”.

Lo que hace más singular la bibliografía en torno a Violeta Parra son los muchos textos que cercanos a ella decidieron escribir para recordarla.

Cosa increíble: se trató de una circulación póstuma. No hubo interesados en publicar con ella en vida ese valioso ejercicio de memoria y poesía popular, que desde una primera edición en 1970 tampoco es que haya florecido en copias disponibles fácilmente, como debiese ser. También recién en los años setenta vino a conocerse Cantos folklóricos chilenos, volumen valioso para comprender su trabajo de búsqueda y registro en los campos chilenos, y en el que la artista centenaria presentaba a algunas de las cantoras y puetas que le transmiten su oficio y acervo. Tanto la primera edición, por Nascimento, como la recuperación que en 2013 hizo Ceibo presentan los textos alternados con los retratos tomados en terreno por Sergio Larraín y Sergio Bravo.

El único libro que Violeta Parra pudo publicar en vida es el más sencillo de los tres con su firma. Poésie populaire des Andes (1965, ed. François Maspero) presentó en Francia y en edición bilingüe las letras de canciones campesinas recopiladas por la chilena en los campos, además de algunas de sus propias composiciones. La primera parte del libro (“Poésie populaire”) se divide en cinco capítulos para el canto a lo pueta, tonadas, parabienes, esquinazos y cuecas; cada uno con una breve introducción. Es la prueba de un ejercicio constante y autogestionado por algo que hoy calificaría de promoción patrimonial en un fondo Dirac.

Pero acaso lo que hace más singular la bibliografía en torno a Violeta Parra no sean esos libros propios en peculiar clave de poesía popular, crónica y memorias, sino los muchos textos que cercanos a ella decidieron escribir para recordarla. Sus dos hijos mayores, Isabel y Ángel, firman dos muy diferentes libros biográficos, ambos útiles como referencia complementaria de un retrato sin solemnidades y con privilegiada cercanía. Durante su exilio en Europa, Isabel Parra reunió en El libro mayor de Violeta Parra (1985, Meridión; más tarde reeditado por Cuarto Propio) extractos de notas periodísticas, testimonios, fotos familiares y recuerdos propios, en un volumen especialmente valioso por la selección de cartas entre su madre y su pareja de más larga compañía, el suizo Gilbert Favre. “Mi chinito”, le llama la chilena a este hombre ante quien se muestra enamorada, pero a la vez coordinada en un mismo imperativo esfuerzo de difusión artística.

Ángel Parra, en tanto —novelista y cronista por cuenta propia, con al menos diez títulos publicados, en paralelo a una extensa discografía como cantautor—, tuvo su libro más exitoso en Violeta se fue a los cielos (2006, Catalonia). El orden de sus recuerdos y análisis, sin tibiezas, sobre una personalidad que tanto lo marcó —base para la película homónima de Andrés Wood— aparece allí hilado sin afán canónico: “Así serán las historias que encontrarán aquí. Instantáneas […], lo que quiero contar. Simplemente”. Tal como los recuerdos infantiles.

Ni el de Isabel ni el de Ángel Parra son libros rígidos, pero quedan como convencionales al lado de lo que publicaron dos de los hermanos de la artista. En Mi hermana Violeta Parra (1998, Lom), Lalo Parra cuenta en formato de décimas las andanzas del sorprendente clan fraternal venido del sur, y la relevancia intimidante de su voz mayor: “No soy digno’e ser hermano / de un portentoso poeta, / igualarme a la Violeta / sería un gran sacrilegio”. Pero es Vida pasión y muerte de Violeta Parra (2014, Tácitas), de Roberto Parra, una cumbre de cariñosa poesía, en el que el autor de La Negra Ester ordenó en cuadernos manuscritos el esfuerzo de un tributo por completo insumiso a ortografía y puntuación:

nasiste predestinada

violeta de los camino

para cantarle adestino

con el alma deseolada

con tu guitarra tallada

juiste queresiendo enel canpo

con olorsito asilantro

arromero yerba guena

entremedio de bervena

baila el viento contucanto.

No hay, aún, libros biográficos ni de estudio escritos por sus nietos, pero sí valiosas claves de cercanía en Violeta Parra: La guitarra indócil, que Patricio Manns escribió y publicó en su exilio europeo (la primera edición, francesa, data de 1977), que estuvo por décadas inubicable en Chile y que al fin reeditó este año Lumen. Es un libro con la fuerza del testimonio del amigo, no la referencia del investigador; que es un privilegio de acceso similar al que guía algunas de las varias crónicas de Osvaldo “Gitano” Rodríguez en Cantores que reflexionan (1984, Lar; reeditado en 2016 por Hueders), y donde, entre muchos textos de análisis sobre la Nueva Canción Chilena, el autor de “Valparaíso” incluyó dos entrevistas de referencia: con la hija menor de Violeta Parra, Carmen Luisa, y con Gilbert Favre. Se trata del único libro que muestra una conversación —y bastante elocuente— con el músico e investigador suizo, tan relevante en la biografía de la artista chilena.

Para testimonios de cercanos, Violeta Parra. El canto de todos es una joya, un libro originado como tesis universitaria poco antes del golpe de Estado, y que pasó por incontables recovecos hasta llegar a la edición que puede encontrarse hoy, por editorial Pehuén. Las autoras, Patricia Bravo y Patricia Štambuk —dirigidas por su profesor, Bernardo Subercaseaux—, registraron allí entrevistas irrepetibles: con Clara Sandoval, la madre de la artista; con Luis Arce, su primer marido; con sus tres hijos y varios de sus hermanos. Y para análisis académicos, es también ineludible el valioso trabajo hecho hasta ahora por Paula Miranda, profesora de Literatura de la PUC, quien primero en el ensayo La poesía de Violeta Parra (2013, Cuarto Propio), luego —como editora— en Poesía (2016, ed. Universidad de Valparaíso) y este año en Violeta Parra en el Wallmapu (2017, Pehuén; también con Allison Ramay y Elisa Loncon en coautoría) ha tendido puentes nuevos para entender a la artista en su altura como una poeta chilena de la mayor relevancia, incluso citando la poderosa influencia mapuche en su obra.

Otros académicos de nuestro país, pero también de Estados Unidos y Alemania, contribuyen con lo suyo al apartado de análisis en esta lista bibliográfica, y cabe destacar, por su atrevimiento, el trabajo de Lucy Oporto en El Diablo en la música (2007, USACh), un libro que eleva el ballet inconcluso “El gavilán” como pieza clave no sólo de la biografía de Violeta Parra, sino también de su evolución creativa e incluso de la historia reciente de Chile.

Así revisado, el recuento de libros sobre Violeta Parra deja a las biografías propiamente tales como un apartado, y no como el centro del material impreso para consulta. Además del orden de antiguas declaraciones suyas en diarios, revistas y radios emprendido por primera vez en Violeta Parra en sus palabras. Entrevistas 1954-1967 (2017, Catalonia/CIP-UDP) y la nueva investigación del periodista Víctor Herrero, Después de vivir un siglo (Lumen), suman desde esta semana referencias definitivas y confiables a un camino que había sido indagado hasta ahora con quizás demasiadas licencias, como los tintes de semificción que le dio Mónica Echeverría a su Yo, Violeta (2010, Plaza & Janés), un texto débil aunque superventas (en comparación, el estudio previo de Fernando Sáez, La vida intranquila, tuvo el valor de la cronología efectivamente investigada). Sobre Violeta Parra lo que no faltan son palabras, recuerdos e impresiones. El nuevo lanzamiento de Víctor Herrero fortalece un cauce más contenido pero fundamental: el de la investigación.

 

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