Publicado por Los Libros del Laurel. A $ 10.000.
La idea era hacer aceite de oliva. En 2004, Isabel Bustos (estudiante de Psicología, licenciada en Letras, magíster en Guión) decidió, junto a su ex marido y su hija de dos años, escapar de la ciudad e irse a vivir a Pencahue, un pequeño pueblo del valle central. Allí arreglaron una casa antigua de adobe a la que nadie quería entrar porque decían que estaba embrujada pues, al parecer, uno de sus antiguos dueños se había quedado dormido tomando chicha y fumando, y se quemó a lo bonzo.
Entre sus vecinos había una niña—tal como la protagonista de su novela debut Jeidi (Los Libros del Laurel)—, quien un día, al ver un pedazo de terciopelo rojo que tenía en su casa, le preguntó a Bustos “de dónde había sacado una reina tan bonita”.
—Su mamá me explicó que, en vez de jugar con muñecas, la niña lo hacía con trapitos. Por ejemplo: el calzoncillo de su papá era el profesor y los calcetines, los alumnos —cuenta.
La inspiración para la historia nació cuando su perra Laura se preñó virginalmente. A partir de ahí empezó a acumular los relatos de campo de su madre y los que había vivido ella en su paso por Pencahue, y los mezcló con historias como la de Miguel Ángel, el vidente de Villa Alemana, o el tercer secreto de los pastores de Lourdes, que se dice contiene la fecha del apocalipsis. Le interesaba desarrollar la relación de los niños con Dios, el amor y el terror.
Así, primero, concibió el guión para una película que luego, en un taller con Pablo Azócar, transformó en novela. Una historia que ocurre en el campo, lugar poco retratado en el actual panorama de la literatura chilena, donde una niña de 12 años recibe el mensaje divino —de parte de uno de sus trapos— de que está embarazada del hijo del Señor. Es 1986, y esa gente, que para el resto del país no existe, se aferra a esa esperanza.
—Escribir Jeidi fue una manera de rescatar todo el patrimonio oral que descubrí viviendo en el campo profundo. Me dio pena que la modernidad inminente, con su positivismo, enterrara esa cosmovisión donde, por ejemplo, los enanos te esconden las cosas y la única manera de echarlos es agarrarlos a chuchá limpia.
—El humor es un elemento fundamental en la novela. Tuviste un blog superleído (La muy perra) y has declarado ser lectora de Nicanor Parra.
—El humor es lo que más me hace cosquillas intelectualmente, admiro a la gente que me hace reír, ese tipo de ingenio lo considero uno de los mayores talentos de la inteligencia, encuentro tontos a los inteligentes serios. También me da lata el humor que abusa, el que para hacer reír necesita víctimas. En mi familia nos reímos hasta en los funerales de familiares queridos, compartimos el humor negro.
—¿Me podrías contar de El Concho de su Madre, la novela que estás escribiendo?
—Trata sobre la infancia y adolescencia de un niño que es el último óvulo de su mamá, de cincuenta años. Está ambientada en la primera mitad del siglo XX, en una familia muy, pero muy elegante y de toques bien excéntricos. El Concho, que toma whisky para dormir desde los cuatro años, viste entero de terciopelo; es un señorito que sueña con comprarse todas las islas cuando grande, para poder vivir cada día en una distinta y, por supuesto, ser el presidente de todas. En eso estoy.