Por Marisol García Abril 13, 2017

Armando Manzanero
en vivo  26, 27, 28 y 29  de abril, 20 horas, Teatro Municipal  de Las Condes.

—Pues, momentito. Le paso a don Armando.

Es un llamado al autor vivo más importante de México, y no hay ni un décimo de los filtros que usualmente demoran las entrevistas con figuras de fama.

—¡Pues qué gusto hablar con Chile! Señorita, usted no me quita tiempo: ¡me da! —dirá al poco rato el yucateco de sonrisa perenne y obra inscrita en piedra.

De ahí en adelante, todo será mucho, pero mucho corazón.

—Yo hace tiempo que intento ir todos los años a su país y, como el año pasado no fui, lo extraño.

—¿En serio?

—Claro. Comer un buen congrio, unas machas… y además le tengo mucho cariño a su gente. Con su país hay una hermandad.

—Hubo muchas colaboraciones suyas con músicos chilenos en los años 50 y 60. Con Sonia y Myriam, por ejemplo.

—Y antes de eso, Lucho Gatica, a quien acompañé como pianista.“La voz de Rancagua”, un señor. Y Antonio Prieto, Joaquín Prieto, Los [Cuatro] Hermanos Silva.Este negocio siempre vive de la novedad y aquí estamos hablando de al menos dos generaciones para atrás. Los jóvenes no los conocen. Dos o tres figuras muy grandes acaparan ahora el espacio y qué se le va a hacer. A la velocidad que va el mundo, usted y yo estamos hablando de historia y de prehistoria. Se lo digo yo, que tengo la misma edad del dinosaurio más viejo de México.

Sin que hasta ahora se le haya ni cruzado la idea de un retiro, Manzanero bromea con su edad (nació en 1935), y desafía a las estrellas musicales en boga con el mejor ánimo y una sentencia inapelable: “Yo sí he sobrevivido”.

—José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Juan Gabriel… es posible ubicarlo a usted en una cadena de grandes autores mexicanos del siglo XX.

—Compárame nada más con José Alfredo Jiménez. Con los demás, no. José Alfredo es el príncipe de la canción mexicana, de la filosofía popular, del buen gusto, de la verdad.

—Estará de acuerdo que usted ya está en ese estatus de clásico del siglo XX para la tradición de su país.

—Ubíqueme usted ahí si quiere, pero no me lo diga porque no me gusta. Me considero un señor que tiene unas canciones que escucha mucho tipo de gente, con enorme diferencia de edades. Soy alguien agradecido de la vida  afortunada que he tenido. En la música hay gente que vive de marcas. La ventaja que yo tengo es que lo que gano hoy, pasado mañana ya no lo tengo porque me lo gasté.

—En la nota con la que se promocionan sus próximos conciertos en Chile aparece una frase que probablemente no es suya: “El mejor idioma para el amor son las canciones”.

—No es mía, pero no me enoja. No hay mejor idioma para conquistar a alguien que una canción. Al juntar letra bonita, música bonita y canto bonito, pues son tres tiros de una escopeta.

—Muchas veces en sus entrevistas repite la palabra “verdad”. ¿Qué es la verdad en una canción?

—Verdad es un tipo que sale a cantar y que no importa que cante feo, ¡pero canta! Es alguien que compone su canción y que la arregla. No es producto de la tecnología ni de la mercadotecnia. Hablar con la verdad en la música es hablar de lo que el corazón entiende. Estoy convencido de que buscar calidad en las canciones no es sólo importante para los músicos: es importante para un país. Las canciones de calidad perduran para siempre.

—¿Y cuál es el enemigo de una canción de amor?¿La cursilería?

—¡Al contrario! El enemigo de una buena canción es...¿cómo lo digo para no ofender? Es la canción barata, tosca…ordinaria: ya está.

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