Por Esteban Catalán Marzo 24, 2017

Hace un tiempo había palabras que podían ser un misterio largo: sin internet para consultar todo al instante, se lanzaban al aire desde las bocas o las radios y las masticábamos sílaba por sílaba sin saber qué significaban. Alguien nos susurraba en la oreja cuando no había pantallas con mensajes. Eran un conjunto de letras que, sin explicación, se anidaban por un rato en nuestra mente. Otra concepción, ya antigua, de lo secreto.

De ese mundo y de esos códigos viene The Americans, que acaba de estrenar su quinta temporada y que se puede ver por Amazon Prime. Porque la serie, creada por el ex agente de la CIA Joe Weisberg, se trata, en el fondo, de eso: de cómo vivimos —cómo amamos, qué elegimos— mientras intentamos ocultar algo. Eso vemos en Nadezhda (Keri Russell) y Mischa (Matthew Rhys), los irresistibles agentes soviéticos devenidos en Elizabeth y Philip Jennings en el Washington de los años 80. Aunque ambos han terminado por enamorarse mientras se deshacen de sus enemigos (y de algunos amigos), la cuarta temporada terminó llena de malas noticias para la causa, con el FBI desbaratando el robo de un arma biológica y los temores de ambos ante la inevitable conversión en espía de su hija Paige (Holly Taylor).

Puede que este 2017 sea el año de The Americans. Un año en el que los rusos se han convertido otra vez en una presencia diaria en las noticias y donde el mismo director del FBI ha reconocido que investiga a su propio presidente por vínculos con Moscú.

Lo secreto es algo que atraviesa de forma tan contundente The Americans que incluso, aunque suene paradójico, la misma serie se ha convertido en eso: pese a la bendición de la crítica, nunca ha acaparado los principales premios ni se ha convertido en un fenómeno de audiencia. Incluso sus cifras de rating, en las últimas temporadas, han ido a la baja. Pero quizá el futuro —este 2017 que es nuestro presente— le traiga la masividad que se merece. Un futuro en donde los rusos se han convertido en una presencia diaria en las noticias, tal como fue antes: el dibujo de una caricatura que esconde admiración y temor. Con el director del FBI reconociendo oficialmente que investiga a su propio presidente por vínculos con Moscú. Con 1984 de George Orwell como el improbable best seller de Amazon y las librerías de Nueva York. Todo parece un extraño regreso a 1984. Y 1984 es precisamente el año en que Elizabeth y Philip, en esta quinta temporada, intentarán salvar su relación y a su familia mientras, cada vez más en un segundo plano, revolotea aquello de salvar a la humanidad.

No es un cambio menor. Es llamativo cómo la serie es capaz de desplazar ese eje al mostrar una y otra vez el cansancio de los protagonistas, que parecen turnarse para alternar el heroísmo con una sensación de derrota abrumadora. Elizabeth y Philip no tienen amigos, siempre están teniendo sexo por trabajo y disfrazándose de personas que no existen; quizá por eso conmueve verlos de vuelta en su propia cama, exhaustos pero aferrándose a la piel del otro para sentir que son capaces de algo real. Tan real que traspasó la pantalla: ahora Russell y Rhys son pareja fuera de cámara y tuvieron su primer hijo, Sam, el año pasado.

Ver The Americans desde el futuro —este futuro, el de las pantallas y las palabras secretas que ahora van a parar a Google— permite una ventana a aquellos tiempos en que el miedo a un apocalipsis nuclear era una sensación palpable e incluso espesa en tiempos de crisis. No es casual que en sólo una escena —de los cincuenta y tres capítulos que hasta ahora componen la serie— todos sus personajes hagan lo mismo y eso sea sintonizar El día después, la película televisiva más vista de la historia. Como ellos, otros 100 millones de personas se sentaron a ver en los 80 cómo sería una guerra nuclear: niños carbonizados entre escombros, oleadas de fuego arrasando ciudades, abrazos débiles entre unos pocos sobrevivientes.

Terminada la película, se muestran rostros serios, alguna lágrima que se seca rápido por un compañero. Al día siguiente, todos a trabajar —robar, conspirar, asesinar— para evitar ese futuro inminente. Trabajar es que Elizabeth destruya la vida de una mujer que se había convertido en lo único parecido a una amiga; trabajar es que Philip deba seducir a una niña que le recuerda a su hija.

Sin la tentación de estirar demasiado la historia —FX ya confirmó que la sexta temporada, en 2018, será la última—, The Americans explota con inteligencia los contrapuntos entre esos opuestos que representaron Estados Unidos y la Unión Soviética. Como lo reseña la peligrosa y dulce Nina Krilova (Annet Mahendru): “Ustedes creen que todo es blanco o negro. Para nosotros todo es gris”. Hay peleas familiares que representan ciertas luchas —“¿Entonces respetas a Jesús, pero a nosotros no?”, dice Philip en el único momento en que pierde el control frente a su hija— y nuevas formas de deseo que aparecen de golpe mientras se decide el destino de Afganistán, Sudáfrica o Nicaragua.

El secreto de la serie, no obstante, parece residir en que el dramatismo de cada amenaza no opaca el sorprendente humor que pueden alcanzar los intercambios de Elizabeth —que parece no perder de vista nunca su misión y a su pueblo— con Philip comprando un auto deportivo nuevo, el agente del FBI Stan Beeman (Noah Emmerich) llegando a cenar sin invitación o sus hijos consumidos por el catolicismo y los videojuegos. Se puede decir, quizá en voz baja, pero sin miedo: The Americans también es graciosa. The Americans es, a veces, tan graciosa como entrañable. Por ahí respiran los personajes cuando todo parece a punto de explotar.

Karl Marx —cuya imagen merodea como un coqueto personaje de reparto— escribió que la historia siempre se repite: primero como tragedia, luego como farsa. The Americans recoge eso en la crueldad del destino que nosotros conocemos, pero los personajes no: sacrifican todo dirigiéndose invariablemente a la derrota. Peleando por una velada promesa de futuro en una batalla en que hay momentos para admirar la historia del rival y lamentar su decadencia. Como la única reflexión que el impasible jefe de Elizabeth y Philip se permite hacer en voz alta: “Pensar que los americanos alguna vez tuvieron a Lincoln. Ahora tienen a Reagan”. Habría que ver qué opina hoy.

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