Por Diego Zúñiga Febrero 3, 2017

El día de Año Nuevo de 1967, por la mañana, Violeta Parra dio la que sería una de sus últimas entrevistas. Fue en los estudios de Radio Magallanes, en Santiago, donde conversó con el periodista René Largo Farías, conductor del programa Chile Ríe y Canta, pocos días antes de partir a una gira hacia el sur, que finalmente nunca realizó.

Esa mañana habló de su trabajo, de su deseo de conectarse con el pueblo, de la alegría que le daba el haber podido levantar el proyecto de la Carpa en La Reina y de cuán importante fue para ella, tiempo atrás, recorrer Chile de norte a sur, en tres giras que había gestionado el mismo René Largo Farías: “Palpar desde cerca el cariño que el público les tiene a sus artistas es una cosa que toca el alma y que no se olvida tan fácilmente —le dice Violeta Parra en la entrevista y luego agrega, con una sinceridad y una lucidez admirables—: Creo que las canciones más lindas, las más maduras… Perdónenme que diga canciones lindas habiéndolas hecho yo, pero qué quieren ustedes: yo soy huasa y digo las cosas sencillamente, como las siento. Las canciones más enteras que yo he compuesto son ‘Gracias a la vida’, ‘Volver a los 17’ y el ‘Run Run se fue pa’l norte’”.

Todas esas canciones formarían parte de Las últimas composiciones, probablemente su disco más importante. Pero ella no alcanzaría a presenciar ese reconocimiento. Cuatro semanas después de aquella entrevista, en esa Carpa de La Reina que tanto orgullo le daba, Violeta Parra se disparó en la sien, dejando su vida inconclusa y una obra tan deslumbrante como enigmática. Ahora, el 5 de febrero se van a cumplir 50 años desde su muerte, pero la conmemoración más importante será, en realidad, su centenario, que se celebrará el próximo 4 de octubre.

El mayor acierto de Violeta Parra en sus palabras es mostrarla despojada del relato oficial, con sus contradicciones y su genio, con sus rabias y sus amores.

Este 2017 será el año de Violeta Parra. Nos vamos a llenar de homenajes, de biografías, de semblanzas, de conciertos que la conmemorarán. Nos llenaremos de su figura y tendremos que convivir con los lugares comunes que existen en torno a ella, con esa idea —tan pequeña— de la campesina que le cantó a la tierra y al alma chilena, y que quién sabe por qué diablos se suicidó. Pero surgirán, sin duda, pequeñas luces que nos ayudarán a comprender mejor a una artista tan indescifrable como lo fue ella. Por ejemplo, las conversaciones que recopiló la periodista Marisol García en Violeta Parra en sus palabras. Entrevistas (1954-1967) —publicado en la colección Tal Cual de Periodismo UDP-Catalonia—, un documento que nos permite encontrarnos, de manera directa, con la voz de quien compuso algunas de las canciones más hermosas de este lado del mundo. Canciones como las que le mencionó a René Largo Farías en aquella entrevista en Radio Magallanes y que cierra la recopilación hecha con tanto cuidado por García, quien ha escrito algunos de los textos más lúcidos sobre la obra de Violeta Parra. No es casualidad, entonces, que haya sido ella quien buscó, transcribió y compiló estas catorce entrevistas, que abordan los años creativos de Violeta Parra, no sólo en el ámbito de la música, sino también en la escritura y en las artes visuales. Años de viajes, de conciertos en Europa, de conversaciones sobre la tradición del canto chileno, de exposiciones en el Louvre que casi no se realizan, de discos grabados en París, de proyectos que nunca se concretaron, de canciones y telares que hablarían de Chile como muy pocas expresiones artísticas lo han logrado: el cine de Raúl Ruiz, la poesía de Gabriela Mistral y Nicanor Parra, las canciones de Víctor Jara y poco más.

Revisamos estas entrevistas buscando a una Violeta Parra alejada de los lugares comunes y nos encontramos, efectivamente, con una mujer generosa con sus colegas, que nunca escondió su origen ni el origen de su trabajo, que tenía plena conciencia de la tradición, esa misma que ella investigó y recogió en sus composiciones, en aquellos viajes por Chile donde grabó a esos cantores campesinos que le compartieron sus canciones y que ella luego daría conocer al mundo.
Una Violeta Parra que transita entre la mesura y la lucidez, en aquellos años exitosos, y luego entre la fatalidad y el desencanto, cuando vuelve a Chile en 1965.

“La tradición es casi un cadáver”, dice en un momento, cuando siente que el arte popular se está perdiendo, cuando deja en evidencia cuán frágil es la memoria chilena. Había rabia en Violeta Parra, había desconcierto también por no encajar en un país que parecía recibirla con generosidad —al menos lo vivió así cuando salió de gira—, pero que no comprendía realmente su trabajo. Costaba encasillarla, y en ese sentido Violeta Parra en sus palabras muestra, con mucha precisión, cómo el periodismo nunca estuvo a su altura. Muchas de estas entrevistas dejan gusto a poco, y también muchas de ellas dejan en evidencia los problemas para abordar una obra tan grande y extraña, tan cercana y a la vez tan universal. Lo explica perfectamente Marisol García en el prólogo: “¿Una artista de prestigio internacional? ¿Una cantora campesina apegada a la tradición? ¿Una mujer de vida excéntrica ocupando una carpa en el sector alto de Santiago? ¿Una creadora atormentada? ¿Una maestra de folcloristas? No entender qué se enfrentaba ante Violeta Parra llevó, en algunos casos, a abordar la conversación con ella como si la experiencia fuese una curiosidad en sí misma”.

¿Hubiesen sido distintas las entrevistas hoy? ¿Estaría el periodismo cultural chileno a la altura de una artista tan particular? Quedan dando vuelta esas preguntas después de leer estas entrevistas, donde asistimos, también, a algunos recuerdos hermosos de la vida de Violeta Parra, recuerdos de infancia o de aquella vez que se paró sola con su guitarra en París y el público no la dejaba irse, conmocionado por lo que habían escuchado. Recuerdos que van dejando paso a una voz más oscura cuando vuelve a Chile, en 1965, una voz desencantada, y eso se puede apreciar en sus respuestas más breves, más incómodas, como cuando le preguntaron qué tipo de satisfacciones le había reportado su carrera artística y ella dijo, tajante: “Absolutamente ninguna. Solamente sacrificios y continuas luchas. Todo lo que usted ve aquí —en la Carpa de La Reina— es producto de mis propias penurias. En Chile no se comprenden ciertas cosas”.

Son tantas las voces que han intentado explicar a Violeta Parra, que tener acceso a ella sin intermediarios resulta iluminador en muchos sentidos: “En el arte me atrevo a todo: dialogar con una aguja, una guitarra, un pincel o papel maché. Hay que probarlo todo, tener el valor de buscar todos los lenguajes”.
El mayor acierto de Violeta Parra en sus palabras es mostrarla despojada del relato oficial, con sus contradicciones y su genio, con sus rabias y sus amores, consciente de que muchos querían que sólo fuera una cantante y no esa artista incómoda y política en la que se convirtió.
Acá está la voz extraña y fascinante de esta mujer que nunca terminaremos de descubrir.

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