Por Yenny Cáceres // Foto: Marcelo Segura Noviembre 18, 2016

Jerome es un científico chileno en crisis con su esposa, una brillante química francesa. Jerome es el protagonista de El Lobby del Odio, el regreso del dramaturgo Benjamín Galemiri (1960). Jerome también es el alter ego de Galemiri y el personaje con el que exorciza los demonios de su separación tras 25 años de matrimonio.
En los años 90 fue considerado el dramaturgo de la transición, con obras como El coordinador (1992) y Edipo asesor (2000), donde diseccionaba las relaciones de pareja y la contingencia política con un humor negro e incombustible. Tras varios años de silencio, Galemiri está de vuelta. Y para el rol protagónico escogió a su alter ego en la vida real, el actor Gregory Cohen (1953).
—Y salió un actor —le dice Galemiri a Cohen a modo de saludo, comentando la victoria de Trump.
Y se ríen. Tal como se vienen riendo desde hace 40 años.

Es viernes por la tarde, en una de las semanas más calurosas de noviembre en Santiago. Afuera del centro cultural Matucana 100 el sol pega fuerte, pero Galemiri viste un polar negro que no se sacará jamás durante esta entrevista. Cohen, en cambio, llega de camisa manga corta amarilla, veraniega. De alguna extraña forma, se complementan.
Un amigo en común los presentó porque los encontraba parecidos en la década del 70. No se equivocó. Se conocieron en el café Pushkin, a cuadras del Pedagógico, poco tiempo después del golpe militar. De esos años universitarios recuerdan a compañeros soplones que hacían la carrera completa y que la vida cultural estaba muerta.
—La ACU nos ayudó a sobrevivir —dice Cohen, aludiendo a la Agrupación Cultural Universitaria, un espacio de resistencia y bastión cultural en esos primeros años de dictadura.
Galemiri estudiaba Filosofía en el Pedagógico, y Cohen había pasado por Ingeniería Industrial en la Universidad de Chile y se había cambiado a Licenciatura en Física, también en el Pedagógico. Pronto se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común. Ambos eran judíos, hijos de abogados, admiraban a Enrique Lihn y habían tenido clases con Nicanor Parra. Y ambos, por supuesto, amaban a las mujeres.
—Éramos bien picaflores —dice Galemiri.
—Al final, uno todo lo hace por una mujer. Desde jugar a la pelota, a ver si te está mirando, cuando uno es más chico —complementa Cohen.

"A los 5 años me enamoré de la Jane Fonda. Yo las admiraba y tenía más deseo sexual cuando me encontraba con mujeres inteligentes. Esas son las que yo perseguía" B. Galemiri

Cuando se conocieron, filmaron con una cámara Super 8 una película muda, El jardín de la selva, que era la historia de un tirano en clave cómic, dirigida por Galemiri y que se inspiraba en La naranja mecánica, de Kubrick. Galemiri siempre había querido ser cineasta. Siendo niño, su padre le compró una cámara y le pagó un curso de cine por correspondencia. Era el otro rostro, dice, de un padre golpeador y ausente. Cohen, pese a su formación científica, escribía poesía y obras de teatro en sus años universitarios. Fue un cambalache. Benjamín le pasó el cine a Gregory, y este le heredó a Galemiri el teatro.
Ya en los 90, Galemiri se convertiría en uno de los colaboradores de la Compañía Bufón Negro, que montaría varias de sus obras con Alejandro Goic como director. Cohen, por su parte, incursionaría en el cine como actor, protagonizando El hombre que imaginaba (1998), de Claudio Sapiaín, y también debutaría como director con trabajos como El baño (2005), donde una cámara fija es testigo de los cambios sociales ocurridos durante dos décadas, entre 1968 y 1988.

Pero antes de que la vuelta a la democracia les abriera más espacios, Benjamín y Gregory escribieron una película, As time goes by (1988), que ganó el premio al mejor guión de un concurso organizado por la asociación de productores de televisión. En tiempos en que no existía el Fondart, era una de las pocas formas para financiar el proyecto. Es una película sobre judíos chilenos actuada por judíos, en que el protagonista era Cohen, junto a Schlomit Baytelman y Álex Zisis. Fue dirigida por Galemiri, quien se inspiró en su abuelo para contar la historia de un inmigrante judío que se dedica al comercio y que sueña con volver a la tierra de sus ancestros en Esmirna, Turquía.

Para Galemiri, la cinta también era una metáfora del exilio:
—Lo dijo Raúl Ruiz. Los chilenos y los judíos inventaron una metáfora, el exilio. Era nostálgica. También el centro de la película era una mujer, la Schlomit Baytelman. No era una película declaradamente política, quizá si la hubiera dirigido Gregory habría sido más, porque estuvo mucho más comprometido que yo con el tema político.
La película se estrenó en el cine El Biógrafo, y circuló por festivales. Fue un oasis en medio de la nada.
—El sentido del humor fue lo que nos salvó —dirá Cohen, al recordar esos años.

delirio ponderado

cuadrado2.jpgHace muchos años que Gregory Cohen no hacía teatro. Nunca tampoco había participado en una obra de Galemiri. Aceptó porque se trataba de Galemiri, pero también porque enganchó con esto que llama “delirio ponderado”, esta historia de una pareja de científicos que, en palabras de Galemiri, planean un “experimento que pondrá fin al capitalismo desenfrenado en el mundo: una neodroga que templará los espíritus”.
—Le tengo respeto al teatro, pero leí la obra de Benjamín y dije esto es un delirio ponderado. Y en este delirio me debería meter visceralmente, y de alguna manera es un recuerdo para atrás. Las cosas que hicimos, es una mezcla de miedo, ternura y resistencia —dice Cohen.
—Y de mujeres —agrega Galemiri.
Como en el Galemiri de los años 90, son inevitables las lecturas políticas de esta obra, que se anuncia como una “comedia política de amor y destrucción”, en la web de Matucana 100. En una versión de El avaro de Molière que el dramaturgo presentó hace pocos meses en el Teatro Nacional, las alusiones al Chile actual, con los casos de corrupción eran inequívocas.
El Galemiri de hoy ya no es el dramaturgo de la transición. Por primera vez desde que volvió la democracia, no fue a votar en las elecciones municipales.
—Es un momento vacío. Vi la nada —dice.
Cohen sí fue a votar, aunque “sacando mis últimas vísceras cívicas”. Lo dice quien fue militante comunista desde los tiempos de la UP hasta fines de la dictadura. Y alguien que estuvo encarcelado durante tres meses en la Penitenciaría, a inicios de los 80, por participar en una protesta contra Pinochet.
Galemiri, en cambio, nunca militó, pero eso no impidió que en 1987 fuera parte de una lista de actores y dramaturgos amenazados de muerte por el comando ultraderechista 135-Trizano.
—Esa fue la vez que vino Superman a ayudarnos —dice Cohen entre risas, recordando la visita del actor Christopher Reeve en solidaridad con los artistas chilenos.

Galemiri no ha ido a ningún ensayo de El Lobby del Odio. Dice que Rodrigo Bazaes, el director de la obra, no lo ha dejado. Pero tampoco se complica. Fue Galemiri quien lo propuso como director. Se conocieron el 2006, cuando Bazaes se encargó del diseño de Infamante Electra, uno de los últimos grandes estrenos de Galemiri, que dirigió Raúl Ruiz. Una década después, Bazaes pasó del diseño a la dirección, no sólo en teatro, sino que también en la serie de televisión Los 80, y se ha convertido en un referente ineludible del teatro local. El estreno de El Lobby del Odio, el 25 de noviembre en Matucana 100, marcará el cruce de estas dos generaciones.
Galemiri escribió esta obra después de su separación, tras 25 años de matrimonio con la artista visual Andrea Goic. Sobre las coincidencias del protagonista con su historia personal, dice:
—En términos formales, nada, no soy científico, no fui exiliado como Jerome, como dice Lihn, estuve en el inxilio, nos quedamos dentro, pero en términos humanos está la obsesión por la mujer. Él es capaz de todo por tener a una mujer. Pero tiene siempre a una mujer faro, que es lo que me ha pasado en mi vida. A mí me gustan mucho las mujeres, pero siempre tengo una mujer faro. Esa es una obsesión que viene de mi infancia. A los 5 años me enamoré de la Jane Fonda. Yo las admiraba y tenía más deseo sexual cuando me encontraba con mujeres inteligentes. Esas son las que yo perseguía.
En esta tercera colaboración, los amigos comparten nuevamente su obsesión por las mujeres.
—Para mí, esta es una obra sobre la pareja. Yo no saldría de la casa si no hubiera mujeres. Cuando uno está mal anímicamente, ver el cuerpo de una mujer, y lo digo en el plano visual solamente, no en el plano erótico, sino que estético, me hace bien. Cuando entras en un plano más íntimo, a mí me gustan las mujeres puntudas, que tienen una argumentación. Es sorprendente cómo pueden ser tan diferentes a nosotros, son otro mundo. Yo no sé si alguna vez voy a poder acceder en un 50% a ese mundo. Y eso es lo entretenido, lo tensional. Y eso la obra lo refleja —dice Cohen.
—Las mujeres de mis obras son casi todas dueñas de los hombres, lo que tampoco es bueno. El amor son dos neurosis. La neurosis del hombre de su infancia, y la neurosis de la mujer de su infancia. Y cuando ya no se aceptan sus neurosis, se separan. Pero si se aceptan toda la vida, ahí está el amor y también la paz —asegura el dramaturgo.

Hacia el final, Galemiri, El hombre que amaba a las mujeres, como en la película de François Truffaut, reconoce que desde hace un par de años está sin pareja y eso lo desespera. Y confiesa:
—Escribo para poder entender a las mujeres.

Relacionados