Por Diego Zúñiga Agosto 26, 2016

Dos hombres, un río y dos orillas.
Así empieza.
Dos hombres, separados por un río y también por el tiempo, se miran, se escudriñan con atención, buscando algo que no saben qué es. Ese río que los separa es también un mundo, son muchas vidas, muchas historias. Pero no hablan, sólo se miran.

Ciro Guerra (1981) se acuerda de esa imagen, que parece un sueño, pero que le surgió de manera algo inconsciente luego de leer los diarios de los exploradores Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, quienes fueron los primeros que recorrieron la Amazonía colombiana a inicios del siglo XX.
Apareció esa imagen y entonces supo que debía indagar en ella, saber quiénes eran esos hombres, buscar ese río, entender cómo el tiempo los podía separar.
Indagó tanto en esa imagen, que descubrió que ahí estaba el origen de su nueva película, el origen de El abrazo de la serpiente, el primer filme colombiano nominado a un premio Oscar —en la reciente versión–, que situó a Ciro Guerra en la primera línea del cine latinoamericano actual.

Aunque esa nominación está más bien hacia el final de esta historia, que empieza en 2010 cuando Guerra descubre los diarios de los exploradores y hace los primeros viajes al Amazonas para ver qué hay ahí, en ese mundo desconocido del que tan poco saben los colombianos, a pesar de que representa más del 50% de su territorio. Empieza con esos viajes y también con aquella imagen que se le aparece a Guerra y que termina desembocando en una película tan misteriosa como bella, filmada imponentemente en blanco y negro —para que así sea el espectador quien imagine los colores de la selva—, convirtiendo el paisaje en un personaje indómito y absorbente. La historia de Karamakate, un indígena que cree ser el último de su tribu, y su encuentro con dos hombres blancos: primero con el explorador alemán Theodor Von Martius, en 1909, y cuarenta años después con Evans, un botánico estadounidense. Con ambos buscará en la selva la yakruna, una planta sagrada que crecía donde alguna vez vivieron los miembros de la tribu de Karamakate. Con ambos realizará un viaje alucinante por una selva muy pocas veces filmada, una selva virgen y deslumbrante.

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Ciro Guerra supo que la película iba a conectar con el público cuando la estrenó en el Festival de Cannes, en mayo de 2015, en la Quincena de Realizadores. Esa primera función la recuerda perfectamente.
—Fue muy emocionante. Cuando terminó, la gente se puso de pie y no dejó de aplaudir durante diez minutos. Ahí sentí que la película había conectado —cuenta por teléfono desde Colombia, a días de viajar a Chile para participar en el Festival de Cine de Viña del Mar, entre el 6 y el 10 de septiembre, donde se hará una retrospectiva de su obra. Coincidirá, además, con el estreno en nuestras salas de El abrazo de la serpiente, que también está compitiendo en Sanfic.
76.jpg—Después de Cannes, a la semana siguiente se estrenó en Colombia, en no muchas salas, y ahí se llenaron e hicieron cifras récord. Lo que se dio después fue el efecto bola de nieve: se abrieron más y más puertas, y al momento en que se anunció que estaba nominada al Oscar, la película ya tenía distribución en 30 países, así que esa nominación fue el empujón final de todo.
Hoy, para Ciro Guerra todo es alegría con su tercera película —después de filmar dos cintas en las que recorrió Bogotá (La sombra del caminante, 2004) y el Caribe colombiano (Los viajes del viento, 2009, la que compitió en Cannes en la categoría Una cierta mirada), pero en 2010, cuando empezó a buscar el financiamiento para filmar, las cosas no fueron tan fáciles.
—Todo el mundo creía que era una película demasiado inusual, decían que era demasiado diferente a lo que la gente está acostumbrada a ver y que por eso no iba a funcionar. Pero de lo que nos hemos dado cuenta ahora con todo lo que ha pasado es que sí existe un público que quiere ver estas historias, que el cine te lleve a lugares inesperados. Y creo que América Latina está llena de esas historias —dice Guerra, quien junto a la productora Cristina Gallego, su esposa, lograron recién en 2013 conseguir el financiamiento: tenían pensado un presupuesto inicial de unos cuatro millones de dólares, pero terminaron filmando con uno y medio, un presupuesto reducido si se piensa en toda la complejidad que significa filmar en la selva. Pero Guerra no lo dudó. La Amazonía colombiana se había vuelto una obsesión.

—Estuve dos años y medio yendo y viniendo a la selva, recorriendo diferentes lugares. No fue fácil encontrar una selva como la que se ve en la película, porque hoy en día la mayoría de la selva está afectada por el turismo, el comercio, la agricultura. Fue un reto encontrar esa selva en su estado original. Hoy sólo quedan ecos de lo que fue —explica Guerra, quien a partir de su segunda película descubrió que había algo en el paisaje colombiano que lo estimulaba a filmar. Primero fue el Caribe, pero luego encontró la selva, donde descubrió que luego de estar tanto tiempo en un lugar como ése es imposible seguir viendo las cosas como siempre. El mundo se transforma en otra cosa y eso es lo que quería también producir en el espectador: mirar la selva como si la estuviera mirando un indígena, vivir esos viajes interminables por el río en busca de una planta sagrada, abandonar la ciudad e internarse en un paisaje inexplicable, como en una película de Herzog o en Apocalipsis Now, dos de los referentes más directos del viaje alucinante que se vive en El abrazo de la serpiente.

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“No me es posible saber si ya la infinita selva ha iniciado en mí el proceso que ha llevado a tantos otros a la locura total e irremediable”, anota el explorador Theodor Von Martius y leemos aquella anotación apenas comienza la película, advirtiéndonos cómo será este viaje. Luego, vemos a Karamakate mirando el río y después el encuentro entre ellos, entre el hombre blanco y el indígena, mientras la selva se multiplica en el reflejo del agua.

“No queríamos filmar la selva como se ve en el imaginario occidental, que es como un lugar de oscuridad, de agresividad. La película está contada desde el punto de vista de las comunidades indígenas, y eso la hace única”.

Filmar aquel paisaje sacándolo de los lugares comunes de la violencia y la locura era uno de los retos para Guerra. Y en muchos sentidos lo logra, aunque no esquiva un par de escenas delirantes y violentas, como cuando llegan a un pequeño pueblo donde un sacerdote español cuida a los indígenas huérfanos que perdieron a sus padres por culpa de la industria del caucho, o cuando Karamakate, ya más viejo, convertido en un chamán, salva a la mujer de un hombre que se anuncia como un mesías, en otro pueblo, y celebran en la noche un rito canibalesco y brutal.

—No queríamos filmar la selva como se ve en el imaginario occidental, que es como un lugar de oscuridad, de agresividad. La película está contada desde el punto de vista de las comunidades indígenas, y eso la hace única, porque ellos ven la selva de otra forma, como un lugar que tiene un orden, que demanda y exige respeto. Un lugar que tiene una lógica que es diferente a la nuestra, pero que si la respetas, ella también te va a respetar —dice Guerra, quien filmó durante siete semanas en distintos lugares de la Amazonía colombiana. Tuvo suerte: sólo un día de esas semanas llovió.
—Si hubiera llovido más, la verdad es que no sé qué habríamos hecho. Sin duda que la selva nos ayudó para que la película se hiciera, nos dio permiso. No hubo enfermedades ni accidentes. Sentimos una conexión muy profunda con el lugar.
Aquella conexión se refleja, indudablemente, en cómo Guerra filma el paisaje, aquella selva que parece cambiarle la vida a cada hombre que entra en ella y que se vuelve una bestia indescifrable tras la cámara.

La selva, el río y los indígenas, en un espacio multicultural donde Guerra hizo interactuar a actores indígenas como el extraordinario Nilbio Torres (interpretando al joven Karamakate) junto al belga Jan Bijvoet (Theodor Von Martius), y jugar así con los idiomas, que se mezclan con el sonido de la selva.
Guerra dice que la nominación al premio Oscar no le ha cambiado mayormente la vida, aunque sí le ha facilitado el financiamiento para su nueva película.

—Se han abierto muchas oportunidades para trabajar en distintos proyectos, pero, más allá de eso, yo sigo trabajando en las películas que quiero hacer, no permito que haya presión de afuera. Hay que seguir escuchando la voz que te dice por dónde tienes que ir —dice Guerra, quien obtuvo el premio a Mejor Director en los recientes Premios Platino, donde El abrazo de la serpiente ganó en siete categorías, los que se suman a los muchísimos galardones que ha recibido en festivales como el de Rotterdam y Sundance. Premios absolutamente merecidos para una película que se parece a un viaje hacia un nuevo mundo.

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