Por Diego Zúñiga // Fotos: Esteban Paredes Julio 22, 2016

INT- AUTO-CONCE

Alfredo Jaar (1956) mira por la ventana del auto el Mercado Central de Concepción, o más bien lo que quedó de él tras el incendio que lo consumió en 2013: una estructura mastodóntica, las ruinas de una construcción que debió brillar en su momento y que aún no pierde su dignidad, aunque sólo quede ese armatoste que mira Jaar por unos segundos, como quien observa un fósil. Lo mira también con los ojos del arquitecto que nunca fue —al menos en términos convencionales— y con los ojos del artista visual que ha realizado grandes intervenciones en ciudades de Canadá, Suecia y Finlandia, los ojos de alguien que podría realizar un proyecto deslumbrante con esas ruinas. Quizá piensa en eso, mientras mira por la ventana del auto, que va rumbo a la Universidad del Bío-Bío, donde el Premio Nacional de Artes 2013 dictará la charla Es difícil, en un par de horas más de ese jueves 14 de julio. Dos días antes dictó la misma conferencia en la Universidad Austral, en Valdivia, y el viernes 15 la repetirá en la Universidad de Talca, en un viaje que decidió realizar Jaar dando a conocer su trabajo, ese que lo ha convertido en el artista chileno más importante de la actualidad, el más influyente.

El auto avanza mientras Jaar mira una ciudad que no conocía. A su lado lo acompaña Evelyne Meynard, su mujer. Él lleva una cámara pequeña donde fotografía detalles que le llaman la atención.

Son casi las 10 de la mañana. Alfredo Jaar está evidentemente cansado. La gira ha sido intensa, pero él no pierde el ánimo. Se va contento del Sur, dice que el centralismo es insoportable, pero que ahora entiende mejor de qué se trata todo esto.

Poco antes de llegar a la universidad, se pondrá a hablar de fútbol. Sí, aunque no se sepa mucho, Alfredo Jaar es un fanático del fútbol. El domingo 26 de junio estuvo en el MetLife Stadium, en Nueva Jersey y vio cómo Chile se coronaba bicampeón de la Copa América.

—Los nervios de los penales fue lo más difícil. Pero me gusta mucho el fútbol, el fútbol como un juego de ajedrez —dice Jaar, quien ha visto finales de Eurocopa y de Champions League junto a su hijo, el músico Nicolás Jaar, y que ese 26 de junio celebró como el resto de los chilenos cuando Francisco Silva convirtió el último penal. Un chileno que no vive en el país desde 1982, cuando emprendió viaje rumbo a Nueva York y su vida cambió para siempre, pero que nunca ha dejado                                                           de pensar en su lugar de origen.

INT-U DEL BÍOBÍO-CONCE

Rodeado de autoridades de la universidad, el arquitecto Hernán Barría —quien será el anfitrión de Jaar durante sus días en Concepción— cuenta que el origen del viaje al Sur fue algo que se tuvo que inventar el propio Jaar: vino al país invitado por la Universidad de Chile para participar en el encuentro “eX-céntrico: disidencias, soberanías, performance” y, entonces, le comentó a su amigo Sergio Parra (dueño de Metales Pesados) que tenía ganas de mostrar su trabajo en el Sur. Parra fue quien organizó todo. A propósito de su viaje, Jaar recuerda a su amigo Juan Downey: “Antes de que se muriera comíamos juntos una vez al mes, y después de un par de pisco sour siempre decía lo mismo: ‘Echo de menos Chile, nunca me invitan estos huevones’. Y se murió sin que nadie lo invitara. ¡Y era Juan Downey, una figura espectacular! Yo no quería que me pasara eso, así que me tuve que invitar por mi propia cuenta”, dice Jaar y se ríe.

INT-AULA MAGNA-CONCE

—Bueno, vamos a comenzar. Tengan paciencia. Mi presentación dura seis horas y treinta y tres minutos —dice Alfredo Jaar, vestido completamente de negro, en una tarima, tras un Macbook, y la gente —unas cien personas— se ríe. La charla durará dos horas exactas y lo que veremos, entonces, será una selección de algunos de sus trabajos más importantes; en especial, intervenciones públicas en las que las artes visuales se convierten en una forma de cambiar la realidad. “Para mí el contexto lo es todo y mi modus operandi siempre ha sido el mismo: para actuar en el mundo, necesito entender el mundo”, dice Jaar, y luego agrega: “¿Cómo hacer arte en el mundo con información que la mayoría de nosotros preferiría ignorar? Yo no tengo respuesta a esa pregunta, es por eso que soy artista, porque busco una respuesta a esa pregunta”. Una respuesta que se traduce en intervenciones que buscan visibilizar aquellos problemas en los que no nos detenemos: la inmigración, las consecuencias de las guerras y de las catástrofes naturales, la violencia en todas sus formas.

Y la primera imagen que vemos es una fotografía que todos conocen: la de Aylan Kurdi, muerto en una playa de Turquía. La imagen de ese niño sirio que recorrió el mundo y que será el eje de la charla de Jaar. Una y otra vez volverá a esa imagen, sin decir nada, mientras va contando acerca de sus proyectos: un memorial en Fukushima, su obsesión con el 11 de septiembre de 1973 —“el día que cambió mi vida y la de mi generación”, dice—, una intervención a propósito de los refugiados en Montreal, una obra acerca de los inmigrantes en Helsinki, y así, un proyecto tras otro, hasta que se detiene en la fotografía de Aylan y reflexiona sobre el poder de las imágenes.

Al terminar, la gente lo aplaude por más de un minuto. Algunos se acercarán para que les firme un libro, un catálogo, y otros le agradecerán por sus palabras, por la inspiración, por su trabajo.

INT-EDIFICIO-CONCE

“Hay un nivel de honestidad muy grande en estos lugares, una especie de espontaneidad que no está en las grandes ciudades. Cuando se me acerca alguien, siento que eso es refrescante y emocionante, porque tú sabes que el mundo del arte es bastante falso”, dice Jaar en Talca.

En el piso catorce de la Torre O’Higgins —uno de los edificios que sufrieron más daños tras el terremoto de 2010—, Alfredo Jaar almuerza junto a una serie de arquitectos jóvenes. Antes de sentarse, sale a la terraza y observa la ciudad. Es una vista privilegiada: los cerros verdes, los edificios, el río Biobío imponente. Luego se sientan y hablan de la obra de Alejandro Aravena —que Jaar admira—, los jóvenes le cuentan de sus trabajos y él se detiene en una pareja, dos arquitectos que conforman República Portátil, un colectivo de arquitectos que busca intervenir la ciudad con pequeñas construcciones. Les hace preguntas, ellos le cuentan sobre sus obras, se detienen largo rato en un cortometraje que realizaron y que calzó justo con el terremoto. Los jóvenes penquistas vuelven una y otra vez a la madrugada del 27 de febrero de 2010. Jaar escucha atentamente, les hace más preguntas. Él les dice que le escriban, que le manden sus trabajos.

INT-AUTO-CONCE

Alfredo Jaar va rumbo a la Pinacoteca y luego recorrerá, sorprendido por su arquitectura, la Universidad de Concepción. En el camino, arriba del auto, un joven arquitecto y fotógrafo le contará de un proyecto: realizar un taller de fotografía en Isla de Pascua. Quiere postularlo al Fondart y le gustaría que él lo dirigiera. Jaar lo escucha y hace preguntas. Se interesa. Le dice que depende de sus fechas, pero que sí, que podría ser, aunque prefiere que los honorarios vayan por su cuenta. Nunca ha postulado a un Fondart. Prefiere no hacerlo, dice que es mejor dejar esos recursos para los más jóvenes. Hernán Barría, que conduce, no logra encontrar estacionamiento. El viaje se alarga, pero le da tiempo al joven penquista para contar todo el proyecto y descubrir que a Jaar le gusta la idea, que podría ir un par de días a Isla de Pascua para dirigir el taller. Barría encuentra estacionamiento. Recorren la Pinacoteca, la Universidad de Concepción, ya es de noche. Se acaba el día.

INT-AUTO-CARRETERA

Son pasadas las nueve de la mañana y Jaar va rumbo a Talca, donde se presentará a las cinco de la tarde en la universidad. En el camino recuerda cómo vivió el 11 de septiembre de 2001: “Llegué temprano a mi taller, que está en un edificio industrial, antiguo, y el tipo que maneja el ascensor me pregunta si supe la noticia, que parece que un avión chocó contra el World Trade Center. Entonces, me ofrece llevarme a la azotea para ver. Allí me encuentro con otra persona. A lo lejos, se ven las torres y el humo. Le pregunto si vio algo y me dice que está medio confundido, que el hombre del ascensor le dijo que parece que un avión había chocado contra una torre, pero cuando subió vio eso justamente: que un avión chocaba contra una torre. Y claro, él vio el segundo avión. No entendía nada. Ese día yo tenía una entrevista con un periodista alemán y le dije que fuéramos a ver las torres. Todo el mundo arrancaba y nosotros íbamos hacia las torres. Estábamos cerca cuando se cayó la primera. Ahí también empezamos a correr”.

EXT-UNIVERSIDAD-TALCA

Jaar recorre el campus y le impresionan las esculturas. Hay un museo dedicado a la obra de Lily Garafulic, hay pinturas en todos los edificios, en el pasillo te encuentras con un Vergara Grez, un Balmes, una pintura extraordinaria de Francisco Copello. Jaar avanza por el campus junto al rector Álvaro Rojas. Jaar lo felicita por el trabajo de la Escuela de Arquitectura, que fue seleccionada por Alejandro Aravena para participar en la última Bienal de Venecia. Jaar escucha y mira, es como una esponja que va absorbiendo toda la información que encuentra en el viaje. Descubre que la provincia lucha constantemente contra el centralismo, pero que hay futuro. “Hay un nivel de honestidad muy grande en estos lugares, una especie de espontaneidad que no está en las grandes ciudades. Cuando se me acerca alguien, siento que eso es refrescante y emocionante, porque tú sabes que el mundo del arte es bastante falso, pero acá se me acerca gente con un interés muy genuino a contarme sus proyectos”, dirá Jaar luego de dictar su charla ante un auditorio repleto.

INT-AUDITORIO-TALCA

Alfredo Jaar repasa sus trabajos más importantes ante unas 150 personas, que lo escuchan en completo silencio, como si estuvieran en una capilla. La última imagen es de Jaar caminando por Nueva York con un cartel que dice: “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura”. En Talca, al menos, después de escucharlo, la ovación es estruendosa. Luego le da la palabra al público. Le preguntan por la influencia de su obra en el trabajo de su hijo Nicolás —“Está muy famoso”, dice Jaar entre risas—, y una joven venezolana le pregunta cuándo hará una obra sobre su país. Y eso se repite en todos los lugares donde da su charla: alguien le pregunta por qué no ha hecho una obra sobre tal o cual conflicto. Jaar reflexiona después: “A veces es un poco incómodo, porque creen que yo puedo resolver todos los problemas del mundo. Pero al mismo tiempo eso me dice que ellos piensan que yo sí resolví algunos problemas con mi trabajo, entonces eso me toca mucho, me emociona, porque creen que se puede hacer algo”.

Al final, una mujer mayor toma la palabra y con la voz entrecortada dice que le hubiera gustado que sus tres hijos estuvieran ahí: “Yo me paré a aplaudirlo. Creo que todos nos vamos un poquito más distintos después de haberlo oído”, dice la mujer. Jaar dice que no hay más preguntas, que no hay mejor forma de cerrar una charla que con esas palabras. Y lo dice, también, con la voz entrecortada.

INT-HOTEL-TALCA

Son casi las 10 de la mañana. Alfredo Jaar está evidentemente cansado. La gira ha sido intensa, pero él no pierde el ánimo. Es un hombre silencioso, pero que si entra en confianza demuestra todo el entusiasmo que tiene y esa curiosidad incansable que lo mueve.

Se va contento del Sur, dice que el centralismo es insoportable, pero que ahora entiende mejor de qué se trata todo esto. Lleva en su maleta una serie de publicaciones sobre arquitectura y artes visuales que le regalaron. En un rato partirá hacia Santiago, donde el lunes participará en el encuentro “eX-céntrico…”. Luego, estará un par de días más en la capital y volverá a Nueva York, a su vida normal: llegar a su taller a eso de las 7:30 y leer los 28 diarios del mundo que revisa todos los días. Son dos horas dedicadas exclusivamente a leer y estudiar las noticias, materiales con los que quizá trabajará en el futuro. Dice que casi no lee diarios chilenos, que no está tan actualizado de lo que ocurre en Chile con respecto a las artes visuales, aunque supo del proyecto del nuevo Centro de Arte Contemporáneo en Cerrillos. Hace un mes, Camilo Yáñez, asesor del ministro Ottone en artes visuales, fue a visitarlo a Nueva York para contarle del proyecto. Jaar lo recibió en su taller. Yáñez le habló del proyecto y le dijo que le gustaría contar con una obra de él para la muestra con la que inaugurarían el espacio. Antes de que Jaar opinara, sonó su teléfono y le avisaron que su mujer había tenido un problema de salud en el gimnasio. Entonces, tuvo que irse de urgencia. “¿Ustedes creen que después de este episodio recibí un correo o un llamado del señor Yáñez preguntando cómo está mi mujer? No supe más. Ni siquiera me preguntó qué opinaba del proyecto, si iba a participar. Nada”, dice Jaar.

INT-TEATRO-SANTIAGO

“Yo invito a pensar a los estudiantes, a que dejen de hacer cosas. A mi juicio el arte no es hacer cosas, es pensar. 99% pensar, 1% hacer”, dice Alfredo Jaar, esta vez en el Teatro de la Universidad de Chile, ante mil personas que presenciarán su charla, aunque esta tendrá unos leves cambios con respecto a la versión que presentó en el Sur: mostrará otras obras, como El regalo —una de sus intervenciones más recientes, que mostró en Art Basel, Suiza— y Estudios sobre la felicidad (1979-1981), que fue la última obra que hizo en Chile antes de partir a Nueva York. Entre el público se ve a Raúl Zurita, a Paz Errázuriz, a su amiga Adriana Valdés, quien fue la primera crítica que escribió sobre su trabajo y quien lo impulsó también a irse de Chile, cuando el trabajo de Jaar no era bien recibido por la escena artística. Él nunca ha olvidado eso, pero también admite que ese viaje le cambió la vida. Estuvo 25 años sin mostrar su trabajo en Chile, pero hace una década, a menos de una cuadra de ese teatro, en el Edificio Telefónica, se realizó Jaar SCL 2006, la muestra más importante de su obra que se ha hecho en el país y que lo reencontró con la escena, pero más bien con las nuevas generaciones, que lo tienen como un referente. Entre los más jóvenes destaca los nombres de Gianfranco Foschino y de Enrique Ramírez, y recuerda lo importante que fue para él la exposición en la Telefónica. Y también recuerda una última cosa: que en el libro de visitas, el único artista chileno que le escribió algo fue Pedro Lemebel. Eso Jaar nunca lo ha olvidado.

Finalmente, termina su charla con un homenaje a la activista Angela Davis, la invitada principal del encuentro: el teatro explota en un aplauso enardecido, y Jaar ahí, con las luces enfocándolo, también aplaude a ese público que reconoce su trabajo, que reconoce que el arte, como dijo él, es el único lugar desde donde se puede repensar el mundo.

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