Por Fernando Vallejo, escritor y biólogo Mayo 23, 2016

—¿Por qué debemos considerar a los animales como iguales, como nuestro prójimo?

—Los animales superiores –los que tienen un sistema nervioso complejo, como los perros, las vacas o los cerdos– son nuestros compañeros en la dolorosa aventura de la vida porque en virtud de ese sistema nervioso complejo sienten, como nosotros, el dolor, el miedo, la sed, el hambre... Todo el que sienta el dolor, el miedo, la sed, el hambre es mi prójimo.

—Usted es vegetariano. Al considerar al hombre un animal, cuyo igual son perros, gatos, leones y otras especies, ¿no es antinatural no comer carne, mientras que muchas especies sí lo hacen, siendo esta acción parte del equilibrio natural?

—También es natural que un león se le eche encima a una gacela y la despedace. ¿Debemos fundar la moral en el comportamiento del león? Pero una vaca no es un león, la vaca no nos puede hacer daño. ¿Y qué hacemos entonces con los leones? Los debemos eutanasiar con una muerte indolora de la que ni se den cuenta. Que es ni más ni menos la que quiero para mí, que por lo demás no soy un león: soy un bípedo humano. Yo amo a los animales, inmensamente, a todos, con una inmensa compasión.

—¿Qué responsabilidad tiene para usted el cristianismo en la construcción de la visión antropológica que ve a los animales como meros instrumentos, o en un nivel inferior a los seres humanos?

—En Occidente, la máxima. En los Evangelios Cristo insulta con nombres de animales, como Lenin y Fidel Castro: “Serpientes, raza de víboras”, les dice a los fariseos. Y a Herodes le manda decir: “Id y decidle a ese zorro que yo hago curaciones y expulso demonios”. Y sí, sí expulsa demonios. En tres de los cuatro Evangelios canónicos está el episodio en que les saca los demonios de adentro a un endemoniado y se los pasa a una piara de cerdos, que enloquecidos van a arrojarse al mar. Su almita infame no le dio para tener misericordia por los pobres cerdos ni por los pobres zorros ni por las pobres serpientes, que eran obra de su papá, el Padre Eterno. Y si la Iglesia representa a Cristo como un cordero, ¿por qué entonces los cristianos se comen a los corderos? Y si la Iglesia representa al Espíritu Santo como una paloma, ¿por qué entonces hay cristianos que llaman a las palomas “las ratas del aire”? Pobres palomas, pobres ratas, pobres animalitos inocentes, obra del Monstruo.

—En su columna “Toros e hijueputas”, incluida en su libro Peroratas, le pide al ex presidente Álvaro Uribe “que prohíba la venta de mascotas”. ¿Usted tiene mascotas?

—Yo he vivido una buena parte de mi vida con perros recogidos de la calle. Esos no son mascotas. Detrás de la palabra mascota se esconde una gran inmoralidad, la de la venta de los animales. Vender un animal es como vender un hombre. ¿Se les hace una exageración? Pues entérense, por si no lo saben, que desde la colonización de las Islas Canarias en 1404 hasta antesitos de 1900 hubo esclavitud en los países cristianos de Occidente, por la cual se vendía a los africanos como hoy se vende a los animales, y que esa esclavitud fue cohonestada por la Iglesia con bulas como Sicut dudum de Eugenio IV del año 1435. Y considérese lo que comento en mi libro La puta de Babilonia de la bula Commissum Nobis de Urbano VII de 1639, o de la Instrucción número 1293 de la Sacra Congregación del Santo Oficio del 20 de junio de 1866, emitida bajo el pontificado de Pío Nono, el papa infalible. Y cito mi libro no para que lo compren, pues el asunto me tiene sin cuidado, sino para que se informen los que quieran a ver si se quitan por fin la venda moral que les puso la Iglesia en los ojos desde que nacieron y que les hace concebir a los animales como cosas. Tomás de Aquino, el “Doctor Angélico”, sostenía que los animales sí tenían alma, pero que era mortal, mientras que la del hombre era inmortal. Shakespeare en cambio decía que el hombre es una sombra pasajera y su vida un cuento sin sentido contado por un idiota, lleno de ruido y furia. Ustedes verán. Por mí, ¡les deseo que se vayan todos al cielo!

—Respecto a esto, ¿qué garantiza que un conejo esté mejor en el bosque, en estado de naturaleza, con escasez de comida y acechado por depredadores, que en una casa en la que esté bien cuidado y con todas las comodidades?

—No tenemos derecho a intervenir en la vida de los animales, como no sea para hacerles el bien. Pero nadie tiene la obligación de hacer el bien. Todos, en cambio, tenemos la obligación de no hacer el mal. Si tú quieres recoger un conejo para quererlo, ¡qué bueno! Pero no lo dejes que se reproduzca porque te va a producir millones. Mi mamá tuvo 20 hijos. Ya irás viendo por qué hablo así. Odio la reproducción.

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