Por Evelyn Erlij, desde Cannes Mayo 20, 2016

Cuenta Pablo Larraín que cuando estaba desarrollando el proyecto de Neruda junto a su hermano y productor, Juan de Dios Larraín, recibieron una propuesta curiosa. “Una empresa muy grande vino y nos ofreció hacer la película en inglés, una gran producción con estrellas de cine. Y nos volvimos locos: ¿cómo puedes hacer una película sobre un ícono de una lengua en otra lengua? Esta película tenía que ser en español”, revela el cineasta chileno, dos días después del estreno de su filme en la Quincena de los Realizadores de Cannes, el viernes pasado. Neruda tenía que ser hecha en Chile, no había dudas. Y mientras el guión avanzaba en secreto, y Larraín filmaba la serie Prófugos y la película No, todavía tenía pendiente lo más difícil: el casting.

“Leí por años muchos de los trabajos de Neruda, leí cinco o seis biografías y su autobiografía. Hice la película y todavía no estoy muy seguro de quién era. No puedes reducirlo a una película, no lo vas a lograr. Así que no hicimos una película sobre Neruda, sino sobre el universo nerudiano”, dice Pablo Larraín.

Luis Gnecco facilitó la tarea. En las pausas del rodaje de No, el actor hacía el juego de imitar a Neruda junto a Jaime Vadell. “Lo hacemos hasta el día de hoy. Yo no sabía del proyecto de Neruda. Y el juego surgía del prejuicio que existe, porque como hablaba raro, la cosa era: ‘Ya, juguemos a hablar raro’”, cuenta el actor, quien empieza a imitar el tono somnoliento del poeta. “Cuando hablaba como Neruda lo hacía muy bien. Yo miraba a mi hermano y era como ‘guau, mira...’. Con el tiempo, se convirtió en el candidato natural”, asegura Larraín. Desde que su película se exhibió en Cannes, se ha convertido en una de las más elogiadas de la Quincena. Los periodistas no han dejado de pedir entrevistas con él y los actores (Luis Gnecco, Gael García Bernal y Mercedes Morán) y, hasta ahora, la cinta se ha vendido a unos 50 países.

Film noir, western, comedia negra, thriller, drama; la película entrecruza géneros y reconstruye el agitado período clandestino del poeta —a fines de los años 40, en la época en que se promulgó la Ley Maldita— a través de un montaje impetuoso y fragmentado, en el que las voces del poeta (Gnecco) y de su perseguidor, el prefecto Óscar Peluchonneau (García Bernal), se trenzan, se funden y se convierten en una sola. La pregunta aquí no es dónde está la realidad en la ficción, sino dónde está la ficción en la realidad, y eso explica que el cineasta describa su película como un biopic falso.

“Empezamos a trabajar antes de No (2012). Luego No se hizo, y mientras esperábamos que Neruda avanzara —porque era un proyecto largo y complicado, con mucha gente y presupuesto—, hice El club (2015)”, cuenta el director. La idea había nacido hace algunos años en la mente de Juan de Dios Larraín: “Como productor uno siempre está mirando ideas y de repente apareció la de Neruda. Leí Confieso que he vivido, su autobiografía, y vi que había un personaje con demasiadas capas en lo emocional, en lo político; en su vida como diplomático y como poeta”.

El paso siguiente fue estudiar al personaje. “Comenzamos a investigar y estuvimos un rato pegados en la historia del Winnipeg, el barco en el que llevó a Chile a la gente que escapaba de la guerra civil española —recuerda el productor—. Después nos dimos cuenta de que la promulgación de la Ley Maldita fue para Neruda el período más importante de su vida. En el discurso que dio al recibir el Nobel volvió a ese momento. Cuando leí ese texto, entendí que la película estaba ahí. Encontrar el punto de vista de cómo contar la historia fue un problema que le pasé a Pablo y a Guillermo Calderón. De ahí hasta ahora, fue un viaje muy largo”.

Luego había que decidir cómo abordar un personaje tan inasible como Neruda. “Leí por años muchos de sus trabajos, leí cinco o seis biografías y su autobiografía. Hice la película y todavía no estoy muy seguro de quién era. No puedes reducirlo a una película, no lo vas a lograr. Así que no hicimos una película sobre Neruda, sino sobre el universo nerudiano”, explica Larraín. Para ello, encomendó a la periodista Lorena Penjean —quien hizo las investigaciones para Post Mortem (2010) y No— una tarea colosal: indagar en cada detalle de la inmensa vida del poeta.

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Difícil saber cuántas biografías sobre Neruda existen, pero para Penjean los libros esenciales fueron alrededor de ocho, entre los que estaban Las furias y las penas, de David Schidlowsk; Mi amigo Pablo, de Aída Figueroa y Neruda clandestino, de José Miguel Varas, un texto clave para la película. “Fuimos a la Fundación Neruda, llegamos al historial de Peluchonneau, buscamos a los amigos que quedaban vivos: Víctor Pey, Aída Figueroa, que lo escondió en su casa; ubicamos al hijo de Álvaro Jara (responsable de su seguridad durante la fuga), a la hija de Manuel Solimano, su amigo íntimo. Hablamos con Darío Oses y Hernán Loyola, expertos en su obra —detalla la periodista—. Aída Figueroa decía que Delia del Carril era una mujer tan fina, que sonreía sin emitir ningún sonido. A ese nivel de sutileza llegamos, porque eso es esencial para un guión”.

PeluchonneauCon la investigación en mano, faltaba escribir la historia en el papel. “Sólo la idea de hacer hablar a Neruda era muy aterradora. ¿Quién iba a escribir eso? ¿Quién iba a escribir las palabras que diría el actor que lo interpretara?”, cuenta Larraín. La respuesta fue el dramaturgo Guillermo Calderón, con quien trabajó también en El club. “Discutimos mucho acerca de qué significa Neruda hoy; nos metimos en su vida privada y descubrimos su locura, su sentido del humor, su bajeza comparada con su genio. Lo contrastamos todo, y de ahí fuimos destilando un Neruda que fuera más contemporáneo, más real, que nos hablara a nosotros; un Neruda ficticio que dialogara con el Neruda real”, explica Calderón desde Nueva York, donde vive.

Entre esa ciudad, Santiago y París se desarrolló la escritura durante dos años. “Fueron eternas conversaciones con Pablo, discutiendo, imaginando. Hubo distintas versiones del guión, escribí mucho —dice el dramaturgo, que desde niño había leído al poeta y le fascinaba—. Era difícil: ¿cómo imaginar a un Neruda nuevo? Descubrimos que siempre leyó novelas policiales, y era muy interesante que tuviera consigo ese tipo de libros mientras era perseguido por la policía. Eso nos abría una posibilidad dramática: como Peluchonneau nunca se encuentra con él, esa persecución podría ser imaginaria y Neruda podría ser autor de su propia persecución”.

Dos semanas antes del rodaje, Calderón y Larraín tenían 150 páginas escritas. “Estábamos sobre el presupuesto y mi hermano me dijo: ‘Necesitamos hacer esto más barato, tenemos que sacar 20 páginas’. Trabajamos una semana y añadimos 25. Juan me quería matar, pero nos apoyó”, cuenta el realizador. En paralelo, la directora de arte, Estefanía Larraín, comenzó a trabajar en la reconstrucción de época: “El gran desafío era la búsqueda de locaciones, porque Chile ha cambiado mucho y los lugares necesitaban mucha intervención —explica desde Santiago—. Para la construcción de personajes, más importante era lograr el ícono de estos que ser tan apegados a la realidad. Para el vestuario, una cantidad se trajo de Buenos Aires, otra se compró y adaptó, y otra parte se confeccionó a medida”.

En ese punto, sólo quedaba dar vida a los personajes frente a la cámara.

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Cuando Pablo Larraín le propuso a Luis Gnecco el papel de Neruda, la idea lo aterró. “Cómo dar cuenta de la vastedad de un personaje así, tan importante, tan contradictorio también —dice Gnecco en Cannes—. Leí un par de biografías, pero la clave fue conversar con Pablo. Entre los dos fuimos buscando. En la primera escena en que tuve que hablar como Neruda, Pablo me dijo: ‘Eso no, eso sí’, y por ahí me tiré. Es un músico, él no lo sabe, pero es un tipo con un oído musical perfecto. Neruda no podía hablar lento como lo hacía en la vida real; en esa época no se hablaba con la velocidad y soltura de hoy. Si hacíamos eso, era poco atractivo para la película, porque te sitúa en un realismo odioso, aburrido”.

Ahí, el trabajo de Calderón para crear el lenguaje nerudiano de los diálogos fue esencial: “Quería un lenguaje que fuera un poquito nerudiano, un poquito poético, porque eso iba a dar un tono, pero también iba a conectar a la gente con el mundo de Neruda —explica el dramaturgo—. Hoy, ese lenguaje poético es sutilmente humorístico, porque ya no tiene la fuerza que tenía en ese entonces; hay en él una cierta pomposidad que ayuda a darle ese tono teatral al guión. Quizás, también, es inevitable que yo escriba un poquito teatral”.

“Discutimos mucho acerca de qué significa Neruda hoy; nos metimos en su vida privada. Lo contrastamos todo, y de ahí fuimos destilando un Neruda que fuera más contemporáneo, más real, que nos hablara a nosotros”, cuenta Guillermo Calderón, quien estuvo a cargo del guión.

En paralelo, Gael García Bernal comenzó a meterse en la piel de Peluchonneau —“fue un ejercicio fantástico de libertad; mi personaje es diametralmente opuesto al de un poeta, es un policía expuesto a órdenes, a un rigor”, explica tras la función de Neruda—, lo mismo que la actriz argentina Mercedes Morán, quien interpreta a Delia del Carril. “La novela La mujer de Isla Negra (de María Fasce), que es una ficción maravillosa, me iluminó muchísimo más que cualquier dato biográfico. También conocí gente que había sido contemporánea a ella. Me enamoré de Delia. La vi tan invisibilizada por la época, por su familia, por ser tan moderna. Me gustó mucho que Larraín diera a Delia la importancia que había tenido, que después la historia y la viuda de Neruda se encargaron de ocultar”.

A nivel técnico y logístico, el proceso fue complejo: “Fue una coproducción entre cuatro países (Chile, Argentina, España y Francia) más un país asociado, Estados Unidos. Es una película que mezcla, en términos de talento técnico y artístico, a gente de los cuatro países coproductores. La preproducción duró tres meses. Filmamos 52 días en Chile, dos en Argentina, uno en París. Hubo 1.800 extras y trabajamos en 188 locaciones distintas, ya que como vemos a un Neruda arrancando, casi todos los días teníamos movimiento. Montamos 7 meses (proceso en el que participó Guillermo Calderón hasta la última edición), porque había mucho material. Después posprodujimos en marzo, abril y algunos días de mayo”, detalla Juan de Dios Larraín.

¿Cuánto costó filmar una odisea de este tamaño? “Lo suficiente para que quedara bien”, responde el productor, sin entregar cifras. Después de una nominación al Oscar y de un Oso de Plata en Berlín, los límites se ensanchan. Neruda tenía que ser tan grande como Neruda.

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