Por Evelyn Erlij, desde Cannes Mayo 18, 2016

Sentado en el Hotel Carlton de Cannes, en pleno festival, Luis Gnecco recuerda los días en que el casting de Neruda era aún un misterio. "Sabía que yo era uno de los nombres. Recé un poco, como para decir 'ojalá que suceda'. Y sucedió. Cuando tuve el guión en mis manos, me di cuenta de la dificultad que tenía por delante: ¿cómo se interpreta a un tipo así? Fue una alegría por un lado, pero por el otro una real complicación. Lo que me alivió fue saber que esta era una película de Pablo Larraín, que no iba a ser el retrato perfecto, fome, poco desafiante de Neruda. Y a partir de ahí empezamos a trabajar juntos en esta visión nerudiana de Neruda".

La actuación de Gnecco —celebrada por los medios especializados y descrita como "sobresaliente" por Variety— muestra a un Neruda exuberante, amante del riesgo, consciente de su grandeza y de su magnetismo irresistible; un ídolo popular que, mientras es perseguido por cientos de policías liderados por Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), se desvive para escribir la leyenda de sí mismo. "Tuve que  engordar entre 12 y 15 kilos. Cuando hicimos pruebas fotográficas, y con (la actriz) Mercedes Morán nos pusimos la ropa, éramos Delia y Neruda. Fue mágico. Eso, sumado a un tipo de actuación, hace que hasta yo me encuentre parecido a él. Pero es el aspecto que menos me preocupaba. Sabía que la película iba por otro lado".

—¿Cómo te preparaste para el papel?

—Leí y entrevisté a gente. Hablé mucho con Víctor Pey (amigo de Neruda), que me contó muchas anécdotas. También con gente que conoció a Neruda, como Jaime Vadell. Y cuando me di cuenta de que haciendo todo eso no iba a poder dar con él, lo que hice fue sumergirme en su obra. Es lo único que puedes hacer cuando vas a interpretar a un artista del cual se tienen registros, del cual se sabe como era, como hablaba. Me puse a leer y ahí descubrí lo ignorante que era yo sobre Neruda y lo grande que era él como poeta. Innegablemente era un gigante.

—Dijiste tenías prejuicios con Neruda antes de interpretarlo.

—Sí, pero hay que despojarse de ellos, porque no sirven de nada para la actuación. Pero que no se entienda mal: más que prejuicios, me sentía yo prejuiciado hacia Neruda por mi ignorancia, porque lo conocía muy mal. En ese sentido, tenía un prejuicio, era más que nada: 'por Dios que estoy lejos de esto'. Y yo simplemente tenía —y lo digo como confesión— la liviandad que tiene todo el mundo para juzgar a Neruda. Neruda se juzga en forma muy liviana en Chile y en realidad tenemos a un gigante. Neruda se juzga como juzgamos los chilenos las cosas, de forma superficial, como el tipo pesado, como el comunista pesado y burgués. Cosas de una descalificación y una falta de respeto insólitas. Salvo la gente que realmente conoce su obra y se acercó a Neruda le toman el peso.

—Ese rechazo hacia Neruda se da incluso en el mundo literario chileno.

—Seamos honestos. Nosotros somos chilenos, sabemos de qué se trata: el lema de Chile podría ser "destácate un poco y serás vapuleado". De verdad, es así. Yo estaba un poco dentro de esa media antes de la película.

—De hecho, en Poesía sin fin, de Alejandro Jodorowsky, hay una escena en la que se hace un acto poético contra Neruda.

—En Neruda no se trata de desacralizar a un personaje porque sí. Te aseguro que mucha gente quisiera hacer un acto poético contra Neruda porque sí, porque le carga, porque es gordo, porque es comunista, porque es feo, porque así somos los chilenos, somos irrespetuosos desde la ignorancia. Y además poco querendones de lo nuestro. Esta película desacraliza a Neruda, pero lo desacraliza y lo hace caer en un soporte muy bien puesto, que es la posibilidad de que este señor haya querido inventar su destino. Entonces el personaje, cuando lo bajas del podio, lo haces reposar en un lugar muy confortable para él. No se trata de ser iconoclasta, se trata de sacarlo del pedestal, pero dándole otra vida, haciéndolo hablar de otra manera.

—Hace poco hubo otra película sobre Neruda, con José Secall como protagonista. ¿Cómo lograste tú llegar al tono del personaje?

—No vi esa película, pero suponía que podía ser apegada a la historia, más bien constreñida dentro del realismo. Hacer eso hoy en día es una trampa. Durante la primera escena que filmamos con Mercedes, y en la que tuve que hablar como Neruda por primera vez, estábamos muy nerviosos. Le dije a Pablo: "te voy a necesitar en todo momento", y me encontré con un director muy noble que me dijo: "yo también te voy a necesitar a ti". Entre los dos nos apoyamos y fuimos buscando. Eso es lo que me gusta de Pablo. Vi el trailer de Jackie, la película que está haciendo, y es maravilloso ver a Natalie Portman en una película de Pablo Larraín, porque nunca la has visto así. Él tiene eso como director: te invita a estar frente a la cámara jugando, descubriendo cosas nuevas, haciendo el trabajo del actor. Es un trabajo de taller, de artesano, de dibujar, ensuciarse, buscar, borrar y pintar encima.

—¿Qué te atrajo del guión?

—El trabajo de Guillermo Calderón me fascinó. Lo llamé después de leerlo en forma voraz para decirle creo que es una de las mejores cosas que he leído. No sólo por la profundidad o por la calidad del diálogo, sino que porque además plantea este personaje histórico que tiene la posibilidad de inventar su destino y presume —y esta es la genialidad— que Neruda sí podía hacerlo. Jugar a eso fue fascinante, porque inmediatamente te libera de ataduras, te libera de un Neruda que hubiera sido inasible. Esta no es una película para llevar a los niños al colegio y decir "niños, vamos a ver una película sobre Neruda", no. Si yo fuera profesor, les diría: "niños, vamos a ver una película sobre cómo se construye la ficción, sobre el espíritu de la ficción". Sobre eso es la película. Es un deleite, es una celebración de la ficción.

Protagonizaste también El bosque de Karadima. ¿Qué te parece que el cine chileno se esté haciendo cargo de su pasado y su presente?

—No entiendo mucho ni cómo ni por qué sucede esto, pero es necesario. El cine tiene que volverse sobre la historia de cada país. En algún minuto el cine chileno tenía que hacerse cargo de eso. Si no lo hizo antes, creo yo, tiene que ver a lo mejor con aspectos técnicos o porque no había interés. Pero ojalá siga sucediendo. Para mí es el cine más interesante, siempre y cuando se haga como se hace en esta película. Hacer realismo o hacer biografías me parece un error. No hay que tenerle miedo a la palabra ficción, algo que a los chilenos nos da pavor. Vivimos en una ficción, en unas contradicciones insólitas, y nos devanamos los sesos por unas tonteras que a nadie más que a nosotros le preocupan. Es muy curioso el miedo que le tenemos a la ficción. ¿Esto es verdad o es mentira? Es un poco básico. Detrás de eso hay muchas otras cosas.

Relacionados