Por Por Evelyn Erlij, desde Cannes Mayo 20, 2016

Como músico y cantante de rock, Adán Jodorowsky (36) tenía un ritual: crear alter-egos y matarlos en el escenario. Primero fue El ídolo, un rockstar al que le llovían las mujeres y al que, en su último show, metió en un ataúd cargado por romanos. Después vino Amador, un romántico sombrío, y Ada, un personaje ni hombre ni mujer con el que quiso curar un trauma de infancia. Pero interpretar en Poesía sin fin a su padre, el mítico artista total Alejandro Jodorowsky, implicó una carga emocional verdadera. Esta vez, el ritual fue en serio.

—Pasé seis meses de mi vida en esta película. Fue muy fuerte. Todos los hijos de artistas muy famosos se preguntan: ¿qué es ser mi padre? Ahora viví el misterio. Sé lo que es ser mi padre —cuenta en Cannes, donde se estrenó el filme en la Quincena de los Realizadores—. Al final del rodaje, hicimos una última escena en un circo con 200 personas. Les dije: me tengo que deshacer de mi padre, me voy a rapar la cabeza. Me rapé frente a todos y guardé mi pelo en una caja. Me fui al desierto, enterré mi pelo en la arena y me quedé un mes meditando. Y ahora soy Adán. Y estoy feliz de ser Adán.

En Poesía sin fin, el músico y actor franco-mexicano tiene el reto de encarnar a un joven Alejandro, el poeta que, en los años 40, descubre su talento en un Santiago de vida intelectual bullente, en una ciudad bohemia donde descubre a Enrique Lihn, Stella Díaz Varín y Nicanor Parra. Como en todas las películas de Jodorowsky, no es un papel fácil de interpretar: hay muchos desnudos frontales, hay escenas de sexo con una enana y una historia de amor turbulenta con Díaz Varín, La Colorina, que aquí aparece como un personaje trash al estilo de John Waters. Pero no es la primera vez que trabaja en un filme de su padre. A los 9 años actuó en Santa sangre (1989):

—Mi primera escena ahí fue arriba de un elefante, con un enano al frente —dice entre risas Adán, quien ha dado varios conciertos en Chile, con músicos como Ana Tijoux y con la desaparecida banda Teleradio Donoso—. Conocí payasos, estudié magia y vi cómo se filmaba una película. Todo eso me inspiró. Hemos hecho muchas cosas juntos. Hicimos una obra de teatro en Italia (Opera Panica), él dirigió uno de mis shows, he trabajado en tres de sus películas (también tiene un rol en La danza de la realidad). Estamos acostumbrados a trabajar los dos, incluso escribimos canciones juntos.

Aunque quiso dedicarse al cine, terminó convirtiéndose en músico bajo el pseudónimo de Adanowsky, el que abandonó hace unos meses como parte del ritual que hizo después de Poesía sin fin. Adán, como se hace llamar hoy, ha publicado siete discos, ha colaborado con músicos como Devendra Banhart y, además de componer la música para la última cinta de su padre, sus canciones han estado en películas chilenas como Gloria (2013), de Sebastián Lelio (quien dirigió el videoclip para su single Estoy mal) y Te creís la más linda... (2009), de Che Sandoval. También dirigió un cortometraje, The Voice Thief (2013), protagonizado por Asia Argento, y ahora, cuenta, prepara su primer largometraje. "Hace dos semanas lancé un disco, Adán, Xavi y los Imanes, pero mi plan es ser director".

—¿Cómo te preparaste para el papel de tu padre?

—Aprendí a actuar en el escenario, tocando música. Pero también tuve un curso de Actor's Studio por 30 años con mi padre —sonríe—. Lo conozco tan bien que no tenía que trabajar el personaje, pero leí todo lo que leyó en esa época, los libros de sus amigos y los poetas que admiraba: Enrique Lihn, Enrique Lafourcade, Nicanor Parra, Vicente Huidobro; El manifiesto surrealista de Breton; Le Mont Analogue, de René Daumal; Les Chants de Maldoror, de Isidore Ducasse. Estudié la ropa que usaba, la música que escuchaba. Me preparé seis meses. Le pregunté a viejos amigos que tenía cómo era en esa época (entre ellos, el artista Hugo Marín). Pero decidí hacer un personaje puro y sensible. El punto era representar a un poeta, y es muy difícil, porque no quería hacer el cliché del poeta maldito. Quería interpretar a un poeta positivo, alguien que cree en la vida, no en la muerte.

—¿Te inculcó su amor por la poesía?

—Escribo poemas desde niño. A los 7 años empecé a leer poesía francesa, leí mucho a Edmond Jabès y a Baudelaire. Siempre odié a Rimbaud. Pero escribí mucha poesía. Las letras de mis canciones también son poesía para mí. Solíamos hacer cenas en mi casa y cada hijo tenía que leer un poema antes de comer. La poesía ha sido parte de mi vida.

—Brontis y Cristóbal, tus hermanos, también han actuado en las películas de tu padre. ¿Por qué crees que prefiere trabajar en familia? Brontis incluso iba a ser el protagonista de la fallida Dune.

—Cristóbal también es el personaje principal en Santa Sangre y estuvo en La danza de la realidad haciendo del Teósofo. A mi padre le gusta trabajar con su familia, primero, porque no le gustan las estrellas del cine. Tienen mucho ego y es muy difícil trabajar con ellos, porque tienes que respectar ciertas de sus condiciones. Él es muy humano, así que necesita estar de mal humor un día y gritarle a un actor: ¡vamos, hazlo!

Poesía sin fin fue hecha en parte gracias al apoyo de los fans de Alejandro, que colaboraron a través de un crowdfunding. ¿Cómo fue esa experiencia?

—Hoy todo gira en torno al dinero, todas las películas tienen que ver con el dinero. Lo único que importa es si serán un éxito de taquilla, si el actor ganará un Oscar. Todo es sobre eso, pero nada es sobre el placer de la creación. Poesía sin fin es lo contrario. Lo que pasó en esta película fue hermoso: pusimos un anuncio en la web que decía que yo estaba actuando y mi padre dirigiendo, y que necesitábamos gente (para llenar el Teatro Caupolicán). Había que venir vestido de negro y cinco mil personas aparecieron. Esta película fue hecha gracias ellos, a los fans, y todos sus nombres están al final de la película. Fue una experiencia increíble.

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