Por Marisol García Enero 11, 2016

Vivimos tiempos indiscretos, de pudor a la baja e intimidad viralizada. Cuando hace exactos tres años David Bowie subió a iTunes el single Where are we now? —el primero suyo en una década—, tomó por sorpresa incluso al presidente del sello que lo publicaba. Durante dos años, el músico había estado trabajando en un nuevo álbum (The next day) sobre el cual no se filtró siquiera un rumor. Desde hacía un tiempo, la prensa hablaba de Bowie como “un artista retirado”.

—¿Y cuál será la campaña de promoción?—, le preguntaron en su sello apenas se enteraron del inminente disco.

—No hay campaña de promoción. Lo mostramos, y ya. That’s it.

El misterio no es posible sin una condición previa: el secreto. Y en una época de muchos más tuits, fotos y revelaciones de los que necesitamos, el secreto es una decisión y una estrategia. En el contexto de una trayectoria creativa que tan profundamente fue moldeando nuestros referentes pop, el secreto puede ser, también, un elocuente manifiesto artístico. David Bowie fue diagnosticado de cáncer a mediados de 2014. Lo comentó con su familia y algunos colaboradores cercanos, como el productor Tony Visconti (aliado suyo en trece álbumes, incluyendo los dos últimos). Y entre ese círculo reducido de cómplices —tan reducido que, por ejemplo, ni siquiera incluye un manager— no hubo ni una duda: el cierre iba a ser a su modo. La partida de David Bowie debía ser parte de una planificación ajustada a su personalidad y a su carrera, privada en lo íntimo y propositiva en lo público. Hoy Visconti escribió en Facebook que “su muerte no fue diferente a su vida: una obra de Arte”.

Blackstar (en realidad, )  fue su regalo de despedida. Lo conocimos el pasado viernes 8, el día de su cumpleaños 69, horas antes de este luto. Es un disco arriesgado y autoexigente, de texturas y giros eléctricos para siete canciones de referencias crípticas, que iremos asimilando con el tiempo. “Mira acá arriba / estoy en el cielo” da el inicio a Lazarus, el single cuyo video muestra a un Bowie agitado en lo que parece ser una cama de hospital psiquiátrico, y en el que hacia el final desaparece entrando a un armario del que no ya no saldrá más. Tantas claves que hoy adquieren otro significado. “Mira aquí / estoy en peligro / Ya no tengo nada que perder”, canta allí.

A un creador de su relevancia inevitablemente lo persiguieron las clasificaciones simplistas, etiquetas que se quedaban cortas o que se desgastaron a poco andar en el cliché. “Futurista” fue una de ellas, cuando a Bowie lo que en realidad siempre lo obsesionó fue su tiempo, el actual. Nos lo aclaró en una entrevista personal a continuación de la única conferencia de prensa que dio en Chile, en 1997: “No me veo como un “futurista”. Me veo, ojalá, como un artista contemporáneo, y espero que lo que compongo represente el zeitgeist en que vivo. No trato de anticiparme a nada. Sólo reflejar acuciosamente mi época”.

“I can’t give everything away” es el tema que cierra Blackstar. Las referencias fúnebres de esos versos son ahora evidentes (“Sé que algo anda muy mal / el pulso regresa a los hijos pródigos”). Bowie despedía un disco que sabía tendría una audición póstuma, y en el que, en parte, despejaba en voz propia una síntesis de su legado:

Ver más y sentir menos

Decir no implicando sí.

Eso es todo lo que quise decir

Es el mensaje que envío.

“No puedo mostrarlo todo”, repite allí varias veces. El secreto llevado al último momento, como clave de una vida que muchas veces creímos sobreexpuesta, pero que en realidad cuidó sus pasos privados, públicos y profesionales con decidido sigilo y con una hábil articulación de un personaje —o varios, en rigor— disociado de su intimidad. Su trayectoria inigualable —sus veintisiete álbumes, sus actuaciones en cine, sus pinturas, sus iniciativas de negocios—,  fue una invitación a cruzar hacia el Arte y la innovación desde una similar seguridad en la propia identidad, sabiendo que ni el más arriesgado paso cae en falso cuando es parte de una estrategia de dirección personal y está nutrida por los referentes adecuados. Las ideas en su obra son infinitas y están ahí, ahora, para nuestra libre disposición. De eso se trata ser un artista inspirador.

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