Por Diego Zuñiga Noviembre 13, 2015

Lo que hay encima de ese escritorio son fotografías, documentos, grabaciones, informes, transcripciones judiciales, más documentos, más fotografías, videos y testimonios acerca de una noche maldita que marca la historia reciente de México; la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, al sur de México, cuando desapareció un grupo de 43 estudiantes mexicanos cuyo paradero sigue siendo desconocido.

Lo que hay encima de ese escritorio son los materiales con que Sergio González Rodríguez escribió en un par de meses —y de forma vertiginosa, rigurosa e intensa— Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos (Anagrama), su último libro, que acaba de llegar a Chile, una investigación urgente acerca de esa noche fatídica de septiembre y lo que vino después y lo que sigue ocurriendo hoy, cuando aún no se sabe la verdad de qué sucedió con esos estudiantes.

Sergio González Rodríguez: uno de los periodistas más prestigiosos de México, un nombre que empezamos a oír con mayor frecuencia hace más de diez años, cuando publicó un libro devastador y escalofriante titulado Huesos en el desierto, en el que investigaba los crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez. A partir de ahí, no ha dejado de escribir sobre la violencia que azota a México a raíz del narcotráfico, pero siempre esquivando las verdades oficiales y tratando de ir más allá de lo obvio, de lo que aparece en prensa, de lo que todo el mundo habla. Un trabajo en el que se reúnen el periodismo de investigación, el ensayo, la historia, los archivos y una mirada que intenta explicarse por qué ocurren ciertas cosas en un lugar determinado y nadie hace nada. Por qué desaparecen 43 estudiantes y nadie es capaz de decir dónde están, qué pasó con ellos, qué ocurrió esa noche eterna de septiembre que, a pesar de que ya ha pasado más de un año, aún no parece terminar.

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Sergio-González-Rodríguez—Pensé escribir sobre el tema de los 43 cuando algunos amigos y otras personas me preguntaron al respecto, querían que indagara en el caso —explica desde México Sergio González Rodríguez (1950), y sigue—: Al comenzar a estudiar el tema, supe que imperaba la desinformación y las respuestas viscerales de unos y otros.

Si es posible resumir una historia que aún no termina y en la que ha imperado la desinformación, tendríamos que decir que la noche del 26 de septiembre de 2014, un grupo de estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa iba a viajar en cinco buses hacia Ciudad de México para participar en la manifestación del 2 de octubre en conmemoración de los muertos en la Plaza de Tlatelolco en 1968: estudiantes, como ellos, que fueron asesinados en medio de movilizaciones. Iban, entonces, hacia ese lugar cuando los interceptó un grupo de policías y la historia oficial, escribe González Rodríguez, dice aquí que “fueron secuestrados, golpeados y asesinados por miembros del grupo criminal Guerreros Unidos en complicidad con policías municipales. Sus cuerpos fueron quemados esa misma noche con el fin de borrar evidencia criminal”.

El problema es que testimonios de estudiantes que sobrevivieron a la masacre afirman que policías federales y militares participaron de los hechos. Y González Rodríguez anota: “En general, los delitos se cometen por obras o por omisión. En el caso de Iguala, tanto los militares como los policías y funcionarios de seguridad del gobierno federal que estuvieron presentes o dieron órdenes en Iguala aquella noche fueron omisos y, por lo tanto, tienen responsabilidad en los delitos de asesinato, tortura, y desaparición forzada de personas que se cometieron entonces”.

En Los 43 de Iguala, González Rodríguez se dedica, entre otras cosas, a probar con muchos documentos, datos y archivos, por qué este caso constituye un crimen de lesa humanidad, el que implica “al Estado mexicano, al gobierno federal, al del estado de Guerrero y al del municipio donde ocurrieron dichos actos de barbarie”.

El crimen, por supuesto, dio la vuelta al mundo, pero sólo dos meses después de que ocurriera todo, González Rodríguez se dio cuenta de que en el centro de la tragedia estaba, una vez más, una suerte de aceptación de la barbarie, o de inadvertencia de ésta, casi como si fuera normal que en México desaparecieran 43 estudiantes y nadie diera explicaciones.

—Ése es un problema en muchas partes del mundo, donde el ultraliberalismo, las telecomunicaciones, el espectáculo, el consumo, el optimismo tecnológico en torno a los dispositivos electrónicos han creado zonas de silencio y tolerancia ante el horror de las que nadie quiere hablar —explica González Rodríguez. Sobre esos temas de los que nadie quiere hablar lleva escribiendo muchos años. Lo hizo en Huesos en el desierto (2002) y luego en El hombre sin cabeza (2009) —imposible olvidar el testimonio de un sicario y cortador de cabezas—, y en 2014 obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo con su libro Campo de guerra, en el que postula que Estados Unidos ha implantado un control y una vigilancia absoluta sobre diversos países, entre ellos México. En Los 43 de Iguala, de hecho, señala que Estados Unidos también tiene responsabilidad en el caso. Pero antes de eso, antes de buscar culpables, González Rodríguez muestra el contexto geográfico en el que ocurre el caso: Guerrero, un territorio que está condenado a la violencia desde hace muchos años, con cifras de criminalidad muy alta y donde, además, existen no sólo carteles de narcotráfico sino también grupos guerrilleros de extrema izquierda.

“Ni la corrupción ni el autoritarismo, ni la desigualdad ni la pobreza, ni la marginación ni la ineficacia de las autoridades han desaparecido en México: allí está la causa verdadera de aquella noche de Iguala”, dice Sergio González Rodríguez.

Desde ahí parte analizando el caso. Porque para comprender lo que está ocurriendo es necesario ir hacia atrás, siempre.

—Conforme más sabemos por la capacidad tecnológica de obtener, almacenar y clasificar datos, tendemos también a saber menos, a dar por conocido más de lo que deberíamos, a sobreentender las cosas, incluso aquellas que son complejas —dice González Rodríguez—. La reflexión crítica, el conocimiento del contexto histórico, el desplazamiento de los enfoques comunes surgen así como una exigencia. Al conocer el pasado podemos explicar a fondo y rechazar con mejores argumentos las justificaciones oficiales y el (des)orden consentido.

Apenas entendió que debía escribir este libro, González Rodríguez aplicó el método de trabajo que le ha permitido investigar y escribir sobre temas complejos: dejar a un lado cualquier idea preconcebida, recopilar material y revisar detalladamente informes oficiales, documentos, imágenes, cifras.

—Todo eso constituye una cartografía extensa que se convierte en una guía para la investigación de campo, la cual realizo como una tarea de inteligencia, del modo más discreto posible.

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Lo dice en un momento del libro y parece una pequeña declaración de principios: “En alguna ocasión me han preguntado por qué no, en lugar de acopiar puntos de vista, datos, archivos, dejo que sólo se explayen los testimonios, que los testigos se expresen. He respondido antes, y lo hago ahora, con la conciencia de que, en el testimonio, hay siempre cierta imposibilidad de testimoniar. El testigo sólo da cuenta de una parte de la situación que ha vivido mientras otros han muerto y su silencio gravita sobre los sobrevivientes”.

En efecto, en Los 43 de Iguala no hay, prácticamente, testimonios de los familiares de las víctimas, sino que sobre todo un relato que busca entregar la información que la historia oficial ha obviado.

—Se debe ir más allá del testimonio: documentar la causa o causas de los hechos, ahondar en los posibles responsables, desbordar lo inmediato, escrutar a los agentes que convergen en los sucesos, urdir los enfoques múltiples que ofrece la lectura interdisciplinaria. Desde tiempo atrás me di cuenta de que para hablar de hechos acontecidos había que romper con la rigidez de los géneros convencionales del periodismo —explica.

“Creo que en estos años (después de publicar ‘Huesos en el desierto’) aprendí a investigar mejor, pude observar más exactamente los fenómenos inmediatos y logré flexibilizar la escritura. La urgencia obliga al esmero, a la agudeza, a la autocrítica veloz y a la síntesis”.

Una diferencia significativa con respecto a sus libros anteriores, es que esta vez González Rodríguez escribió desde la urgencia, contra el tiempo, porque la historia se lo pedía. Y él lo explica así:

–Creo que en estos años aprendí a investigar mejor, pude observar más exactamente los fenómenos inmediatos una vez que comprendí las tendencias amplias de los procesos políticos y geopolíticos que los producen y logré flexibilizar la escritura. La urgencia obliga al esmero, a la agudeza, a la autocrítica veloz, a la síntesis.

La urgencia: aquella arma peligrosa que en manos de González Rodríguez funciona, sobre todo porque logra observar con perspectiva un caso policial que va más allá de eso, sin duda. Pero, además, logra generar cercanía con esta historia, a pesar de la ausencia de testimonios e historias personales de las víctimas. De hecho, él mismo narra algunas historias autobiográficas que plantean el tema de la violencia en México como algo de lo que nadie está a salvo.

—En México, todos somos víctimas reales o virtuales de la falta de un Estado de derecho, y estoy convencido de que cada vez más el mundo se parecerá al Estado a-legal mexicano, en el que la persona deja de ser importante en nombre de la sinrazón, ausencia y excepción del Estado.

—¿Pero logra vislumbrar alguna salida para esta violencia?

—En lo personal, descreo de la fatalidad en cuanto a la masacre de Iguala, donde se perfilan claramente responsables judiciales y políticos. El modelo económico-político, las carencias institucionales determinan, a mi juicio, ese tipo de casos. Y lo mismo sucede en otras partes de Iberoamérica. Ni la corrupción ni el autoritarismo, ni la desigualdad ni la pobreza, ni la marginación ni la ineficacia de las autoridades han desaparecido en México: allí está la causa verdadera de aquella noche de Iguala. Saber es poder transformar la realidad. Tal vez podría ser la salida. Y, enseguida, replantear integralmente la forma de hacer política, sobre todo, desde la izquierda —dice seguro.

La noche del 26 de septiembre de 2014 está lejos de terminar. Pero un libro como Los 43 de Iguala entrega algunas luces importantes para que esa noche no se olvide hasta que se llegue a la verdad.

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